Si algo envidiamos, los que ya hemos pasado de los 60 o estamos en los sesenta y muchos, es el tesoro de la juventud, ese tesoro que los jóvenes no saben que poseen, y que no es más que el tener una vida por delante, y que es su esfuerzo, su valía, su constancia, su ilusión la que les han de hacer conseguir unas metas y objetivos plenos de justicia y armonía. Nosotros las personas mayores, ya no somos los protagonistas de esa película que es la vida, nuestro papel es secundario, el tesoro vuelvo a insistir es de ellos aunque no sepan que lo poseen.

A lo largo de nuestra vida, los que hemos llegado a la edad mencionada, nos hemos dejado en pos del tesoro, nuestras ilusiones, nuestra utopía, nuestro trabajo, nuestras esperanzas y no son todos los que han conseguido acariciar el ansiado tesoro, por ello y pese a ser actores secundarios, estamos en la obligación de aconsejar y asesorar a los que nos siguen, para que ellos puedan disfrutar un poco más de ese tesoro, que han de conquistar con honradez y respeto y que no es otro que la satisfacción del deber cumplido.

Vivimos unos tiempos, francamente difíciles, en más de una ocasión, ya he expresado mis opiniones en este foro, de que ninguno estamos libres de culpa de la situación actual, la verdad es que la sociedad en la que vivimos estuvo tan sujeta en tiempos de la dictadura, que nos desmadramos todos, con la llegada de la democracia, el cúmulo de libertades el cúmulo de derechos, nos hizo olvidar, nuestra obligaciones, hasta el punto que ni los gobiernos de uno u otro signo, supieron hacer de buenos padres de familia, y esto ha dado origen a que nuestros jóvenes, que son los dueños del tesoro, son los dueños de una futura felicidad, se vean en estos momentos, tristes cabizbajos, mordiéndose el puño, y nosotros sus mayores, sin poderles dar un ápice de esperanza. ¿Qué hemos hecho mal?

Reflexionemos un poco sobre ello, porque si no conocemos los males ¿Cómo los podremos paliar o combatir?

Ustedes y me dirijo a los de mi generación, han jugado a las canicas, han saltado a la comba junto con las niñas, a las que pícaramente intentábamos ver las piernas. Señores, hemos creado una juventud materialista, educadores y padres hemos caído en la trampa que el consumismo nos ha tendido, y hemos repetido hasta la saciedad la frase “queremos lo mejor para nuestros hijos” Pero, ¿Qué es lo mejor?

Es lo mejor, ver a un niño de cinco años, haciendo travesuras propias de su edad, o que se porte muy bien y este calladito, con una maquinita, de la que no retira la vista ni para contestar las preguntas que se le hacen. Lo digo porque en los últimos días he conocido a dos jovencitos de esa edad, en Barcelona y Cartagena, hijos de sobrinas, que eran muy buenos, mientras la madre les daba la maquinita, y las mamás de ambos dijeron lo mismo, mientras están con la máquina no molestan. Eso no es lo mejor, por ahí se empieza la educación en el materialismo.

Y luego vienen las primeras comuniones, verdaderos fastos, en que los padres montan la fiesta, en un ejercicio de apariencia y de soberbia supina, cuando si de verdad creen en la Iglesia, esa primera comunión debería ser un ejercicio de espiritualidad, íntimo y no una gran fiestorra, en la que el niño recibe la Wii o una Play o una PSP, o las tres cosas, mientras los padres, parientes y amigos disfrutan de una buena vianda y de la barra libre a poder ser de varias horas, con un materialismo ilógico en los tiempos actuales.

Esos mismos padres, que con el paso del tiempo, cuando se enteran que su hijo o hija con catorce años, se han ido de botellón con los amigos, son capaces, incluso de soltarles un bofetón y prohibirles las salidas, quebrantando lo más sagrado que tiene un adolescente, su libertad. Sin darse cuenta que son ellos los padres, los principales culpables, porque a lo largo de la corta vida de los chavales, los han introducido en un materialismo rabioso, muchas veces con el ejemplo.

El terrible consumismo en que ha caído la sociedad, olvidando la sencillez de las cosas, el simple placer de la mirada; entregándonos a un materialismo lúdico ha sido el peor de los errores en que nos hemos podido enfangar.

Hay que volver a jugar a las canicas, hay que volver a saltar a la comba, hay que jugar otra vez al escondite, nuestra infancia, nuestra juventud, ha de volver con nuestro consejo, a recuperar el sentido del juego en colectividad, debería de darse al dinero otro sentido, y que este no fuese el único sentido para guiar a los jóvenes. Habría que resucitar la palabra vocación, habría que resucitar el orgullo de hacer una talla de madera, una reja de hierro, lo mismo que los planos de un arquitecto. Todos quieren ser informáticos, no encuentro un joven que diga que quiere ser ebanista, o que quiera ser especialista en forja. Alguno habrá pero yo no lo conozco.

Creo en la juventud, pero debemos aconsejarles y aconsejarles bien, ese tesoro tan preciado que tienen, que es su vida, debe llegar a buen puerto, con menos materialismo y mayor sentido espiritual, lo cual no quiere decir estrictamente religioso, el que sepan darse a los demás es el camino correcto.

Quiero precisar que no estoy en contra de las celebraciones, de cualquier tipo, pero tenemos que tener un exquisito cuidado porque nos movemos en arenas muy movedizas, que pueden acabar tragándonos.

Mi idea, al hablar de “El Tesoro de la Juventud” no era otra que homenajear a mis diecisiete viejos libros, que fueron mi mejor regalo de primera comunión, hace ya cincuenta y siete años, pero claro he quedado un poco desfasado, ahora no se regalan libros, se regalan ordenadores. Bueno no obstante mi homenaje.

Canicas - Foto: Paula (Licencia Creative Commons 2.0.)

Canicas – Foto: Paula (Licencia Creative Commons 2.0.)