Quedó sola aquella silla de anea y luna.
Las calles desiertas, las puertas cerradas,
la noche sin sombras, ni luces,
que adornen el firmamento.
Caballos blancos desbocados
con su trotar enrarecido,
absorben las voces del pasado
destronando reyes, derrumbando fortalezas;
tertulias que emergían en la noche y
que ocultaban a los amantes en las esquinas.
Caballos que evocan al tiempo,
desmiembran sus patas por las arrugas.
Llegó el futuro cargado de pena
y la penumbra la escena borró,
quedando sola, aquella silla, de anea y luna.