Hace unos años Charles E. Rosenberg llamó la atención sobre el carácter de “drama teatral” que adopta una epidemia en tanto fenómeno social. Comienza en un momento determinado, tiene lugar en un escenario limitado espacial y temporalmente, continúa en un marco de creciente tensión, dirige inevitablemente hacia una crisis individual y colectiva y, por último, empuja hacia su conclusión. Son muy numerosos los actores que intervienen en esta representación y que, en un momento inesperado y bajo el fantasma de la muerte, deben enfrentarse a una situación de crisis – sanitaria, en principio- y proporcionar una respuesta inmediata. En esas circunstancias, los distintos grupos sociales se ven arrastrados a modificar sus dinámicas habituales y ejecutar distintas acciones de lucha. Además, como indicó también Rosenberg, la brusquedad con la que aparece una epidemia, propicia que se comporte como un corte transversal de la comunidad en la que asienta, que contribuye a poner de relieve los problemas que esa sociedad tenía en el momento en el que estalla la epidemia, pero también aquellos que permanecían latentes y que se manifiestan ante esa situación de crisis (ROSENBERG, Charles E. Explaining epidemics and other studies in the History of Medicine. Cambridge-New York: Cambridge University Press, 1992, p.279). De ahí el interés y el valor que posee el estudio de una epidemia, especialmente cuando se trata de un caso como es el de la gripe de 1918-19, que tuvo tan graves consecuencias demográficas y que se desarrolló en una coyuntura crítica marcada por la I Guerra Mundial y por el convencimiento de la ciencia médica de que era capaz de combatir eficazmente cualquier enfermedad infecciosa.

A pesar de todo ello esta pandemia ha sido escasamente estudiada hasta fechas muy recientes. Una visión sintética sobre la tradicional falta de estudios sobre la pandemia de gripe de 1918-1919, figura en: HOWARD, Phillips e KILLINGRAY, David. Introduction. In: HOWARD, Phillips e KILLINGRAY, David. (eds.) The Spanish influenza pandemic of 1918-19. New perspectives. London: Routledge, 2003.
El renovado protagonismo que la presencia epidémica de la gripe aviar en algunos países asiáticos ha conferido a la pandemia de 1918-1919, ha propiciado la aparición de una reciente historiografía sobre dicha pandemia. Desde que se inició el siglo XXI los trabajos dedicados a estudiar esta pandemia desde el punto de vista histórico ha crecido enormemente. Así se constata la cantidad de artículos aparecidos en la década 2000-2009 en las revistas histórico-médicas más importantes.

Estos trabajos se han sumado a los que surgieron en los años ochenta e inicios de los noventa del siglo XX impulsados por la aparición del Sida, así como a los realizados con motivo de la conmemoración del octogésimo aniversario de la pandemia.

Atrapada entre las grandes epidemias del pasado y el horror de la Primera Guerra Mundial, la gripe de 1918-1919 ha tardado en ser reconocida como un gran desastre sanitario y social. Se trató de una enfermedad desconcertante cuando se pensaba que la revolución de Louis Pasteur parecía haber triunfado sobre las grandes epidemias. Algunas reacciones y discusiones de entonces resuenan en estos tiempos de nuevos virus globales.

Al encontrarse entre las grandes epidemias del pasado y el horror de la guerra mundial, durante mucho tiempo resultó difícil reconocer la gripe de 1918-1919 como un gran desastre sanitario y social. Las reacciones ante la epidemia actual dan testimonio de una negación recurrente frente a una enfermedad que desconcierta.

Unos días antes de morir por el flagelo que devastó al mundo en 1918, Guillaume Apollinaire aún encontró la fuerza para ironizar sobre esta gripe «mundana» contraída por el rey de España, Alfonso XIII: «Sin cantar todavía victoria, podemos entrever ahora el fin de la epidemia. (…) La gripe española solo será un mal recuerdo». Debilitado por una herida de guerra, el poeta falleció el 9 de noviembre, mientras se disparaba el número de víctimas de lo que en adelante la prensa francesa y la angloparlante llamaron «gripe española».

La denominación era poco adecuada porque, si bien la gripe se manifestó de forma virulenta en España desde la primavera de 1918, su origen se hallaba indudablemente en Estados Unidos. Análisis serológicos realizados a sobrevivientes demostraron su fuerte relación con cierto virus que provocó una gripe porcina en el Medio Oeste Americano en 1918 (Echeverri, Beatriz: “La gripe española. La Pandemia de 1918-19”. Madrid 1993, pág. 18-20). Estos resultados refuerzan la hipótesis de una Zoonosis, es decir, enfermedad infecciosa transmitida de animales vertebrados (aves, porcinos y bovinos especialmente) a humanos, frente a la cual la humanidad no presentaba defensas inmunológicas.

