Ya sea en conversaciones comunes como en opiniones de personas con experiencia en las relaciones sociales desconfían de la realidad que representa Donald Trump, su movimiento y los homólogos que en el mundo se dan. En uno y otro ámbito, pensando en frío, no se llega a creer que los millones de votantes sean personas tan racistas, machistas, xenófobas, clasistas, negacionistas, mentirosas, incívicas y conspiranoícas como el derrotado candidato americano. He tratado de recoger las explicaciones que personas experimentadas encuentran para desdecir el panorama tan sombrío con tanta persona insolidaria. Aparte de las peculiaridades de USA o del tiempo que vivimos, aportan algunas razones que comparto aquí por si encontramos luz en esta situación.
Empiezo viajando al otro lado del charco a través de la experiencia de Javier Biosca, el corresponsal del diario digital que me informa. El periodista detalla la realidad de la familia que lo acogió en Wisconsin durante sus estancias americanas mientras conocía el idioma y la cultura yanqui. Dicha familia era y es conservadora y votante de Trump y acaban explicando su apoyo crítico en cuanto candidato republicano. Biosca refiere que la familia no hablaba de política, no recibían periódico alguno y las razones de su voto eran algunos comentarios leídos en cierto diario demócrata. Pese a ese sesgo conservador la relación afectiva ha ido a más, pues ninguno de los defectos reprochables propugnados por Trump apareció en su grata y reafirmada convivencia.
Esa experiencia vital me llevó a otra, también americana, concordante en varios aspectos de aquel país y en parte, tal vez, en el nuestro. Se trata de la lectura de “Extraños en su propia tierra” en el que Arlie Hochschild, distinguida profesora de sociología en Berkeley, recoge en un valioso estudio llevado a cabo en el bastión de la derecha conservadora de Luisiana. Pese a las divergencias ideológicas de partida, la estudiosa encuentra una afectiva acogida entre personas que tienen inquietudes contrapuestas entre sí que, sin embargo supeditan a una aspiración comunitarista. En dicho comunitarismo influyen la importancia de la familia y cierta desafección a la estructura política, sobre todo a medida que se aleja de lo local y grupal. Se pueden percibir preocupaciones por la corrupción, los delitos ambientales, laborales, a veces- incluso- raciales que, sin embargo no llegan a articular en ámbitos mayores, sobre todo federales. De ahí, la extraña visión que muestra.
En mi búsqueda de explicaciones a la realidad del momento me llama la atención Esther Palomera cuando explica la popularidad de personajes que llegan a ser populares en poco tiempo si reciben el apoyo del foco mediático y que pierden su popularidad en el momento que desaparecen de los platós. Cita sin más lo que pasó por ejemplo con Abascal o recientemente con la señora Ayuso. En un caso y en otro estas dos personas protegidas por la señora Aguirre han construido su fama desde el momento en que los medios le dieron cancha. El primero al escindirse del PP en el que ganaba un buen dinero en un carguito sin función. La segunda a partir de su propuesta para la ya discutida candidatura para la Comunidad de Madrid. Una vez fijado el foco en el uno y en la otra, empezaron a proferir insultos y despropósitos que los principales medios recogían de manera acrítica. Que hablen de mí, casi todos los días y que una mentira la del día anterior, aunque sea mal y que la gente me conozca. Es el camino abierto por Trump que deja con la boca abierta, si él lo dice. Claro que lo dice hasta los medios le impiden seguir diciendo mentiras. Ahora porque no tenía pruebas sobre los resultados electorales y antes tampoco sobre cada una de las mentiras del día. Lo que pasa es que ese día las grandes cadenas, como dice Pablo Serrano, le mostraron quien manda de verdad, incluida la Fox de su antes protector Rupert Murdoch.
Mi admirado Javier Gallego también llegaba a la conclusión de la socióloga de Berkeley: no es posible que haya tantos millones de personas como Trump. Lo que ocurre es que, además de lo que dice la citada profesora, la gente se asusta cuando escucha tanto odio y mentiras impunes como escupen ciertos grupos que parecen tener un poder imparable, ya que nadie les para los pies. Ante esa situación no es raro apuntarse a caballo ganador para quitarse el canguelo o al menos disimular. Si además quienes ofenden, siendo enemigos de la democracia, desde dentro la destrozan más ensalzando el fascismo que en realidad propugnan, habrá que pararle los pies aunque no seamos Murdoch. No lo somos pero sí sabemos que como él tenemos mucho que perder si la mentira y el despropósito siguen adelante. La convivencia no se arregla ni con odio, ni con miedo. Se soluciona con una verdadera democracia en la que la corrupción no siga campando a sus anchas con el aplauso de quienes la costean.