De pequeño pensaba que cuando tuviera una bicicleta podría ir tan lejos como quisiera, sin que nada pudiera detenerme. Tuve la bicicleta y me di cuenta de que seguía teniendo faltas de ortografía y de que necesitaba parar para comer, defecar o dormir. Después de esta desilusión, dejé la bicicleta y el jardín de mi casa y opté por un lápiz, un trozo de ladrillo, una tiza o cualquier cosa con la que con un trazo continuo pudiera rodearme en un círculo, en un círculo sin radios. Fue entonces cuando comprobé que estaba solo y que esto no podía ser de otra manera, por muchos corazones que rompiera o por mucho que quisiera a mi madre. Por eso descubrí -una vez superada la aflicción del desengaño- que sólo podía escoger entre las dos cosas que en realidad existen: la locura o los sueños.

(Texto extraído del libro “El frío de la Jindama” E. Maldomado)

Historia del niño que dejó la bicicleta