Vivió en el Ática un loco, un bandolero y posadero asesino, que después de asaltar y desvalijar a sus víctimas en su posada, las tendía en un lecho de hierro, estirándolas cruelmente, si sus pies no llegaban al borde del mismo, o cortándoles las piernas si lo sobrepasaban.
Era el lecho de Procusto, un lecho de tortura, el que tenía este pájaro de la Grecia antigua, similar a muchos lechos, de muchos Procustos de hoy dia.
Procusto, se llamaba el mal nacido, que fue una especie de Torquemada o un Diego de Deza. Un mal hijo de buena madre, como muchos. Aquel que no cabía por el estrujado y rígido espacio de su mente, acababa muerto.
Pero tenía dos lechos metálicos, uno corto para gente de piernas largas, y otro largo para los de piernas cortas… así siempre lograba su cometido, que era estirar o cortar los miembros de sus víctimas.
Hay poderes en el mundo que cada uno a su manera, tienen un lecho de Procusto.
Muchos llevan en su persona, un Procusto, con mayor o menor dosis de maldad, en un oscuro discurrir por una angosta y profunda sima de odio e intolerancia, en virtud de sus rígidas creencias.
No, el respeto y la tolerancia no están de moda. Y cuán larga una vida sin amor, sin respeto y sin algo que quisiéramos eternizar.
Quienes tienen sentido de trascendencia del ser humano… ¿se han preguntado qué cosas, personas, situaciones, momentos en que han sido felices…no les gustaría eternizar?
Anthony de Mello, ha aportado muchísimo desde el punto de vista literario y filosófico a la reflexión personal, así como las obras del estoico Marco Aurelio, emperador romano, con sus “Enseñanzas Espirituales”. Sólo por citar a dos grandes pensadores y moralistas, no demasiado conocidos desde el punto de vista del pensamiento y distanciados entre sí, por dos mil años.
Cuenta De Mello, que “Un día el Maestro de Meditación, tras unas reflexiones, mostró a sus discípulos una flor y les pidió que la observaran detenidamente y después hablaran sobre ella. Un discípulo elaboró una teoría sobre la botánica, otro hizo un poema sobre la flor, otro hizo una disertación filosófica. Un cuarto discípulo, se limitó simplemente a mirarla y al cabo del rato sonrió… Sólo él “la había visto”.
En demasiadas ocasiones pasa la vida por nosotros, sin ser conscientes de ella, cuando debíamos ser nosotros los que pasáramos por ella, saboreándola, disfrutándola. Y nos ocurre en todos los campos y el más importante con las personas. Sonríe, lee, huele, toca, contempla, respeta, embriágate de la belleza interior de los demás….
Tendemos demasiadas veces a etiquetar con desprecio a los demás.
La humanidad se ha vuelto deshumanamente egoísta, porque todo queremos adaptarlo a nuestros rígidos esquemas, creyendo en nuestra verdad, repudiando a los demás, porque nos hemos fabricado un “Lecho de Procusto”
Basta crear un bulo sobre una persona para hundirla personal y socialmente y aunque después se demuestre la falsedad de ese bulo, la imagen y el honor de esa persona, quedará manchado para siempre.
¿Nos hemos parado a pensar que esta insana, inhumana e incalificable actitud, es una forma de matar a otra persona como hacía Procusto?
Un día un hombre, pidió el traslado de su trabajo a otro lugar, porque estaba perseguido por sus jefes. No caía bien a la dirección, porque con su trabajo, un trabajo de entrega, más de lo que le era exigido, cuestionaba a la misma, cuestionaba las falsedades de sus jefes y acólitos. (Esto es verídico)
Cuando llegó a la nueva empresa, percibió actitudes de desconfianza hacia él por parte de la nueva dirección. Pasaron seis meses y uno de los jefes lo llamó a su despacho para felicitarle por su rendimiento y comportamiento con los demás.
Después de felicitarle, el jefe admitió que estuvieron meses influenciados por la dirección de la empresa en que había trabajado anteriormente, porque le habían dado un informe malísimo respecto a él, como trabajador y como persona. A lo que el buen hombre dijo: Mi actitud en esta empresa durante estos seis meses, es mi verdad. Este soy yo, sólo tienen que seguir observando, y si miento con el tiempo se podrá ver, porque la mentira tarde o temprano aflora a la luz.
Ya a este hombre, otros se habían encargado de fabricarle una etiqueta…lo habían adaptado los Procusto a su lecho metálico.
¡Ah…aquellos que creemos amigos nuestros y compañeros !
Es muy fácil destruir a una persona, que necesitará después toda una vida si le quedan fuerzas ante esa infamia, para renacer de nuevo de sus cenizas.
Luego, estos miserables que condenan y destrozan a una persona, viven una vida de soledad que ellos mismos se han buscado, acusando al mundo de sus desdichas, asqueados en sus fibras más íntimas de ellos mismos… pero no se atreven a reconocerlo.