Tengo mis labios sellados,
mi corazón enjuto, mis sentimientos secos.

Luces de oro y plata, lloran la pena de tu ausencia,
y marcan los pasos de mi cansina agonía.
A golpe de corazón, indican el camino de mi calvario.

Maldito el día, maldita la tarde, maldita la noche, maldita…
Malditas tus manos que tomaron mi cuerpo,
tus ojos que miraron los míos,
tus labios que cantaron mi nombre,
tu dulce voz,
tu dulce boca,
tú, dulce.
Y giro.

Y todo me devuelve a ti,
a tu risa, a tu boca… a ti.

Y te repites en mi cabeza
como la canción de la radio,
como piar de pájaro,
como la brisa que trae tu esencia,
como el hormigueo de mi piel, cuando cae tu mano.

Y vuelves, y nace la duda.
Y vuelves… Y vuelves.

Herida de muerte.
Impregnada de ti.
Luchando por el olvido.
Sin vuelta atrás.
Un adiós de hojas de rosas de caramelo,
de mis manos, a un cofre de flores.
¡Oh, tristeza infinita!
¡Oh, tu boca sin fin!
¡Oh, constancia eterna!

Foto:  Carlos Adampol Licencia CC