Dice Antonio Gala en una de esas frases lapidarias que tanto se le reconocen y en las que a veces discrepo, que “el tiempo es una dimensión elástica en el que hay segundos interminables y días velocísimos”, y es verdad, aunque yo añadiría que tiene su equilibrio: que pasa, que para todo pasa, aunque haya que darle tiempo para sí mismo, o sea, tiempo al ídem. Mi padre decía que era “algo sin cosa que hace lo que quiere cuando le da la gana”, y yo digo que es algo que a veces se ralentiza y a veces se embala, que va al compás del corazón. En fin, filosofías, pero no quiero hablar del tiempo, no de ese tiempo que se utiliza cuando no se tiene nada que decir y yo, modestias aparte, casi siempre suelo tener algo qué decir.
Pero puede estar algo relacionado, porque esa dimensión elástica me ha tocado de lleno en mi tierra cántabra; son días bucólicos, casi pastoriles, en estos “valles del silencio” que son los arropados por los montes del Pas, río que atraviesa, como si fuera la altura de un triángulo, esta comunidad autónoma uniprovincial que se llama Cantabria, para mí al norte de todos los nortes. Pensaba yo, el otro día, que ser una provincia tiene sus ventajas, el centralismo no se discute y todos sus habitantes, vivan donde vivan, reconocen su unicidad. Andalucía con ser tan grande está totalmente centralizada, prueba de ello es que todavía me tengo que poner displicente, también aquí, cuando sólo me hablan de Sevilla y Cádiz y desconocen el resto de nuestras provincias. “Vienes de Andalucía. De dónde, ¿de Sevilla? ¿De Cádiz? Imaginaros la poca gracia que me hace, y contesto, sí, mientras le hago un brindis mental a mi sur de todos los sures, a Jaén, a Almería, a Granada, mi mar del Sur…
Eso no pasa en Cantabria, por eso quiero contaros algo de cómo es la vida tan lejos de la nuestra. Es otro mundo, es una comunidad esencialmente rural, el clima, la orografía, la gente, la idiosincrasia, casi todo es diferente. Yo soy de ciudad, la que recorro todos los años con mi andar de calcetines blancos viéndolo todo muy pequeño, pero ahora tiendo hacia el pueblo de mis mayores, hacia un pueblo pequeño y precioso, con pradería verde por doquier, vacas paciendo con una tranquilidad pasmosa, ni se inmutan. Yo suelo decir que las vacas ni sienten ni padecen, que son tontas, pero quien sabe de eso me dice que las verdaderamente tontas son las gallinas y ya ni se me ocurre decir nada, aunque siga pensando que las vacas son testarudas y cabezonas, “tasugas” como aquí dicen. Pero con leche, carne, huevos y “praos”… ¿dónde está el paro? La verdad es que no se ve por aquí mucho paro, no hay una recesión evidente, todo parece estar igual y así es por esa dedicación ancestral a la ganadería vacuna, sus pequeñas parcelas minifundistas y sus huertas. No hay hambre, en un pueblo hay menos hambre, el dinero corre más lento pero siempre se puede volver al trueque y en la tranquilidad de sus gentes se nota que lo saben.
Aparte de la capital, Santander, que es de las ciudades más bonitas y elegantes de España, y no porque yo lo diga, yo desciendo del valle del Pas, de la tierra de los pasiegos. Los pasiegos son una etnia muy antigua, no son aquellos primitivos del cuaternario de quienes solo quedan las múltiples cuevas, ni son aquellos de las montañas que resistieron ante los romanos, los últimos en ser dominados y que recibieron el nombre de cant-iberi y por ellos su mar, todo el mar. Los pasiegos pueden remontar de la Edad Media, quizá moriscos, quizá judíos, que encontraron un valle recóndito, antes inaccesible, al que domesticar y donde sobrevivir. Dedicados a sus “praos”, a sus vacas lecheras y a sus cabañas, mantienen una forma de ser bastante característica. Eran gentes listas como el hambre de las que queda la amabilidad, la laboriosidad y el ensimismamiento. Queda la sonrisa contemplativa mientras siguen a lo suyo; yo suelo decir, en mi calidad de espectadora, que van completamente a su bola, que todo les viene bien, tanto si vas como si vienes. Sus “noes” y sus “síes” son categóricos, dicen: ¡Ah, no, no! O ¡Ah, sí, sí! Lo repiten así y no hay más que hablar. Andalucía da un poco más de margen, o de explicaciones o de consuelos.
