¿MURIÓ JESÚS COMO UN FRACASADO?
El crucificado y los crucificados de hoy.

CREDO DE JOSÉ LUIS SAMPEDRO

Creo en la Vida Madre todopoderosa
Creadora de los cielos y de la Tierra.
Creo en el Hombre, su avanzado Hijo
concebido en ardiente evolución,
progresando a pesar de los Pilatos
e inventores de dogmas represores
para oprimir la Vida y sepultarla.
Pero la Vida siempre resucita
y el Hombre sigue en marcha hacia el Mañana.
Creo en los horizontes del espíritu
que es la energía cósmica del mundo.
Creo en la Humanidad siempre ascendente.
Creo en la vida perdurable. Amén.

Anunció un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia.
Sólo el que reconoce al crucificado en los crucificados de hoy, experimentará esa Vida que nunca acaba.
Vemos los desfiles procesionales conmemorando la pasión y muerte de Jesús.
Es una bellísima explosión religiosa y artística. Bellas imágenes, tronos adornados de flores, tambores, música… Pero en medio de este bullicio, algunos nos preguntamos: ¿Quién fue realmente Jesús de Nazaret; quiénes le mataron y por qué le mataron?
La respuesta a estas preguntas cambiaría notablemente el sentir de nuestra Semana Santa. En estos días que se avecinan, es obligado tratar de responder a estos interrogantes si no queremos caer en una celebración meramente costumbrista, folclórica y sin sentido.
Tengo la sensación que muchas de las manifestaciones populares de la Semana Santa solo han servido para secuestrar la fuerza revolucionaria del crucificado.
El teólogo Juan Bautista Metz hablaba hace 50 años de la memoria de la muerte y la resurrección de Jesús de Nazaret.
Los poderes económicos, políticos y religiosos, han fomentado una devoción que secuestra y narcotiza la fuerza de seguir al crucificado, al que mataron por defender a las víctimas.
Jesús de Nazaret fue un hombre sencillo, un campesino y artesano del pueblo de Nazaret en la provincia de Galilea, en la Palestina del siglo I.
Él no fue sacerdote, ni levita, ni maestro de la Ley. Era un laico. Por eso la gente se preguntaba: «¿No es éste el carpintero, el hijo de José. De dónde le viene esta sabiduría?» Sus coetáneos lo consideraban un profeta. Jesús fue proclamando por pueblos y aldeas y su voluntad fue, que todos los hombres y mujeres vivamos como hermanos.
Predicaba un mundo nuevo, sin ambiciones, sin discriminaciones, sin violencia, sin armas, sin guerras, sin hambre.
Llamó a construir una sociedad justa, solidaria y fraterna.
Su preocupación fue eliminar el sufrimiento humano.
Proclamó la esperanza de una Vida Nueva y feliz para toda la humanidad. A este proyecto le llamó “Reino de Dios”. Porque el Reino de Dios comienza aquí y ahora en la Tierra…y seguirá al pasar la definitiva puerta hacia otra Vida.
Su vida y su palabra despertó entusiasmo entre la gente sencilla, entre los pobres y marginados.
Sin embargo, las autoridades religiosas, políticas, y los poderosos de Israel, lo vieron como sospechoso y peligroso para sus intereses.
Por eso lo descalificaron, lo difamaron y lo persiguieron hasta eliminarlo, ajusticiándolo, asesinándolo en una cruz.
Porque tenemos que caer en la cuenta de que Jesús no muere. A Jesús lo matan como a un criminal en el suplicio de la cruz.
Jesús no fue crucificado por los impíos, porque estos estuvieran en contra de la doctrina divina, sino que fue crucificado por los religiosos que se creían en posesión de la verdad divina. No lo mataron los terroristas. No lo mataron los samaritanos, ni los zelotes, ni los publicanos, ni las prostitutas, sino que lo asesinaron los escribas, los fariseos, los saduceos, los sumos sacerdotes, el Sanedrín y Pilatos. No le crucificaron los enemigos de la patria, sino las jerarquías religiosas, los poderes económicos y los gobernantes.
Jesús murió como un fracasado. Al menos así lo veían los romanos y los judíos de su tiempo.
Incluso los muy cercanos a él salen huyendo y se esconden ante el “fracaso” de los que ellos creían un proyecto político nacionalista.
Lo que Jesús sintió en la cruz es lo que siente tanta gente buena que sufre y muere, por buscar el bien de la humanidad. Es el grito de los mártires.
El grito de los esclavos de todos los imperios, el grito de los millones de indígenas masacrados por los europeos, el grito de los seis millones de judíos muertos en las cámaras de gas de los nazis, el grito de los refugiados sirios e iraquíes que huyen de la muerte encontrándose con una Europa que les cierra las fronteras; el grito de aquel hombre que vio morir bajo las bombas a su mujer y a sus cinco hijos, el grito de las víctimas del terrorismo yihadista, el grito por los asesinados por ETA, por la dictaduras de cualquier signo ideológico, el grito de los niños hambrientos del África subsahariana, el grito de los desahuciados de sus viviendas en España, de quienes mueren de frío porque le cortan el suministro eléctrico, el grito de los inmigrantes que habiendo dejado su tierra para buscar una vida digna, mueren ahogados en el Mediterráneo, el grito de los campesinos latinoamericanos despojados de sus tierras por las empresas multinacionales, el grito de tantos damnificados por fenómenos naturales, el grito de los que mueren de frío bajo una manta en la calle, el grito de enfermos incurables, el grito del pueblo de Ucrania, asesinato por el sátrapa Putin… ¡Tantos y tantos gritos!
Estos son los crucificados de hoy. ¿Los tenemos presentes al ver las imágenes de nuestras procesiones? ¿Esas procesiones que nos emocionan hasta el punto de llorar?
Dios nos llama a contemplar en ellas, en esas procesiones, los rostros sufrientes de Cristo, que se perpetúan a lo largo de la historia.
No podemos quedarnos contemplando tan solo, lo que aconteció hace más de dos mil años.
Porque Cristo está hoy sufriendo y nos está demandando solidaridad y compromiso por hacer un mundo sin crucificados, tal como nos lo recordaba el Papa Francisco. También el Papa sugería que “ Es mejor ser un ateo que un católico hipócrita”.
Sería una hipocresía, la misma hipocresía de los fariseos de aquel tiempo, quedarnos rezando, pero permaneciendo indiferentes ante los crucificados de nuestro tiempo.
Jesús dijo: todo lo que hagáis por uno de estos hermanos hambrientos, desahuciados, perseguidos, inmigrantes, enfermos… conmigo lo hacéis. Entonces, la resurrección de Jesús, será nuestra resurrección. Porque sólo el que reconoce al Crucificado en los crucificados de hoy, experimentará el gozo de la Vida plena. No más adoración de la cruz, que fue un instrumento de tortura y muerte. Porque la cruz, en un momento u otro, está en cada uno de los seres humanos que sufren la injusticia, el hambre, la miseria y las guerras.
Sólo en España hay casi diez millones en las puertas de la pobreza extrema. ¡Qué más cruz queremos!
Fuentes: Juan Antonio Estrada, teólogo. Fernando Bermúdez, teólogo. Religión digital. Ignacio González Faus, teólogo. José Antonio Pagola, teólogo. Juan José Tamayo, teólogo. Leandro Sequeiros, teólogo, geólogo, paleontólogo y antropólogo. Tendencias XXI de las Religiones.