Hace algún tiempo, hablaba con un sacerdote franciscano, que precisamente no era de vanguardia, mayor ya, quizá curtido por una mentalidad nacional católica, pero al que no le faltaba razón cuando decía que la jerarquía de la iglesia, no había sabido conservar a la juventud en su seno y tampoco a la clase trabajadora.
Muchos años atrás, esta iglesia europea, española, sudamericana, ultra conservadora, que muchas veces miraba con buenos ojos a las dictaduras de derechas (sus alianzas históricas con los nazis, el fascismo italiano y español y los regímenes monstruosos de algunos países latinos lo demuestran), acogía en su seno a infinidad de movimientos eclesiales, los cuales, aún a pesar de no estar demasiado bien vistos, eran soportados por la jerarquía, como un mal menor en su seno.
Si se quiere, un mal necesario, para dar una imagen de progresía aún en los más duros tiempos de algunos dictadores.(Recuerden al Papa Juan PabloII dando la comunión a Pinochet).
Así, con esta política de cara a la galería, se soportaban posteriormente a comunidades cristianas formadas por estudiantes y trabajadores, sacerdotes, amas de casa y también teólogos, gente con una gran cultura y comprometida, donde estas teologías de la pobreza, tenían un reducido espacio a la sombra de la teología ortodoxa oficial.
Pero la iglesia, fue dándose cuenta del peligro de tener en su seno a estos “bárbaros herejes”, que en cualquier momento podían empezar a cuestionar lo atado y bien atado, sin darse, mejor dicho, sin querer darse cuenta, de que todos estos cristianos asumían por conciencia y obediencia responsable la autoridad jerarquizada oficial.
Pero este mal, fue dejando de ser necesario para la propia iglesia, ya que estas comunidades cristianas que intentaban vivir el Evangelio a la manera de Jesús empezaron a ser muy mal vistas y proscritas por la jerarquía que veía en ellas, el peligro de intentos de renovación del viciado aire de los párrocos y las parroquias nacional-católicas. Como consecuencia, se fue perdiendo organizadamente el poco compromiso renovador que apuntaba hacia nuevas teologías, en las que el pobre y la pobreza eran sus principales protagonistas y su sostén. Nunca las comunidades cristianas se separaron de la iglesia oficial, nunca la torpedearon, siempre asumieron y acataron los mandatos de sus obispos, reuniéndose en los propios salones parroquiales, claro está, de las parroquias cuyos sacerdotes estaban más comprometidos con el signo de los tiempos, interpretación de la teología liberadora, (no esclavizante) del Evangelio de Jesús.
Como cristiano, ya poco me importan los derroteros que tome la jerarquía de la iglesia, incapaz de cambiar, de evolucionar, pues toda ella huele a humedad, a manuscrito viejo, a modo apergaminado de vivir un Evangelio que tiene los mensajes suficientes y claros para liberar al ser humano de sus ataduras. Los jerarcas de la iglesia católica, aluden para quedar bien la mayoría de las veces, al Vaticano II, con su aire renovadamente eclesial, pero del que son incapaces de beber, pues si lo hiciesen, otros vientos correrían para la sociedad y para la propia iglesia, (recuerden la entrevista de Iñaki Gabilondo a Monseñor Blázquez, presidente de la Conferencia Episcopal que fue demoledoramente triste por parte de Monseñor Blázquez).
Hoy por desgracia, pocos sacerdotes, pocos obispos, provocan una actitud de obediencia consciente, pues la mayoría de las veces, la jerarquía eclesiástica es muy a su pesar, antitestimonio de la Verdad. Demasiado hemos sufrido muchos ya por esta iglesia que se pasa por el arco del triunfo el mensaje del Nazareno, preocupada solamente de cuatro banalidades y de algunos (demasiados quizá), meapilas de turno, que luego resultan ser los peores elementos de esta sociedad en la mayoría de los casos. La iglesia está descarriada, ha perdido el sendero de la virtud preocupándose únicamente de mantener su estructura y sus privilegios. Vive para ella misma de manera endogámica, sólo atenta a mantener y ampliar sus cotas de poder político. La iglesia jerárquica no da muestras claras de santidad, pues vive hipotecada por la podrida droga de poder (que ellos llaman temporal. Qué eufemismo). Ha perdido su Autoridad (o acaso nunca la tuvo), frente a la mayoría de lo que ellos llaman sus fieles. Perdieron a los trabajadores y sobre todo a la juventud. Nadie me va a convencer de que las multitudinarias asistencias de los jóvenes ante las visitas papales de antaño, tienen nada que ver con un renacer de la iglesia. Esto me suena a las concentraciones en la Plaza de Oriente en el esplendor franquista, donde se iba obligado o “estimulado obligatoriamente”. No eran tantos sus seguidores.
A la jerarquía de la iglesia siempre le ha importado más su supervivencia como institución, que difundir con claridad y verdad el mensaje de un Jesús liberador del hombre. Así les va, se están quedando sin fans. Hemos llegado a adorar al Crucificado, de manera que nos oculte a los tantísimos crucificados de hoy.
Es mi opinión como cristiano, miembro también de esa iglesia, a la que nunca he renunciado, que necesita una catarsis y volver a nacer de nuevo, en la frescura de un Evangelio capaz de liberar al hombre de sus ataduras, porque el Evangelio es Luz, Libertad, Esperanza, es Amor y desgraciadamente, tras dos mil años, aún no se han dado cuenta, no nos hemos dado cuenta.
Juan Parrilla Canales 2-11-24