Desde hace tiempo tengo en gran consideración a Santiago Alba Rico. Leí con atención sus escritos en el primer “Público”, periódico todavía en papel. Estas lecturas me rememoraron ¡Viva la CIA! ¡Viva la Economía!, serie televisiva infantil, de la que fuera un joven guionista que diera vida al personaje de la Bruja Avería. Publicaciones como Noticias o Dejemos de pensar me dieron la clave del gran intelectual en que se había convertido y de los asuntos que con preferencia ha venido abordando. En el primero hace una incursión en el mundo de la comunicación y la necesidad de que la misma sea un instrumento fiable y útil para la ciudadanía. Un paso más allá estaría la segunda obra en la que el pensamiento tiene sentido en razón de los conocimientos adquiridos. Así que desde que tuve noticias de la obra que hoy abordo sobre el manoseo del título, no paré hasta dar con ella. Una vez leída con gran atención y anotaciones, he llegado a la conclusión de que es una lectura bastante recomendable, incluso para quienes no sean demasiado bibliófilos. En pro de tal opinión, traigo a estas páginas las razones de tal sugerencia, que, más allá de ser lectura óptima para cualquiera, lo es más para gente que con Violencia, Odio y Xenofobia denigran el sentir del común. Trato de introducir este ensayo sobre esa hermosa palabra que, con una buena avenencia, debiera ser el lugar amable para cuantas personas moramos en este sufrido territorio, llámesele estado o nación.

Empieza el ensayo con un repaso histórico, asentando la realidad sobre la concepción de España como un estado único. Recuerda que hasta bien entrada la dinastía de los “Austrias”, a todo el conglomerado de Castilla, Aragón, Nápoles, Sicilia y las Colonias del Nuevo Mundo entre otros territorios se conocía como “Las Españas”. Antes habían existido: Hispania romana que incluía a Portugal, la tierra dominada por los godos, para ser penetrada de manera cultural en tan solo cuatro años y formar Al Ándalus. Tras el máximo esplendor de dicha civilización, se inicia un largo periodo de conquista militar, que no “re” conquista, para concluir con la toma de Granada. En ese largo periodo, se van formando varios reinos que luchan en contra del decadente Al Ándalus y los reinos de Taifas en que éste se divide, sin que falten enfrentamientos entre los propios reinos cristianos. Incluso, tras la conquista de Granada, Aragón y Castilla-tanto montan ambos reinos-, no existe como estado único España. Se reconocen instituciones, como el Justicia de Aragón, bastantes de las integrantes de los reinos precedentes. Tanto es así que, la colonización del Nuevo Mundo es una labor encomendada a Castilla en exclusiva, mientras Aragón podría dedicarse a la expansión por el Mediterráneo. Podemos ver que en cierto modo hay un tratado como el establecido entre Castilla y Portugal las conquistas por el Océano, en el que no tiene arte ni parte Aragón y tampoco el rey consorte Fernando.

No faltaron quienes, con el autor que glosamos, vieran una concepción distinta de la política entre ambos reinos y del matrimonio que formaban, pese al nombre que en conjunto recibieron.

Aparte de ese y otros apuntes históricos, se explaya el reputado filósofo en cuestiones culturales principalmente. De manera preponderante entra en Cervantes y su obra principal, El Quijote, con todas las implicaciones que, la vida del autor y el universal libro, sobre España platean. Alba refiere que han de pasar muchos años para que dicha obra tenga el reconocimiento en la propia España del que en el mundo venía recibiendo. La mencionada obra no podía tener buena acogida en el tiempo en que fue escrita, dados los delirios imperiales de tal momento. Tanto la aventura americana como las guerras de religión en Europa, dejaban poco margen para atender a las cuestiones del pueblo llano. Las resistencias que en la misma Castilla se levantaron, en contra de las agresiones económicas y políticas sufridas por la Comunidades o ciudades, fueron extinguidas a sangre y fuego, dejando un leve y tardío recuerdo en el pueblo que sufriera los “sablazos” imperiales. Los propios personajes revelan el difícil y laborioso diálogo entre la gente hidalga y el pueblo llano. En la lectura posterior que el poder hizo de las enseñanzas de Cervantes poco ayudaron a la cultura del conjunto.

Sigue Alba Rico por los avatares del pueblo que la cultura recoge, hasta dar con don Benito Pérez Galdós, a quien ha de volver tras su paso despectivo juvenil urdido por complicidades varias. El cronista genial de su tiempo español equiparable al Balzac francés. Como Cervantes en su tiempo y después, fue postergado aquí del reconocimiento literario mundial ofrecido. En toda su obra da cuenta de la realidad española del siglo XIX y entrada en el XX. Ensalza nuestro autor los personajes de su tiempo con los sentimientos que emanan de las incidencias de un poder. Poder que se sucede con relámpagos de libertad no ausentes de utopía, que acaban subsumidos en la inercia en aquel noventaiocho. Ese final de época en que duda Unamuno, mientras la Institución Libre de Enseñanza labora por la renovación de España. Renovación y hechos que refleja Galdós en sus

Episodios Nacionales. Obra que en nuestro tiempo trata de imitar Almudena Grandes en sus Episodios de una Guerra Interminable. Asunto que sigue pendiente y -en parte heredado- del siglo.

Aterriza nuestro autor en eso de las dos -o más Españas-, que diría Machado, quien de manera sorprendente aquí no se cita, entrando en su realidad familiar. Señala a su abuelo Alba, que, pese a sus primeras apetencias liberales, acaba apoyando al banquero March, y por ende al franquismo. De otro lado, el abuelo Rico que, con un talante más humilde y cercano, mantiene su republicanismo, no exento de algún desengaño. El libro concluye, tras una lista más larga de las indagaciones aquí expuestas, con el reto colectivo de poner en común esa realidad plural y enriquecedora. Claro, eso sería posible con más conocimiento, más prudencia y transitando algunas de las reflexiones que esta obra sugiere.