La globalización, era un concepto que empezó a convertirse en una tangible realidad, por la que entraríamos en una dinámica en todo el mundo, que nos llevase a cotas de intercomunicación, progreso y bienestar jamás pensados, no sólo en lo material, sino también en lo inmaterial. Pero hagamos una similitud con el Egipto antiguo.
En él, las pirámides constaban de dos partes.
La cúspide de la pirámide, estaba radicalmente diferenciada del resto de la misma, hasta convertir lo que estaba bajo ella, en un tronco de pirámide.
A la pirámide real, situada en la cúspide se le llamaba “piramidión” y era una pieza homogénea, tallada en un solo bloque, que frecuentemente se recubría de oro o de algún otro metal noble o aleación de ellos. Se decía que éste era el lugar donde se posaba e dios Amón-Ra, en el punto de encuentro entre el cielo y la tierra. Era el lugar hipostático.
Hoy, el “Piramidión” es el mundo de la economía, que al igual que entonces, constituye una religión, con sus dogmas, sus sumos sacerdotes, sus letanías, sus jaculatorias. Surge otro tipo de religión monoteísta, donde los derechos humanos y la política están por debajo de los derechos del capital.
Esta es la “clase” a la que se ha dado en llamar “beneficiarios de la globalización”.
“In God We Trust” (En Dios Confiamos) dicen los norteamericanos, escrito en los billetes de dólar.
Esa afirmación, extendida por el orbe, es la que inspira a toda esta clase de favorecidos por la globalización, que sólo establecen este credo, el de la verdad absoluta.
Es el dios dinero, arcano muchas más veces, de la maldad, de la perversidad y la ignominia de la llamada globalización, que excluye mucho más que incluye, al ser humano, tal como está concebida.
Sólo hay un dios al que rendir culto…. Cualquier otro valor, cualquier principio, cualquier idea, se oscurece ante este último dogma, que tiene a su dinero como única entidad de adoración.
Siempre ha sido así. La diferencia con el presente, es que esas minorías, nunca dispusieron de tal acumulación de riqueza como en la actualidad y nunca ese dios, ha sido tan poderoso e independiente de las necesidades del pueblo que sufre.
Los que “mueven los hilos” de la llamada globalización, lo hacen por una fe inconmovible por su único dios y señor. Quieren poseerlo, ansían sumergirse bajo sus destellos redentores.
No hay forma de controlarlo ni encarrilar sus pasos, como no hay forma de dirigir las acciones de Dios.
Pero este dios, es soberano y absoluto, dueño de las acciones de los hombres, no al revés. Y no tiene otra finalidad que llegar a las últimas consecuencias de su lógica interna… conseguir la omnisciencia en su sacrosanto poder.
Es un dios vengativo si no se le obedece, es un vengador contra su pueblo. O el pueblo cumple su voluntad o lo castiga. Es el Saturno o Cronos de la mitología, devorando a sus hijos.
Para éste, nunca es suficiente: siempre es preciso obtener más rendimiento del capital, multiplicarlo, engrandecerlo, tenerlo siempre presente y sin descanso.
Y llegado un punto, acaecerá la concentración extrema del capital, como en un agujero negro, que absorberá en masa como una vorágine, todo el capital que exista.
Si algún “señor del dinero” se cree que controla a la economía, se equivoca: es la economía la que lo controla a él. Y el dios de la economía es un dios frenético y delirante, provisto de una dinámica y de una lógica que le lleva, inevitablemente, a la autodestrucción.
Hoy, la maquinaria económica ha alcanzado tal envergadura, que nadie es capaz de controlarla, ni siquiera los que están en la parte superior de la pirámide y más próximos a este “piramidión” metafísico y arrebatador.
“No se salva a las víctimas, las víctimas no tienen ninguna importancia, lo que importa es salvar a los delincuentes, a los que provocaron la crisis. Y en cuestión de un par de meses, logran juntar a nivel de todo el mundo, para salvar a esos delincuentes, del orden de diecisiete billones de dólares… Sí que había dinero.
Para superar el hambre en el mundo se necesitan del orden de 30.000 millones de dólares al año. Dividiendo diecisiete billones por treinta mil millones, se obtienen seiscientos años de un mundo sin hambre. Eso, para mí, es tal vez el acto inmoral más grande que se ha cometido en la historia de la humanidad”( Max Neefer)
Se trata de una apisonadora que lo arrasa todo. Pero claro, los últimos en salir afectados son los “señores del dinero”, los propietarios de las grandes acumulaciones de capital…
Solo el más grande de estos “soberanos” al que tendríamos que tratar de cuasi divinidad, podrá encontrarse cara a cara con su dios, produciéndose un paroxismo indescriptible, en el que previamente se ha sacrificado a la especie humana, incluso el mismo planeta. Porque mientras, como “troyanos” que han sido “limpiados” han estado las muertes, miserias, hambrunas, guerras, paro, gentes sin techo, desahucios, suicidios, terrorismos…
Y ese dios de la economía, aparecerá en forma de una serie de números en un ordenador, almacenados en su disco duro, que jamás resolverán los problemas fundamentales de la especie humana.
Una vez alcanzado ese punto, solamente queda la autodestrucción del disco duro, el reseteado, la limpieza total del sistema y un nuevo comienzo.
Y a pesar de todo, este humilde escribidor, confía y seguirá confiando en el ser humano, que despertando un día, sea capaz de evitar ese final apocalíptico.
El contraste del dinero, la pobreza y el racismo:
http://www.publico.es/actualidad/537676/el-gobierno-abandona-a-su-suerte-a-los-companeros-de-pajares-infectados-por-el-ebola?src=lmFn&pos=5