Dijo en una ocasión un político, antes carismático, que los programas se hacen para no cumplirse. No recuerdo bien, si antes o después de tal sentencia, ese cínico señor del dicho pasó a lo hecho con lo de la OTAN. Sí, el señor González de la alianza militar dijo: que de entrada no. Meses después, se volvió como un calcetín para sacar adelante un polémico referendum para que España no saliera. No tiene nada de particular que por actitudes como esa, por las puertas giratorias o por otras corruptelas, el personal desconfía de los políticos en general. En más de una ocasión he dicho aquí y mantendré que, las generalizaciones son injustas y, si me apuran, algo tendenciosas. En el caso de los políticos, también. Aunque no lo parezca, sigo creyendo que aunque cada día sean menos, sigue habiendo personas que atienden a su función ciudadana. Si. Digo ciudadana y no política, porque en mi utópica ingenuidad quiero seguir soñando con que la tarea representativa del pueblo sea una función transitoria y no una profesión.. Ya sé que se me dirá que no venga con milongas con la que está cayendo. Pese a ello, sigo perseverante recordando que ni el común de la representación de pueblo es corrupta, ni la ciudadanía es tan virtuosa. Paso a detallar mi tozudez, tras recordar aquello de “entre todos la mataron y ella sola se murió”.

Vuelvo a tiempos de ingenuidad más compartida, señalando dos casos como muestra. Hasta los años setenta, gran parte de la ciudadanía que aceptaba y cantaba aquello de “habla pueblo habla”. Se lo creían de verdad que “tuya es la palabra”. A partir de la Constitución del 78 llegamos a creer que todo dios se había levantado demócrata. El otro caso tiene que ver con los impuestos. Recuerdo que, estando aun en UCD, el ministro Fernández Ordoñez en su intento de homologar la demoracia española con la europea, propuso y se aprobó una importante reforma fiscal. En ella, para que nos creyéramos que “nuestra era la palabras” ordenó que se publicaran la lista de contribuyentes. No estaba mal para empezar. Así el ministro se había cargado de razón para divulgar que “Hacienda somos todos”. Pues sí, las listas se publicaron hasta que unos años después dejaron de hacerlo. También, esto hace pocos años, un o una gerifalte vino a decirnos que aquello de que Hacienda éramos todos era sólo un eslogan. Vemos la evolución, lo que en aquel tiempo digificaba por pagar impuestos para el estado del bienestar, ahora se ha transformado en la demagógica moda de equivar o defraudar a Hacienda. Todo lo anterior son hechos que se pueden comprobar en las hemerotecas, incluso por quienes no habían nacido en los primeros tiempos. En ello he aludido a un ministro por su nombre. Lo acaecido después también se puede indagar sobre los ministros de uno u otro partido que le han sucedido. Todo eso ha ocurrido ante la ciudadanía, sin que éstas se revuelva contra esa y otras corruptelas. ¿Qué hizo la ciudadanía entonces con su palabra? Simplemente, que con razones o sin ellas dejó de hacer valer la propia palabra. Olvidó también que era de su propiedad y de que “la vista del dueño engorda al caballo”.

Ahora vuelvo a lo de política y ciudadanía. Yo me sigo considerando polìtico y ciudadano. Político porque vivo en la “polis” o ciudad más o menos grande, y durante dos meses fui representante como concejal. También me sigo considerando ciudadano o político porque, me enorgullece contribuir con mis impuestos al sostenimiento solidario de la sociedad. También porque no me limito a votar. Tras entregar mi voto, sigo entendiendo que con mi representación he firmado un contrato. Por eso , tras los años que siguen a las elecciones no me desentiendo de tal contrato. Así que cuando llego a la conclusión de que la otra parte no ha cumplido lo contratado, no lo renuevo. Está claro que lo que he dicho es demasiado simple y que he olvidado bastantes aspectos que cambian o complican el supuesto contrato. Uno puede ser el sentimental pues mi familia era de tal partido, como lo podrían ser hincha de tal equipo, yo sigo en él aunque lo haga mal. También conviene no olvidar el clientelismo, o que allí tengo a alguien que me puede ayudar con un empleo u otro beneficio. Lo del no quiero problemas que con frecuencia se enmascara con aquello de que todos son iguales, o yo después de trabajar, me entretengo con el fútbol o baloncesto. Incluso cuando en ese mundo aparezca algún capitoste o presidente implicado en tráfico laboral o en delincuencia que lo lleva a la cárcel. La democracia es un ideal imperfecto que debemos contratar.