Los pasiegos originalmente vivían en cabañas, ahora ya rehabilitadas para el turismo, diseminadas por sus montañas tapizadas de verde, en lo escarpado y en lo pendiente, donde primero llegan las nubes bajas que presagian esa lluvia fina que cala pero no empapa. Subiendo a lo alto o bajando al valle, con su palo para saltar ríos, su dalle y su cuévano para cargar la “yerba” que siegan, hombres y mujeres fueron humanizando estos montes del Pas hasta convertirlos en uno de los paisajes más bellos que se puedan visitar. Hombres y mujeres trabajan a la par, desde el amanecer que es el primer ordeño, antes de sacar las vacas a pacer, hasta el atardecer que es el último, cuando las han recogido. En medio, los hombres a sus mercados los miércoles y las mujeres ejerciendo su matriarcado. Cuando pienso en este matriarcado sé que sirve para trabajar más, siempre algo más, tiene ese plus mientras el hombre toma su chiquito o su café y juega a “la flor” con las cartas, bajo su boina ladeada. Las mujeres fueron las mejores amas de cría de la corte, de siempre, aquí hay buena leche y buena carne y de lo que se come se cría, nunca he tenido la menor duda. Ya no quedan muchos autóctonos pero sí su economía ganadera, sus descendientes, sus costumbres y su habla, un habla cantarina, una mirada picarona, que todo lo termina en “u”, en “i”, en “uco” o “uca”, un cierre de boca que va más allá, o más acá y que saben que volverás aunque cuando lo hagas, parezca, para todo, que te fuiste el día de antes. Acabas pensando que lo principal se dice de momento, no rizan el rizo para nada. La elasticidad del tiempo es aquí proverbial, yo he llegado a creer que está hecho por ellos y ellas. Y a poco que te dejes, porque la suavidad del clima te lleva a su terreno, acabas haciendo lo mismo. Por eso está bien volver al sol, a la calidez, a rizar rizos, a hablar alto, a una sonrisa abierta y no acabada en “u”.
Este verano he leído “el ´último judío”, que os recomiendo, y me ha dado por pensar que yo aquí tengo a “la última pasiega”, una mujeruca de casi cien años que conserva todo esto que os digo. Siempre me la llevo en el recuerdo cuando vuelvo hacia el contraste, temiendo que sea una verdadera despedida. Cuando me voy me dice, como mi padre: “Sí, vete, vete, tú eres de las que vuelves”. Siempre me enseña algo, que el clima te enferma o te cura, te amuerma o te revitaliza, te relaja o te enerva y que “ya no son años” para ciertas cosas.
Y así, entre la elasticidad del tiempo y la tenacidad del clima no me extraña que la donación permanente del calor y el sol de Andalucía me hayan cambiado, aunque siempre tenga en un lugar interno, algo en lo que me reconozco.
Bella estampa montañesa que atrapa el sentimiento del Valle del Pas. He disfrutado leyéndola y además me ha suscitado volver a aquel norte embriagador y sugerente. Saludos
Felicidades Sr. Mercedes, en un momento me he sentido dentro del valle rodeado de los montes del Pas y de sus gentes sencillas y laboriosas. Se agradece por lo refrescante, lo bien escrito y el cariño que le pone tanto a su tierra de origen, a sus gentes y sus costumbres, como a la que habita en este Sur sufrido y algo ruidoso, pero siempre acogedor. Bien venida de nuevo.
Gracias, crítico,me alegra tu bienvenida, tengo ganas de disfrutar de mi casa y de mi gente de nuevo después de este paréntesis veraniego en el que cada día os he echado de menos.
Sra. Rueda, sencillamente hermoso y bucólico, como bien lo define en el título.
«Bienvenida al caló»
Mi ego está suficientemente alto, pero alucino de ver como a alguien le puede desagradar mi comentario…Pero, no se preocupe, game over…
Maestro Ad Contrarium, hay gente pa tó.
El estreñimiento mental genera un caldo de cultivo con muy mala fondinga (tradúzcase por leche)
Hay gente rechaza a otra persona, no por lo que esta persona dice, sino por ser quien es o por ser amigo de alguien a quien se le tiene tirria.
Yo a esta gente, si fuera médico, les recetaría un laxante.
Que pase un excelente día.
Y a quien le ha votado negativo, que también pase un feliz día. Todos no somos iguales.
Ah, y recuerdos de Nemesio.
Muchas gracias por sus reconfortantes y escatológicas palbras Sr. Parrilla.
Yo también le deseo un buen día, a usted y a todos los que escriben en este foro, faltaría más.
Mercedes, he leído tu artículo y has estimulado varias emociones que tenía guardadas. La de visitar Cantabria de nuevo, que en esta ocasión no ha podido ser, pero que no debemos dejar en el olvido. Y otra a las mujeres ejerciendo su matriarcado, pues cuando era pequeño, mis padres tenían vacas estabuladas, que necesitaban mucho trabajo y recuerdo a mi padre ir a segar hierba para ellas, limpiar el establo…. Y la imagen de mi madre cuando todos descansábamos, ella tenía que limpiar los utensilios necesarios para el ordeño y posterior almacenamiento de la leche. En fin, cuanto han trabajado y se han sacrificado mis padres para que mi hermana y yo tuviésemos un futuro mejor, nunca se lo podremos pagar, entre otras cosas porque el amor no tiene precio.
Sus melancólicos recuerdos de su Cantabria natal, han traído a mi cabeza lecturas de mi adolescencia como Peñas Arriba del gran José Mª de Pereda.
Conozco Santander, Castro Urdiales, Laredo, la zona de Potes y Fuente De, pero le prometo que a poco que pueda mi economía, visitaré el valle del Pas, si es como lo describe Ud., ha de ser maravilloso
Han sido muchas veces las que hemos hablado de hacer contigo un viaje a tu tierra natal.
De ella guardo unos recuerdos imborrables y una experiencia gastronómica inmejorable,
Eres una privilegiada por haber nacido en esa tierra tan bella y acogedora.
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