Cuenta Anthony de Mello en su libro “El Canto del pájaro” :

El discípulo se quejaba constantemente a su Maestro:
“No haces más que ocultarme el secreto último del Zen (Conocimiento).” Y se resistía a creer las consiguientes negativas del Maestro.
Un día, el Maestro se lo llevó a pasear por el monte. Mientras paseaban, oyeron cantar a un pájaro.
“¿Has oído el canto de ese pájaro?”, le preguntó el Maestro. “Sí”, respondió el discípulo.
“Bien; ahora sabes que no te he estado ocultando nada”.
“Sí”, asintió el discípulo.

En la búsqueda de su verdad, el ser humano escucha poco, habla demasiado.
Guarda silencio y sencillamente mira. Una estrella, una flor, un árbol, un río, un pájaro…… Mira, escucha, huele, toca, saborea, pero sobre todo… contempla.
Seguramente habrás encontrado parte importante de esa Verdad incuestionable.

¿Alguna vez tu corazón se ha llenado de muda admiración cuando has oído el canto de un pájaro?

Es necesario, es urgente retomar un lenguaje universal, que como ese canto, salga del corazón e invada nuestros sentidos; un lenguaje que sitúe al ser humano en actitud “extática” contemplativa, y le haga bordear para profundizar después, en ese estado que Cicerón, nos describía siglos ha.

Sólo así, podremos penetrar en la búsqueda de nuestro ser para “poder Ser”, para poder conocer en la mayor medida de lo posible, el intangible hilo conductor que une la entrada con la salida de nuestra existencia terrenal, de nuestra relación con el “ otro”, y con brújula en mano, perdernos en el lugar donde siquiera existe fuerza de gravedad, olvidar la persistente dirección marcada y penetrar en esa “selva “ en ese “Laberinto Interior” , para desde la crisis, desde la “anarquía total” ya con la brújula dislocada, y bajo el influjo de nuestro “ yo adulto”, reorganizar nuestro pensamiento, abandonar nuestro “yo niño” para dejar aflorar en nuestros oídos y en nuestro corazón el deseo de oír el “canto del pájaro”, fiel reflejo de unos valores aceptados en plenitud consciente, tomar consciencia de nuestro existir, y descubrir que por sí solos, no somos casi nada, si no nos ejercitamos en la autenticidad y en el respeto y empatía para con los otros.

Hemos de descubrir el movimiento pendular que nos acerca a los demás, a nuestra sociedad, y reflexionar sobre aquello que Celestine Freinet nos dejó hace años:

“No podéis preparar a vuestros hijos, para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros no creéis ya en esos sueños”.

Esa lluviosa mañana, Sara, me recordó algo de hacía años. Aquel día, Sara, nuestra hija, de Aurea y mía, solícita, recaba nuestra atención, para decir que ayer en el Circo, Fofito le dio la mano, le invitó a bailar junto a otros niños, y le dijo si sabía que tenía unos ojos preciosos, que si esto se lo habían dicho ya. Lo contó sin dar la menor importancia a aquello de los ojos, pero éstos transmitían la magia de su experiencia vivida. Fue una delicia escucharla.

Nosotros como padres sí le damos importancia a sus ojos. Se la dimos porque en su vivaz y bella mirada, habíamos tenido la gran suerte de sentir que su vida empezaba a florecer, que aún niña, comenzaba a tomar conciencia de su existencia , que el anhelo de gozar de la vida brotaba de lo más intimo de su corazón, y que sus ojos tiernos y azules se abrían como los hermosos pétalos silvestres de aquella flor que para gozo de Al- Ándalus, trajeran los Omeyas y Nazaríes, del reino de la luz y del conocimiento hace ya XIII siglos.

Pero esta “vida” que irradia Sara, queda descolocada por momentos, en el mundo de los que nos autoproclamamos “mayores “. Ella tendrá que afrontar un mundo sumergido en la pobreza de “una cultura sin utopía ni esperanza”, quizá irremediablemente.

Porque si no ponemos todo nuestro corazón en transformar nuestra sociedad, cualquiera de mis hijos y los de ustedes, llegarán a “adultos” biológicamente y creo también emocionalmente y saborearán la amargura de la contradicción de vivir en una sociedad que cuanto más culta es, más pobre se manifiesta, con una escala de valores tan complicada como la graduación Farenheit de un termómetro. Una escala puede que invertida si acaso no inexistente, e incapaz de otear un puerto donde reparar el tremendo agujero en la “quilla“ del fondo de su existencia.
Esta nuestra sociedad, necesita penetrar en el laberinto multicéfalo que la conforma.

Detenerse y apreciar su estado, ser capaz de analizar la realidad, determinar cuales son sus principales carencias, discernir sobre las principales causas de desesperanza y de pérdida de utopía.

Creo que aún no es tarde, que todavía se puede generar un cambio en la conciencia colectiva y una profunda transformación en su tejido interno.

Cuando hablábamos con nuestros hijos que eran pequeños, les decíamos que su trabajo era el estudio, que fueran siempre que pudiesen a por lo máximo posible, con un espíritu libre, no competitivo ni condicionado por la nota del examen, donde lo que realmente importe fuese para ellos, el grado de conocimiento posible, su amor a la Philo- Sophía (Amor al Conocimiento), que ha de ponerse no a competir, sino al servicio propio y al de los demás.

Ellos han llegado a comprender que no vale de nada lo que uno sepa, si ese conocimiento no se comparte con el otro, y que la asignatura más importante es la de llegar a ser un auténtico ser humano, porque si ésta la suspendemos, de nada les valdrá un brillante expediente académico si como personas han fracasado.

A esta sociedad queríamos encaminar a nuestros hijos Juan, Raquel, Sara y Buley

Muchas veces nos han calificado de “alienígenas”, que no somos de este planeta . Si es verdad que un planeta así existe, no tendríamos inconveniente en sacar inmediatamente el billete.

No nos vale la sonrisa de frente y el puñal por la espalda, como conducta y norma de vida. Creemos en la autenticidad de las personas, porque todavía quedan muchas, muchísimas personas honestas en esta sociedad y esta gente merece la pena.

Quiero guardar silencio…. Tocar, oler, escuchar, saborear, contemplar. Yo que he sido docente, quise ser, quiero ser, como el Maestro de Zen y escuchar junto a mis hijos y mis queridos discípulos, el maravilloso “Canto del Pájaro”.