Estamos estrenando noviembre, un mes que a lo mejor no debería gustar, pero a mí me gusta aunque no tiene ningún misterio: nací en él y eso ya lo hace algo más cercano. Pero después de esta concesión a la confianza, no en vano nos tratamos todas las semanas, tenía que pensar de qué os hablaría hoy de manera que aunque mezcle peras con manzanas, es verdad que queda mejor que decir churras con merinas, tuviéramos tema de conversación para unos días, enriqueciendo nuestra parcialidad y nuestra opinión nunca completa y tan necesitada de equilibrio.
Y en esas estaba cuando no es que lo pensé, lo oí… “¿No es verdad, ángel de amor, que en esta apartada orilla, más pura la luna brilla, y se respira mejor?” Un placer estético me invadió como solución a lo que compartiría con vosotros. ¿No os dais cuenta de que en tan pocas palabras todo te acerca a la verdad, a lo apartado, a la luna y a la vida? Es difícil no sentirse subyugada por estas palabras, comprendo a Doña Inés. A partir de ahí la elocuencia poética: paloma mía, gacela mía, estrella mía, se hace interminable, de tal manera que la amada no puede decir ni pío, aunque le mande callar “por compasión” y me lo creo, y cuando al fin la deja contestar dice aquello paradigmático de: “Don Juan, don Juan, yo lo imploro, o arráncame el corazón, o ámame, porque te adoro”. Tengo que deciros que disfruté como hacía tiempo mientras volví a leer estos versos impresionantes y hasta volví a ver uno de los Estudios 1 de aquellos tiempos que se dedicaban todos los primeros de noviembre a Don Juan Tenorio. No me preocupa que alguien pueda decir que estoy nostálgica, no es eso, es simplemente cultura y estas palabras tienen, o deberían tener, la misma vigencia hoy que en 1.844 y antes.
Os confesaré que a mí lo de Halloween no me gusta, pero nada de nada. Reconozco que hay costumbres pero esa no es nuestra, me pone casi hasta de mal humor. No tenemos nada que ver con las costumbres celtas, que están bien para quien las siente e incluso son curiosas, se disfrazan pero de muertos o zombis o calabazas, utilizan los colores naranja, negro y morado, se hacen bromas, hogueras… Una noche de brujas que entró en nuestras costumbres a través del cine y la televisión y ya parece que es impepinable que lo hagamos así.
Por otra parte nosotros celebramos la fiesta de Todos los Santos, que a un Papa se le ocurrió cumplir con el santoral de una tacada para compensar a los mártires que ya no cabían en el calendario, lo que pasa es que a mí me frustra que lo solapemos con el recuerdo a los difuntos que es el día 2 de toda la vida por lo que ya el día 1, y antes, menudo trajín nos traemos con los cementerios para engalanarlos y sí, realmente recordar a los que se nos han ido. No deja de ser una costumbre que moviliza a todo un país, supongo que incluidos los catalanes y los vascos, para arreglar los camposantos y después comer huesos de santo, gachas y hacer alguna broma que otra. Al final voy a convenir que las dos celebraciones tienen algo que ver en cuanto a configurarse en torno a la muerte y a las meigas que a lo mejor haberlas, haylas.
Y con Don Juan también tiene que ver. Respeto cada opción pero para no complicarme la vida me he quedado con Don Juan, lo veo como un personaje literario, con alguna similitud con algunos hombres, un personaje como Don Quijote, que por considerarlo nuestro le tenemos cariño aunque no le hagamos mucho caso, al menos las mujeres, porque de ninguno nos podríamos fiar y no somos tan tontas como nos han querido retratar en esa doña Inés, tal vez un poco cursi, que me produce la sensación de una presa fácil por tres palabras más o menos bonitas, aunque incandescentes palabras. Del mito de don Juan supongo que habría mucho que hablar. Yo pensaba que era un prototipo español por esa forma de estar en la vida de algunos hombres nuestros aunque luego después pensé que los hombre sois hombres ante todo, sin nacionalidad separatista, promiscuos con las mujeres, conquistadores, fanfarrones, arrojados, por eso resulta que ha trascendido fronteras y ateniéndonos a la obra, a los antifaces, a que se convoca a muertos y aparecen, pues todo puede tener que ver con la efeméride de hoy. La verdad es que los autores españoles son los que más han recurrido a este mito, solemos crear mitos, aunque Moliere, Merimé, Mozart y muchos otros también lo ensalzaron hasta en la música y en el cine. Pero no hay ninguno, para mí, estilística y literariamente hablando, mejor que el de Zorrilla en pleno Romanticismo.
El caso es que a lo mejor no “procede“ mucho hablar de Don Juan en estos tiempos. Por un lado las mujeres más liberadas, que ya no nos fiamos ni un pelo, diríamos que nos traen al fresco los donjuanes, y por otro los hombres tal vez no quieran ser considerados tan carpetovetónicos, no sé, pero el caso es que mitificado o desmitificado, ensalzado o menospreciado, sigue existiendo el mito de don Juan y la belleza de la obra que lo mitifica.
Lo que os decía, es un paseo por nuestra cultura que los jóvenes debían compaginar con su halloween ya que es lo que les mola, lo que siento es que la ignorancia va ganando adeptos. Si a algún joven le dijéramos hoy que Don Juan Tenorio se representaba en estas fechas, seguramente nos diría: “¿Y ese quién es?” Y no sabéis lo que me duele el desconocimiento de los paradigmas de nuestro acervo cultural. Yo les diría que Don Juan era un pendenciero, un chulo, un bravucón que se jactaba de conseguirlo todo, que no respetaba nada y que como le faltaba enamorar a una novicia (esperad a ver si saben lo que es una novicia) pues encandiló a doña Inés de tal manera que la conquistó, tampoco sabrán que entonces a las mujeres las recluían en un convento por menos de nada y que no tenía que ser tanta la tentación en la que no cayeran, a lo mejor podría haber sido uno cualquiera… ¡Pobre don Juan! Bueno, pues después todo se lía, mata a gente y tiene que irse. Vuelve a los pocos años y como todos han muerto, los convoca, así de chulo él y se le presentan, todo en un ambiente típico del romanticismo con cementerios y tenebrosidades. ¿Al final? Pues les diría a los jóvenes que se lo leyeran e incluso lo representaran, se lo pasarían guay incluso vestidos con calabazas, que es lo que yo les daría por no saber nada de nada.
En fin, que si en algo tiene que ver el don Juan, por acertar en algo con esta época, es que personifica la crisis de ideales, la desilusión, el tomar la vida como un juego en la que vamos a estar siempre y esa resistencia a rendirse que hace aflorar la bravuconería, porque al fin y a la postre doña Inés le salva, le tranquiliza, le serena, le transforma en que no hay un don Juan si no se está enamorado, aunque sea de lo impalpable o contra sí mismo.
“Llamé al cielo y no me oyó, y pues sus puertas me cierra, de mis pasos en la tierra, responda el cielo, no yo”. Me encanta, un descreído ve cielo, puertas, ánimo de cerrarlas y reconocimiento de que ese cielo en el que no cree, le puede responder. Pues cuidado que responde.
Deseo que muchos donjuanes encuentren a alguna doñainés, no diría tanto de que una donainés encuentre algún donjuán… ¡Menudo trabajo!

Don Juan Tenorio – Foto: JUAN RAMON RODRIGUEZ SOSA (Licencia Creative Commons)