“Seré una sola y dilatada herida,                                                  

hasta que dilatadamente sea

un cadáver de espuma: viento y nada.”

Miguel Hernández

 

Tú, que nos robaste a Miguel

desmembrando los versos futuros

que rondaban en su universo.

Nos dejaste huérfanos

e inermes de cantos sin dueño.

Arrojaste a la deriva

las savias de sus manos

sin rumbo ni singladura

en el mar de los huesos.

Mordimos su sangre

al verter arena muerta espesa

en su tinta y su cuaderno

Tú, hacedor de distancias

en las horas plebeyas

donde rugen soberbias

las molduras del tiempo.

Tú que te escondes

donde llueven bosques

exiguos, de hojas caducas

escarchando rocíos inertes

entre valles imperfectos.

El que engulle desvalidas

almas disgregadas de los cuerpos,

el que se emborracha entre cielos

y tinieblas de las tristes emociones

de nuestro poeta indefenso.

Tú, no tienes nombre,

sólo oscuridad y silencio.

Miguel calla en nuestros oídos

pero nunca en nuestro pecho