Permítanme que comparta hoy mis sentimientos sobre el amor que rodea nuestra vida y del que muchas veces, aún inundados de él, pasa inconscientemente por nosotros sin saber saborearlo, sin disfrutarlo.
Como soporte que me permita realizar este artículo en el silencio absoluto, he colocado de fondo dos obras musicales. Una de ellas es el “Concierto nº 2 de Rachmaninov” y la otra, el Concierto nº 5 de Beethoven, titulado “Emperador”. En ambas, sus movimientos centrales son sublimes. Les sugiero a quienes no los conozcan, que los escuchen porque elevan el espíritu.
Pero volviendo al tema del amor, he de decir, que he tenido mucha suerte en la vida por la clase de personas que me han envuelto y han hecho que me desarrolle cada vez más como ser humano a pesar de mis contradicciones. El mérito no es mío, en absoluto, sino de estas gentes que en muchas, en infinidad de ocasiones, han conseguido con su comportamiento y ejemplo, sacar de mí lo mejor que podía dar y cambiar un día gris por otro radiante, bañado por el sol de la esperanza, del amor y del apego hacia mis semejantes.
Desde que conocí a mi esposa Áurea, intuí que era la persona con la que compartiría mi vida, pero jamás podía pensar que llegaría a amarla de esta manera. Ella es bondad, firmeza, entereza, seguridad y afectuosidad para mi alma. Transcurridos ya 34 años de matrimonio, mi amor por ella se acrecienta día a día.
Me ha dado lo mejor que tiene de ella misma y cuatro hijos que irradian felicidad y cariño por los cuatro costados a pesar de cómo está la vida. El último, nuestro hijo Buley, maravilloso hijo saharaui en acogida permanente, no estaría con nosotros si no hubiese sido por el tesón de ella y que nos tiene alucinados a todos. Digo sinceramente, que el día que mi esposa desaparezca de este mundo, si a ella le toca antes que a mí, yo me voy con ella.
Hemos tenido días aciagos, adversos, duros, azarosos, pero siempre hemos sabido comunicarnos. Casi nunca, durante estos años, hemos dejado los reproches de un día para otro. Hemos aprendido a compartir nuestros afectos, nuestros desafectos, nuestros enfados… Así de una forma clara y sincera, permisiva con nuestros errores, estimulante con nuestros aciertos, hemos conseguido salir adelante en tiempos pantanosos para el alma.
Ambos, hemos tenido la suerte, posiblemente una suerte muy buscada, de saber respetarnos, de mirarnos mutuamente en el “otro” en la “otra” y de tener la conciencia de que cada uno de nosotros por separado, somos más vulnerables frente a la vida que si unimos nuestros eslabones, para formar la cadena de nuestro amor, de nuestra familia.
Una familia que nunca ha intentado ser endogámica, es decir, de mirar sólo de puertas para adentro. Porque todos y cada uno de nosotros, padres e hijos, hemos llegado a saber, a comprender gracias a nuestra voluntad de compartir los sentimientos, que el cariño, el amor, se crea y se potencia en el hogar. Pero es baldío si ese amor, ese afecto, no lo vuelcas en los demás; esto es, de puertas para fuera.
Siempre ocurre y pienso que no es vana o retórica, la emoción que me invade cuando asisto a una boda religiosa o civil, la lectura de la misiva de San Pablo a los Corintios (ya se hace en bodas civiles) hablando del Amor en la que dice: “ El Amor es permisivo….no lleva cuentas del mal…. confía siempre, espera siempre, perdona siempre”. Porque el Amor, no es patrimonio exclusivo de ninguna religión. O sí, acaso la locura del amor al hermano.
Me da mucha pena que padres y madres sanos, sanísimos, ante los reveses de la vida, digan algo tan demasiado oído: “ A nosotros sólo nos importan nuestros hijos, la familia. Y el mundo que se fastidie”.
Es necesario saber, querer perdonar a quienes nos han hecho daño, quizá demasiado daño en la vida. Vivimos en un mundo de crispación, plagado de rencores y odios que no nos conducen a nada.
Hemos de desterrar la venganza, porque aunque se diga que la venganza es un plato que se sirve en frío, este sentimiento de odio nos humilla como personas, haciéndonos un daño indecible. Somos conscientes en mi casa, que estos sentimientos destruyen al ser humano y por eso nosotros no estamos dispuestos a instalarnos en el odio.
Es necesario urgentemente, tender “puentes de diálogo” con aquellos que nos han dañado y eso no significa que seamos débiles quienes pensamos así, todo lo contrario, nos demostramos a nosotros mismos, una tremenda fortaleza en las decisiones y actitudes de perdonar a quienes nos han herido. Porque hay que trabajar para que desaparezca el odio y el desprecio entre los seres humanos y eso sólo se consigue tratando a los demás con tolerancia y respeto.
Lo más cómodo, lo más fácil, es entrar en la cadena del odio y la venganza, pero esto nos destroza personalmente, nos anula como seres humanos. Se suele decir con demasiada frecuencia: “Perdono, pero no olvido”. Entonces es que no se ha perdonado, porque el perdón implica necesariamente el olvido. Otra cosa es que ya, uno no se sienta a gusto con la persona o personas en cuestión, porque éstas no han dado el paso ni de aceptar, ni pedir ese perdón, quizá por egoísmo o por no sentirse en ridículo.
Hemos de conseguir que nuestro amor, nuestro afecto, viaje en primera, en clase preferente, porque si no, estos sentimientos afectivos quedan cojos. Hemos de trabajar por el cariño auténtico, sin esperar nada, sin exigir nada.
A todos, a mí el primero, nos falta bastante en esta carrera de fondo en la vida. “Cuando des, da sin medir, cuando recibas sé agradecido”.
Porque el reto, no es llegar a conseguir amar puntualmente, sino amar siempre con todas las fuerzas de nuestro corazón. Es urgente para todos y cada uno de nosotros compartir nuestros afectos. Hoy quería compartir esto con todos ustedes.

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