Es ya un lugar común, y sin siquiera réplica aparente, el aserto de que vivimos en un mundo con “ricos más ricos y pobres más pobres”. Si acaso, alguien precisaría que los pobres, además de serlo más en número, también lo son en carencias. También parece innegable que, a partir de que la riqueza se aleja del directo ámbito de la producción para refugiarse más en la financiación especulativa, estamos en un nuevo capitalismo. Estos barruntos míos empezaron a tener algo más de luz leyendo un sesudo escrito de Daniel Zamora, investigador en Sociología del Fondo Nacional de Investigación Científica (FNRS) Universidad de Breselas. Tras citar “EL capital del sigloXXI”obra superventa de Thomas Piketty, pone sobre la mesa dos retos o preguntas, como nos las queramos tomar. ¿Repartir mejor las desigualdades o liberarse del mercado? La segunda “lamentar las desigualdades , ignorar las causas” complica el debate. En la pregunta se habla de repartir “mejor” las rentas la disyuntiva nos queda imprecisa. Ese “mejor” puede ser “para las necesidades imprescindibles, “ para la satisfacción general”, para qué más. Después “lamentar las desigualdades”, requiere también más posibilidades además de “ignorar sus causas”. No será el personal tan fatalista que tras intuir las desigualdades, no se tenga el volunto de al menos hacerse algunas preguntas.
Disconforme con tal planteamiento, he seguido la lectura, en la que a la vez surgían las pegas que he adelantado, aparecían datos que las acalaraban, al menos en parte. Ya pueden ir comprendiendo a través el mayor uso de conceptos que como “desigualdad”, del que poco se había tratado en el siglo XIX. Antes que una buena distribución de los bienes, preocupaba más la influencia que el mercado podría ejercer sobre la democracia. Hacia 1940 Titmus, influido por un solidario hecho en Dunkerke, habló de la “sociedad generosa”. Entendía que el estado de ánimo de la gente debía de cambiar de acuerdo con la situación para compartir no sólo los peligros, sino también los recursos. En 1.942 Beverige en su informe sugirió que el Estado a partir de esa cooperación podría hacer frente a los “cinco gigantes” : pobreza, insalubridad, enfermedad y desempleo. Dicha solidaridad había que trasladarla desde la situación de guerra a las de paz. Habían avanzado en ese proceso de socialización Von Bismarck en 1.880 en Alemania. Luego a final del siglo “la propiedad social” que trataba de prevenir la guerra. A los no propietarios se le aseguraban servicios y bienes colectivos. La socialización a mayor escala tendría lugar en la Unión Soviética a partir de 2.017. A partir del siglo XX hay variaciones según los estados: unos serían más intervencionistas para los servicios colectivos y otros delegaban más en la iniciativa privada en el llamado “dejar hacer, dejar pasar”. En cada sentido sentido hubo pronunciamientos. En 1.944 en Filadelfia la Organización Internacional de Trabajo : “el trabajo no es una mercancía y precisa seguridad social” . En 1.950 Humfrey Marhall respondió : “la igualdad fundamental no podrá preservarse sin infringir la libertad del mercado competitivo”. Aquí ya están desigualdad y pobreza Tras esa evolución, y con las aportaciones de los sesenta, podremos entrar en los retos iniciales. En 1.962 Harrington en “La otra América” reprocha que en los treinta años anteriores no se hubiera aprovechado la organización laboral para atender la pobreza. Ésta realidad, él la entendía separada del mundo del trabajo. Parece inducirse una tentativa de un servicio o beneficencia. En 1.963 lo aclarará Dwight Macdonald diciendo : “La desigualdad de la riqueza no es necesariamente un problema social en sí mismo; la pobreza si”. Esa aseveración pareció influir a partir de 1.970. Ya entonces, los economistas monetaristas o neoliberales empezaron a hablar subsidios universales o impuestos negativos. El propio Milton Friedman lo explica: Mientras se opera a través del mercado y deja resuelto fuera del mismo el problema de la pobreza. Así que la libertad de mercado se convierte en decisión suprema y el estado ha perdido su capacidad de intervenir más allá de fijar la capacidad de intervenir en dichos subsidios. Y vaya usted a saber cómo y con qué garantías.
Llegados a este punto, cada cual podrá valorar si en ese mundo se mantendrá la ciudadanía o lo que es lo mismo el humanismo que se aspiraba para personas autónomas, libres y solidarias. Puede quedar la duda de si esa división de los seres terrestres , podrán mantener esa igualdad. ¿No hay alguna duda de si la hegemonía de ese entramado del poder económico frío lejano y sin rostro, permitirá a las personas seguir siéndolo, con o a pesar de su subsidio donde se le determine.