El ciudadano corriente, convertido casualmente en analista social, observa con estupor como nos estamos dado un mundo cada vez peor. En esta ocasión, el analista hará una reflexión que si bien es aplicable a nuestra querida ciudad de Linares, es exportable a todo el territorio nacional.

Se trata de un concepto confuso al que no sabe como llamar en realidad. NO tiene muy claro si se trata de Derechos, de Igualdad, de Justicia o de Democracia. Si bien, para qué no haya susceptibilidades, ni mal intencionadas interpretaciones, el analista quiere dejar claro que su deseo no es equilibrar a la baja las desigualdades que aquí va a referir, si no a la alta. Desea concienciar al lector, y a quién remedio pudiera poner, de la necesidad de establecer equilibrio entre los ciudadanos y sus derechos y libertades a la alza, es decir, con el mejor beneficio, y no el peor, para todos.

Dicho esto, el observador circunstancial quiere también aclarar que muchas de las desigualdades sociales que aquí referirá, si bien son heredadas de un pasado dictatorial y paternalista, es en pleno Estado de Derecho donde se han mantenido, si no acentuado.

Y sin más, el analista advierte una gran desigualdad en la libre elección de sistema sanitario (público o privado) para unos pocos, mientras el resto de los mortales tienen que someterse obligatoriamente al régimen sanitario público. Personalmente, el que escribe, siempre optará por el público, pero ve irrespetuoso que no todos tengan el beneficio de la libre elección. Observa el analista una tremenda contradicción también en quienes defendiendo lo público con ferocidad en algunos sectores (educativo por ejemplo) luego participan de los beneficios de una sanidad privada, porque pudieron elegir.

Desigualdad le parece también a este analista que, ante una baja por enfermedad, haya algunos conciertos laborales donde los trabajadores ven reducido su sueldo, mientras que otros no, y todos firmados por los mismos sindicatos (que se suponen deben defender la igualdad entre trabajadores) En realidad, el observador no entiende el por qué de esta injusticia, ya que considera que nadie, probadamente enfermo, debería perder ingresos por ello; pueden imaginarse una familia con x ingresos que tengan que pagar hipoteca, o energía, agua, alimentos para sus hijos, etc.

En su afán por destapar desigualdades, el analista topa con las jubilaciones y prejubilaciones. De esto, sabemos por desgracia mucho en nuestra ciudad. Existe una enorme discriminación entre trabajadores, con independencia de quién costee las pensiones (ente público o privado), ya que no resulta igualitario, no ya solidario, que algunos trabajadores puedan prejubilarse a una edad impropia para dejar de trabajar, mientras otros tengan que hacerlo a los 67 años, a igualdad de años cotizados y si quieren tener una pensión digna. El observador cree más justo poner una edad común de corte, mientras que quien desee voluntariamente trabajar más años para compensar el número de estos y tener mejor pensión, pueda hacerlo.

También le resulta paradójico al analista ver como a una persona a la que se le ofrece un empleo con la categoría que se inscribió en el Inem, lo rechaza por ofrecerle menos ingresos que los que le da el subsidio que cobra en ese momento. Se solucionaría compensando el sueldo recibido con otro subsidio, que seguro sería menor que el que percibe en se momento, con el ahorro correspondiente para el Estado, completando así un salario digno.

El observador quiere llamar la atención también sobre la desigualdad entre quienes pagan el IVA de los productos y quienes no y quienes lo cobran y tienen que hacer de recaudadores para el Estado y quienes no. En este caso, piensa que quién esté libre de pecado, que tire la primera piedra, pero que no deja de ser una forma más de corrupción, por lo que a ciertos políticos y a algunas de las grandes empresas que cotizan fuera de nuestras fronteras, habrá que sumar, al amplio abanico de corruptos que habitan nuestro querido país, muchos de los ciudadanos corrientes. Esta filosofía vital hace que una nación sea grande o no.

La solución podría estar en desgravar en cada Declaración de la Renta un porcentaje mínimo de IVA, tanto quien lo paga, como quien lo cobra.

Existen otro sin fin de desigualdades que el analista observa en nuestra sociedad pero que, a fin de no cansar al lector o lectora, se limitará a describir brevemente y que podrían encuadrarse en los términos “monopolio” o “exclusividad”: Farmacias (¿por qué un Titulado, si dispone de recursos no puede abrir una farmacia donde libremente desee?) Energías (¿por qué el precio de la energía no está liberalizado en la práctica y es tan elevado en nuestro país, en comparación con los salarios medios?) Notarías (¿por qué esa función no la hace el funcionariado público, con el consabido ahorro para el bolsillo del contribuyente o por qué son tan elevadas las tarifas notariales?) Cargos políticos (¿por qué no se racionalizan los cargos electos? ¿a caso el Senado no podría estar compuesto por algunos representantes de cada Cámara Autonómica? Por poner un ejemplo) Coste electoral (¿por qué las diversas elecciones en nuestro país no se unifican ahorrando costes? ¿por qué no se habilita el voto por Internet para quién lo desee, ahorrando trabajo a las mesas electorales y reduciendo, así, el número de éstas? Telefonía (¿por qué las tarifas telefónicas y de Internet son más caras en nuestro país que en gran número de países de nuestro entorno europeo, al tiempo que se facilita la descarga de películas, libros, etc. de manera, no sabe si ilegal, pero al menos, poco ética para los artistas y escritores?) Etc. Etc.

Dicho esto, el analista ocasional quiere puntualizar que, en ningún momento desea culpar a aquellas personas que actualmente se benefician de estas discriminaciones, al contrario, ve correcto que lo hagan puesto que el sistema y las leyes lo permiten y no cometen ninguna ilegalidad. Solo pretende llamar la atención para qué la desigualdad desaparezca y se coticen los beneficios para todos a la alta.

Para terminar, este analista también quiere puntualizar que, a pesar de la defensa a ultranza que ha hecho de los ciudadanos, por desgracia se topa a diario con algunos que desean esa misma igualdad pero de una forma cainita, a la baja, parece ser el estigma de los españoles: “Si yo estoy peor que tú, no aspiro a estar igual de bien, si no a que tú estés igual de jodido que yo”. A disfrutar.