Cuando éramos pequeños nos decían que “Dios está en el cielo”. Cuando éramos adultos nos dimos cuenta de que eso es imposible porque la astronomía no ha encontrado a Dios en ninguna galaxia. Eso llevó a algunos a cortar por lo sano y negar que Dios exista. Otros, hemos intentado madurar esta formulación y hemos llegado a incluir a Dios dentro de nuestra visión del universo.
Y partimos de este texto del evangelio de San Lucas en el capítulo 12. Que el texto de Lucas, utilice a veces el lenguaje escatológico (relativo a lo que va a suceder al final de los tiempos) nos puede despistar un poco. También el que nos hable de que Dios llegará como un ladrón en la noche, nos puede confundir. Este leguaje mítico, hoy no nos sirve de nada.
Dios no tiene que venir de ninguna parte. Está llamando siempre, pero desde dentro de nosotros. No pretende entrar en nosotros, sino salir a nuestra conciencia y manifestarse en nuestras relaciones con los demás. Los creyentes, debemos superar la idea de un Dios que actúa desde fuera, desde un lugar al que los antiguos llamaban “el cielo”.
No es creer en un dios todopoderoso externo, sino en el hombre, que tiene al mismo Dios dentro de su ser, como fundamento. Se trata de estar siempre en actitud de búsqueda para poder descubrirlo.
Dios ya nos lo ha dado todo, pero el auténtico problema es qué hacemos con lo que hemos recibido. Lo único que espera es que descubramos ese don y vivamos de él y entonces no habrá lugar para el temor.
A las instituciones y a muchas de las personas que las dirigen, no les interesa para nada la idea de un Dios que da plena autonomía al ser humano, porque las instituciones se consideran sólo ellas depositarias de la Palabra. Para muchos de ellos es más útil la idea de un dios que premia y castiga, porque en nombre de ese dios pueden controlar a las personas. La mejor manera de conseguir el sometimiento es el miedo. Eso lo sabe muy bien cualquier ente de poder. El miedo paraliza a la persona, que inmediatamente tiene necesidad de ayuda, para poder ser lo que era antes de tener ese miedo inducido por otros.
Cuentan que una madre empezó a meter miedo de la oscuridad a su hijo pequeño, para que nunca llegara tarde a casa. Con el tiempo, el niño fue incapaz de andar solo en la noche, era pánico a la luz apagada. Entonces la madre, fabricó un amuleto y dijo al niño: esto te protegerá de la oscuridad. El niño convencido, empezó a caminar en la noche sin ningún problema, confiando en el amuleto que llevaba colgado del cuello lo protegería. Pero el daño ya estaba hecho.
Para entender esto, tenemos que descubrir los errores que hemos desarrollado sobre lo que Dios es. No se trata de un ser externo en el que debemos confiar, porque Dios habita en nosotros.
El “dios araña” ávido de sangre, y de sufrimiento para alcanzar el cielo, no es el Dios de Jesús, sino el Dios del temor y el miedo del Antiguo Testamento. El dios del que depende caprichosamente mi fututo, no el Dios de Jesús. El dios que me colmará de favores cuando yo haya “cumplido la Ley” no es el Dios de Jesús. El Dios de Jesús es la entrega total, incondicional y permanente.
Si el Reino es el tesoro encontrado, nada ni nadie puede apartarnos de él. El Reino es el mismo Dios que hay en lo más hondo de mi ser, la mayor riqueza para todo ser humano. “Dar el Reino”, aplicado a Dios, no tiene el mismo sentido que puede tener en nosotros el verbo dar.
Dios no tiene nada que dar, porque se da El mismo, convirtiéndose en el sustrato y fundamento de nuestro ser.
Todo lo que puedo llegar a ser más allá de mi pura biología, es consecuencia de esa presencia de Dios en mí que me capacita para llegar a ser lo que Él mismo es, porque en cierto modo todos, aquí y ahora, somos parte de ese Dios. Esa fe-confianza, esa falta de miedo, no es para un futuro en el más allá. No se trata de que Dios me dé algún día lo que ahora no tengo.
Esta es la gran trampa que utilizan los que se han auto nombrado depositarios de la Verdad para inducir al miedo.
Esta es otra visión cristiana de la vida de la que el Dominico Fray Marcos de quien tomo debida nota y otros muchos teólogos nos hablan hoy y que este pobre hombre, que soy yo, suscribe totalmente.
Dios es amor…