Fotografía de Cristina Vizcaíno Fotografía vía Bodas.net
Hace unos días asistí a una boda y disfruté, pues rompí algún prejuicio al sentir que aquella cita cumplió bien sus fines. Y es que vivimos un presente en que las relaciones son de pareja con frecuencia son efímeras incluso entre personas con suficiente madurez. Para quienes hace más de medio siglo nos enamoramos, la separación o divorcio, que entonces aun no existía, era algo más traumático que hoy. Pese a que los usos sociales y la sexualidad han cambiado, en la familia y en la vida en general sigue habiendo, tal vez, insatisfacciones relativamente superables. A ese convencimiento llego al rememorar la ceremonia. Ya tenía en parte superado el prejuicio aun extendido sobre la excesiva garantía de las relaciones previas, pues no es oro todo lo que reluce ni todas las personas se las toman como experiencia previa a la familiar. Esta sociedad tan compleja hace más difícil la convivencia, y la de pareja más si cabe. Lo que yo viví aquel día resultó bastante esperanzador para mi, que soy un “cenizo” habitual, si el rito de paso familiar fuera por una senda parecida al de este. Veamos.
Que las tribus de dos contrayentes se reúnan para poner en común, de manera lo más completa posible que la ocasión permite, junto con quienes las convocan, cómo ven a los contrayentes y las condiciones en que deciden unir sus vidas, no puede ser más satisfactorio. Que la “tribu” haga un alto en el camino para repasar cómo se ha llegado hasta aquí, detallando los lazos que se han ido tejiendo incluso con los ausentes, que no quedan fuera de ése, ya, mayor sentir colectivo, la refuerza. Aquella anécdota significativa de la infancia, esa broma memorable, la pausa que se dieron para asegurar su proyecto en común, explicitar la conciencia de dificultades que esperan en el camino, en parte ya superadas con la cercanía del apoyo seguro,… constituyen un equipaje más completo de cara al futuro que puede ser incierto. Otra vez el cenizo. Sin embargo, no se puede haber pasado con más reflexión que por ese rito de paso, como el de aquellos antepasados en la noche de tiempos tan frágiles por atrasados. Sin olvidar otros aspectos, a los que por supuesto no se renuncian, como el reconocimiento civil, tan conveniente para lo económico y documental, como creencias que no faltaron ocasiones para expresarlas con la acogida cariñosa del conjunto, se va dando un paso más. Se va añadiendo a la alegría del siempre entrañable encuentro para abrazarnos, de comer, de beber, de bailar y de disfrutar, la ocasión para compartir de manera más explícita esos deseos de felicidad con el compromiso más participado. El compromiso para un camino algo más estable, no sólo la pareja, sino a las tribus que piensan en común. Recuerdo al efecto “Final feliz”, libro en el que Isaac Rosa, dice que incluso, después de un fracaso de pareja, un diálogo tan profundo, como el aquí glosado, puede ser útil y reparador.
Y es que, hablar escuchándonos directamente y con el máximo respeto, es el único camino de hacer frente a la vida con esperanza de momentos de felicidad, que felicidad a todas horas sería mucho pedir. Otra vez mi persistente pesimismo me ha dicho que no engañe ni me engañe a mí. Y es que lo que hemos visto positivo y conveniente en esta boda, debiera ser sólo algo más que flor o rito de un día. Esa escucha activa y comprometida, sí, con las cautelas y la crítica pertinentes, podría ir entrando cada vez más ámbitos o ritos esenciales. Sí, esos que acompañan al nacer y al morir, pero oficiados con verdadero compromiso en común. Estaría bien que el funeral de un familiar o amiga no sea el soliloquio de alguien que tal vez no conozca a la persona fenecida. Cuánto mejor sería la visión compartida que la tribu puede componer el positivo recuerdo indeleble de quien se fue y que no deja de ser parte de nuestra experiencia. Experiencia que nos llevaría a mejorar la vida de la tribu si en la próxima baja en la tribu logramos que ésta lo sea menos. Y qué decir de la acogida al nuevo miembro de la tribu. Sí. Algo que, sin ser excluyente con el soliloquio del bautismo, implique de verdad a la tribu. Será útil comunicar a la vecina que cuando oiga el llanto nocturno lo perciba como de la misma niña que le ha sonreído en la escalera. O también que será el habitante de este planeta en el que habrá de sobrevivir, si no lo hemos acabado de destrozar. Sí. Otra vez el cenizo recurrente de quien escribe. Y es que a la hora de tratar de ritos esenciales y de cómo ir avanzando en los mismos, a quien escribe se le ocurre mirar algo más allá. Será siempre entrañable y no negaré que algo comprometido. Qué se le va a hacer.