Ayer llamé al Papa Ratzinger. No fue para consultarle ninguna duda teológica, desgraciadamente, cada vez tengo menos; fue para rogarle que rectificara en la afirmación que ha hecho en su último libro acerca de la inexistencia, en el Portal de Belén, de la Mula y del Buey. A tan alto personaje intenté pedirle, por el bien de muchos niños, que en breve se van a frustrar cuando echen mano del Belén y no les podamos poner tan egregios animales, que por favor escribiera una fe de erratas diciendo que ha sido un problema tipográfico, o de los traductores, que sí que estaban los animales en cuestión, aunque sea en un tercer o cuarto plano, incluso echando una siestecita, pero que no destruya la ilusión de tantas y tantas criaturas que lo que más disfrutan del Portal, amén del niño, es del hombre cagando y de la Mula y el Buey.

Y no sólo niños. ¿Cómo le cuento yo a mi madre, mujer octogenaria, bastante enferma, creyente en la fe cristiana desde su más tierna infancia, que la Mula y el Buey no van a calentar al Niño Jesús con su aliento al nacer? Ella fue quién así me lo enseñó y, durante bastantes años, colmaron mi felicidad por Navidad. La pobre ya se llevó un chascó cuando Juan Pablo II eliminó de un plumazo el Limbo. ¿Dónde estarán las almas de los niños que murieron sin bautizar?, se estuvo preguntando durante años.

Como adultos, seamos creyentes o no, todos sabemos que los personajes en cuestión son irrelevantes en cuanto al cristianismo, pero la ilusión, en los tiempos que corren, no debería cercenarse de un zarpazo, como ha hecho Benedicto XVI, que podía haberse esperado a que pasaran las fiestas navideñas, y al año próximo ya nadie se acordaría de ello, o haber hecho un poquito de trampa a la inspiración divina, y habérselo callado, como un secreto entre Dios y Él.

Ya no hablaré de las pérdidas económicas de fabricantes de figuritas de Navidad, ni de qué harán los famosos Belenes venecianos con sus mulas y sus bueyes. Ya imagino, en un futuro no muy lejano, y con la picaresca que nos caracteriza, un mercado negro de Mulas y Bueyes, dónde las más valiosas serán las de cerámica, sin duda, por su fragilidad.

Ni tampoco mencionaré la preocupación que muchos tendrán al respecto. ¿Dónde van a ir esos dos seres de más de 2000 años de edad? ¿Y sus réplicas? ¿Quién los va a contratar, a tan avanzada edad, con tan poca formación? ¿Tendrán que seguir pagando la hipoteca del Portal? Los pobres animales, sin la opción de formar parte de una orquesta como la de “los Músicos de Bremen”, están condenados a ingresar en las filas de parados y acelerar la llegada a la escandalosa cifra de 6000000. Pero, ¿a quién le puede importar este pequeño dato estadístico? Lo verdaderamente relevante es la desaparición en el Belén de nuestros protagonistas.

Se me ocurre que si los expertos diseñaran un videojuego donde los héroes fueran la Mula y el Buey, o un fondo de pantalla para una blackberry, en sus diferentes formatos, o un cantante famoso le dedicara una copla, quizá no estarían tan condenados al olvido como meros números más en la cola del INEM.

A lo mejor, si los medios de comunicación no le hubieran dado tanta importancia, la mayoría de los ciudadanos no nos habríamos enterado y, ya se sabe, ojos que no ven…

Como su Santidad no se puso al teléfono, no pude hacerle partícipe de mi inquietud. Claro, quién soy yo para pedir audiencia al Papa, me dije. Entonces, vislumbre una luminaria. Si se creara una asociación pro mulas y bueyes del Belén, algo parecido a la de “Liberad a los Enanos de Jardín”, a lo mejor seríamos capaces de recoger las firmas suficientes y enviarlas al Vaticano para intentar lograr que Ratzinger cambiara de opinión.

A pesar de sentirme como Santo Tomás, con gran escepticismo, me niego a renunciar a unos iconos que han formado parte de mi vida y de la de tantos seres humanos a lo largo de los siglos y con fe ciega en la Humanidad, hago desde aquí un llamamiento para que la ciudadanía se organice y, entre todos, salvemos a los cuadrúpedos del olvido.

Belén de la Hermandad de los Estudiantes 2011