La primera noticia que se tiene de la gripe de 1918 fue su aparición en un campamento del ejército en Kansas el día 4 de marzo, en la misma región donde había aparecido la gripe porcina aludida. Un mes más tarde, aparece en Francia y en los campos de batalla de la Guerra Mundial, en sincronía con la incorporación de los Estados Unidos al conflicto bélico. Esta trayectoria de la Pandemia, bien documentada, rompe con la errónea creencia que circulaba en aquel entonces sobre el origen español de la gripe, quizá debida al hecho de la singular virulencia que la epidemia alcanzó en nuestro país.

Fueron muchas las denominaciones que recibió la gripe. En el extranjero, y ante el convencimiento de su origen español, fue mal llamada The Spanish Lady (La Dama española) o “gripe española”. En España, donde el sentido del humor no se ha ausentado ni en las situaciones más adversas, la gripe fue apodada “Soldado de Nápoles”, por una canción popular de opereta que era tan pegadiza como la gripe. Otras denominaciones: “la pasa” en Cataluña, “la cucaracha” en Valencia o el “merengue” en las Islas Filipinas.

No faltaron quienes la llamaron peste, al comparar los estragos que ocasionó con la epidemia, que cíclicamente, había azotado a la humanidad desde la antigüedad hasta el siglo XIX:

«Porque no es ya sólo la muerte, la que llama a las familias al luto; son independientemente de ella, las especiales circunstancias que acompañaron a la peste, las que apenan y acobardan e infunden en el ánimo pavor y estupor» (Obispado de Zamora, 13 de Octubre de 1918).

Las fuerzas motoras de la globalización y el contexto particular del final de la Primera Guerra Mundial explicaron su rápida circulación durante casi dos años en todo el planeta: se convirtió en la primera pandemia verdaderamente global y dejó entre 50 y 100 millones de víctimas.

Ninguna enfermedad infecciosa, ni desastre natural, ni guerra, ni hambruna, ha matado a tantos en un período de tiempo tan breve. Esta explosión epidémica fue precedida por una primera ola de gripe, de carácter relativamente benigno, en la primavera de 1918, detectándose otro nuevo brote epidémico a principios de 1919, que no infirió tantas víctimas mortales como el producido en otoño de año anterior. No fue sólo una epidemia, ya que sobrepasó esta fase, que se define como una enfermedad extendida muy rápidamente, hasta constituirse en un “holocausto”, el “asesino más feroz del siglo XX”, la “última gran plaga”, una “verdadera sentencia apocalíptica”, el “último flagelo universal no producido por el mismo hombre y también el más importante” y la “verdadera madre de todas las pandemias”.

Encontramos un antecedente en la pandemia de gripe de 1889-1890, si bien, en aquella ocasión, la letalidad no alcanzó cotas tan altas.

Pese a la importancia que tuvo, y a su relativa proximidad en el tiempo, la pandemia de 1918-1919 ha sido relegada al olvido. En los libros de Historia casi no se encuentra mención alguna de ella.

La causa del escaso interés concedido a este hecho se debe, por una parte, a una característica intrínseca del mismo: su corta duración, y por otra, a que al estar inmerso en la Primera guerra mundial, la gran mortandad que derivó del conflicto, amén del nuevo orden político y territorial resultante de dicha conflagración, eclipsaron los efectos producidos por la pandemia.

No todas las provincias españolas padecieron a la vez, ni con la misma intensidad y duración, todos y cada uno de estos brotes epidémicos. Se ha comprobado que las provincias más afectadas por la primera ola tuvieron menos mortalidad en la segunda.

Sin embargo, aquellas provincias en las que el brote epidémico de primera hora no incidió o lo hizo levemente, registraron más muertes en la segunda. En contraposición, la tercera ola revistió más gravedad en las menos azotadas por la segunda.

En España murieron, aproximadamente, más de 250.000 personas en un año.

Gorio. 14 de febrero de 2021

Fuentes:
ROSENBERG, Charles E. Explaining epidemics and other studies in the History of Medicine. Cambridge-New York: Cambridge University Press, 1992
Echeverri, Beatriz: “La gripe española. La Pandemia de 1918-19”. Madrid 1993
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