¿Y si su mano fuera mañana mi mano?
¿Y si su sangre negra fuera, realmente,
mi tibia y espesa sangre adormecida?
Y mientras el agua no aclara mi hastío
borrando todo horizonte de rencor
cayendo por un desagüe marchito,
cualquier atisbo de compasión
brota en mi memoria anestesiada
y aquel corazón, para siempre partío,
encoge mi alma a media luz
a medio camino entre la suciedad
y entre la obligada desesperación,
a solo un silencio de la crueldad
y de la grotesca mueca de vacío interior.
¿Acaso esta sangre no desciende de su sangre?
¿Quizás mi piel no dibuja su piel?
Y crucificado en medio de la nada,
ansiaba doblegar el cabo del dolor
llegando hasta las fauces cobardes
de un primer mundo que aguarda
prestar solo un limitado auxilio
maquillado de triste obligación,
cuando tras los colmillos insaciables
se parapetan los mayores tratantes
jugando sus bazas al mejor postor,
cartas que disponen marcadas de farol,
en medio de la nada, en medio del horror,
siendo cómplices de que todo arda.
Pero la sangre de mi mano
agarrando su triste esperanza
se cuela por las rendijas del olvido,
mientras el jabón va haciendo efecto
gotea incesante mi comprensión
necesaria pero imposible
hacia todos los que ansían quedarse.
Y esa misma mano no pudo salvarlo
de una suerte que nunca alcanza,
si su corazón palpita hermanado
con este pescador que lo rescata
del infierno que fue siempre soñado,
y desconoce cuál será su destino
mientras la sal lo envuelve agitado.
Las manos fuertes doblegan el alma
cuando las lágrimas – que brotan
dolientes por la continua tragedia –
no permiten secar la desesperanza,
no terminan de borrar aquella sangre….
recordándolo, impasible, camino del miedo.