En la aventura de ir caminando por la vida, nunca sabremos donde se encontrará el muro que nos impida seguir avanzando y que consiguientemente pondrá fin a este viaje.

Aunque lo importante es “llegar a la cima y seguir subiendo” como expresa en una de sus obras Jorge Bucay.
Pero en la etapa de ese camino del que ya intuimos su final por propia ley natural, el hombre puede encontrarse solo de muchas maneras. Una, porque haya sido un solitario, sin necesidad apenas de los demás. Ésta es una soledad buscada y no tiene mucho más comentario.
Otra, por una soledad impuesta, de la que no ha podido o no ha sabido salir a tiempo. Triste. Quizá una de las soledades más penosas que un ser humano pueda soportar si no se tiene ningún “bastón” en el que apoyarse. La soledad del arrinconamiento por parte de los demás y sin duda la más fuerte, la más sangrante, la más inhumana; aquella que se produce en una etapa de la vida, en la que hartos de dar todo a los que nos rodean y a la sociedad en general, ya no se sirve para nada, sólo para molestar a los nuestros.

Lógicamente, esto no se puede generalizar, pues existen todavía bastantes hogares en los que los abuelos son un referente para toda la unidad familiar, en las que el valor del cariño a quienes nos dieron la vida, ondea al viento con toda fuerza. Conozco bastantes casos así gracias a Dios, vivan estos mayores con sus hijos o estén alojados en alguna institución geriátrica por estricta necesidad familiar o de salud.

En otros casos, los abuelos ya son un estorbo en las casas, porque sus limitaciones son un freno para el desarrollo de la actividad normal del hogar.

Muchos,”molestan” a los niños con sus regaños casi continuos, cosa que a los padres en la mayoría de los casos no les sienta nada bien; repiten las cosas cada cinco minutos y nos producen dolor de cabeza. Otros, ligeramente enfermos nos impiden salir con las parejas amigas, de paseo o a tomar una caña. En el mejor de los casos, hay que hacer guardia en casa para que todos podamos disfrutar de la calle…

Lógicamente, si como consecuencia de una enfermedad entran en una situación irreversible y se encuentran ingresados en un hospital, entonces sí que sería recomendable una institución geriátrica, para su atención médica. Pero a algunos de nuestros mayores sin estar enfermos los vemos rodar como baúles pasados de época que todos rechazan. Este mes me toca a mí, pero los dos meses siguientes te toca a ti. Los viejos nos sobran en muchos hogares. ¿Se dan Vds. cuenta donde hemos llegado? No sé qué valores humanos, familiares, estamos a transmitiendo a nuestros hijos, puede que pocos.

Una civilización como la nuestra (con el peligro que conlleva generalizar) en el amanecer del tercer milenio, no soporta a quienes antes dieron y entregaron toda su vida por sus hijos, esto es, por nosotros.
Pero quizá no hayamos caído en que lo que sembramos recogemos y un día seamos quienes hemos carecido de conciencia y de alma, los que estemos de más en el hogar de nuestros hijos, que no tendrán el más mínimo escrúpulo en largarnos fuera de su casa, cuando no podamos valernos, porque a la postre es lo que han visto, lo que le hemos enseñado.

Quizá sea ese amor tan ciego a nuestros hijos, cosa de otra parte natural, el que haga olvidarnos del amor hacia quienes nos dieron la vida, ejerciendo ellos una paternidad y maternidad responsable y también en muchos casos, desviviéndose por nosotros en épocas tan duras anteriormente.
Estos amores a padres e hijos, no son excluyentes, es más, son complementarios y necesarios, porque interactúan dirigiéndose hacia nosotros. Es lamentable que un mundo en continuo progreso, casi sólo se ocupe de lo material, retrocediendo vertiginosamente en los valores que definen nuestro género, un género al que todavía con esperanza, llamo humano.

"Vivir tranquilo" - Foto: Jordi Casasempere