Es consustancial  a la condición humana, moverse más por impulsos que por afectos. Lo segundo, el afecto, el amor,  conlleva un riesgo que  quizá no estemos dispuestos a asumir, porque es la magia de la luz y muchas veces esa luz, resulta ser tremendamente cegadora, ante el miedo de ver.

En el “Carpe Diem” de nuestra vida, ocurre que  nuestro “yo” niño,  se impone demasiadas veces a nuestro “yo” adulto. ¿Qué quiere decir esto? Pues  que si yo estoy bien, todos tienen que estar bien; si yo estoy mal, nadie tiene por qué estar bien.

Y damos, nos movemos, pero en ocasiones, es mucho de impulsividad, esperando a cambio, para después si no se obtiene lo esperado, hacer desaparecer a la otra persona de nuestra vida. Son nuestros impulsos primarios.

Dar por afecto, cariño, ternura y apego hacia los demás, eso es harina de otro costal, porque significa estar curtido en la generosidad de la alquimia de la luz. Nos falta mucho para salir de nuestro ego y  nuestras envidias, gran deporte nacional por otro lado.

Hoy amigo, amiga, te caigo bien y me llenas de besos y abrazos. Mañana, como si no me conocieras. ¿No han vivido Vds. experiencias de ese tipo?

Y ese ser humano quizá sean personas, que nunca se hayan preocupado de conocerse a sí mismas y acaso vivan su propio infierno personal, existencial, sin ser conscientes de ello. No, no hace falta morirse, según algunas religiones, para conocer el infierno, en el que no creo.

Muchos, muchas, ya lo están viviendo en vida y me refiero a lo mental, a lo psíquico, a lo espiritual, en el amplio sentido de la palabra, porque sólo viven para ellos.

Porque el infierno de la ausencia de lo material, la falta de comida, de vestido, los desahucios, el paro, los cientos de muertos tanto en pateras, así como muertos de mano de locos religiosos, es el abismo que esta sociedad piramidal, ha creado para con nuestros hermanos más necesitados, mientras miramos displicentemente, fríamente, indecentemente para otro lado.

Pero el mundo está así, porque la palabra, que se supone es  lo más sagrado que tenemos, hoy ya no vale nada. Y cada persona, debiera valer  lo que vale su palabra. Ni vale lo negro escrito sobre blanco.

Es que hemos llegado a tal vacío de humanidad, de autenticidad, a tal pobreza moral, que nuestros impulsos, generalmente más dañinos, se han impuesto a nuestros afectos.

Hoy, preferimos insultar hábilmente con chanzas y frases con doblez,  porque nos movemos por desafectos irracionales  y no por apegos personales, que quizá nunca existieron en la mente de quien quiere hacer daño y ofender. A lo peor, es porque estamos más acostumbrados a recibir que a dar.  A lo peor, es que somos dados a escuchar la versión de algún hecho, acerca de alguien, sin contrastar, sin preguntar a la otra persona, sobre lo que hemos oído de ella, juzgando y condenando de antemano… y eso desde luego, califica nuestro grado de decencia.

Estamos tan acostumbrados a hablar de los demás, que no reparamos en nosotros mismos, cuando tenemos tanto que pulirnos…

¿Seremos como la “Vieja el visillo”?  Y mientras, presumimos de honestidad personal.

A estas alturas de mi vida, estoy cansado, muy cansado de tanto vacío existencial como veo, de tanta desvergüenza; porque no hemos aprendido a escuchar, analizar, a dudar, a discernir, a tamizar, a perdonar y eso es precisamente lo que el ser humano necesita. Pero hemos de seguir creyendo en la capacidad y racionalidad del ser humano, para encontrarse consigo mismo. Sí, hemos de  creer sobre todo, en el ser humano que busca, a pesar de la dureza del camino.

 “¿Cómo entra la luz en una persona? Sólo  si la puerta del Amor está abierta”  nos dice Paulo Coelho, en su obra “El Alquimista”

A lo mejor nos falta descubrir la alquimia de la luz. A lo mejor, nos hace falta llorar un poco más, por  este mundo, que entre todos hemos “deconstruido”.