Una casa se asienta
en los ojos
que celan nuestros sueños
en las manos
que espantan el miedo
en las caricias
que nos dan vuelo.
Una casa se viste de fiesta
con geranios eternos de alegría.
La casa que fuimos
ya no tiene espejos
donde se miren
nuestros recuerdos.
Sombras amarillas de un sol lejano
batallan por librarse del tiempo
ciego de arena y sediento.
La casa que fuimos ya no tiene espejos…

La casa que fuimos... Foto: Jordi Casasempere