Alivio. Siento alivio
porque esta vez no me tocó…
Quizás no me quede tiempo
para decirte lo que me importó
aquel primer beso tras la valla,
tras el mundo, tras esta vida plana.
Silban los suspiros, rezan los muertos,
corren los miedos tras una huelga
de celo, auspiciada por la tibieza
mano dura de la noche entreabierta.
Consuelo. Necesito consuelo.
Saber que cuando lance la piedra
tú lucharas por cogerla
y leerás mi prosa nerviosa,
escrita por esta alma con denuedo,
rodeada de acechantes peligros
pues la vacilante tormenta
toca arrebato en la guarida,
de un león despiadado y fiero
que sirve órdenes en la mesa.
Miedo. Te confieso mi miedo.
A pesar de todo, y de que luego
no me quieras como yo te quiero,
que no te entregues como me entrego,
que no aprecies mi amor verdadero,
ventilado a los cuatro vientos,
sofocado de todo mentidero
que pudiera apartarme del “puedo”,
si no me acostumbro al “debo”
será signo de mi recelo.
Inquieto. Ahora pinto inquieto.
Imagino un lienzo desenfocado
con un atisbo de duda razonable
cuando pienso en la barrera,
en cómo demonios saltaré la verja
para no mirar atrás, olvidaré
una áfrica vieja, pinceles comprados
para escuchar lienzos enraizados
en una sola alma, en un mismo espejo,
cariños melilleros desusados.
Impaciente. Me sudan las manos.
En estos momentos de aprieto
necesito relajarme, más debo.
Pienso en nuestro mundo postrero
con una pizca de suerte picante,
aún sin saliva en el gaznate
calculo los vientos, casi los bebo
cuando tras la valla nos abracemos
sin atisbo de enojo ni de desconsuelo,
buscando el futuro por otros fueros.
Expectante. Una alegoría.
Mientras espero para dar el salto
pienso que no puedo hacerlo,
miro a mis hermanos de partido
aunque, egoísta, creo que debo
pues un futuro me espera, nuevo,
sin papel celofán que lo esconda
anunciando a los cuatro vientos
que mi mujer, al otro lado del beso,
espera que sea un nuevo melillero.