Se nos presentaba esta navidad entre dos noticias teóricamente contradictorias. Por un lado la polémica ostentosamente capitalista de al menos dos alcaldes sobre la iluminación de su ciudad. Se trataban del de Vigo y el de Madrid. El gallego, aunque oficialmente afiliado al PSOE, en este y otros asuntos parece tan populista como cualquier otro. El de la capital de España, España, España, ha mantenido la coherencia de aumentar la contaminación lumínica y atmosférica a la vez. La otra cuestión era la vigésimo quinta Cumbre del Cambio ¿o Calentamiento? Climáticos. Si, este último evento lo ha recibido Madrid, de rebote como consecuencia de la violencia generada en Chile, al igual que en Colombia, Ecuador y Bolivia con la ayuda del “amigo” del norte. Así que la fiesta del consumo en la misma tacada que la reunión para ver como se atenúan las consecuencias del consumismo y de la economía que la hace posible. Alguien me sugería, al emparejar estas cuestiones, si no venían unidas por el poder de ese impresentable señor rubio y con prominente tupé. Rechacé parcialmente tal apreciación, pues a ese negacionista y depredador, además de xenófobo machista, lo considero un fans de los males citados, pero no responsable único. Tras él están quienes empujan a consumir y limitan el pensar. Así, por un despeñadero, vamos sin quererlo ver.

No es la primera vez que relaciono aquí tantas luces del solsticio de invierno con las de ciertas granjas en que, como si fuéramos gallinas que alumbradas dan más huevos, consumiéramos más y más. En estos días entramos en la vorágine consumista por excelencia a la busca de una incierta y efímera felicidad. Con comilonas y regalos excesivos, vestimos la convivencia de alegría necesaria, a veces escasa y o fingida. Tratamos de olvidar o aplazar sinsabores e injusticias que crecen y crecer pese a entusiasmos de artificio. En momentos así no puedo olvidar a Quico, el amigo que me hacía mirar y amar las noches estrelladas. Esas estrellas que cada vez se ven y disfrutan menos por tanta insensata luminaria y polución que destrozan el planeta. Recuerdo el viejo ecologista que hace casi cincuenta años ya hablaba de decrecimiento. Esa idea que hoy viene a reverdecer la adolescente Greta en Madrid pidiendo que se cumplan los acuerdos de Paris, para que esa generación y otras puedan vivir. Pese a esas peticiones y las de países ya van cubriendo las aguas de los polos, no habrá acuerdos. Además del despiadado Trump, que dijo no a París, China, Rusia, India y el conjunto de países que más contaminan, se niegan a cumplir. Con ser tremendo el resultado, lo es más que la ciudadanía de esos lugares y de todo el planeta no tengamos conciencia del peligro que acecha. Si fuera así, ya habríamos hecho cambiar la actitud de las administraciones para que buscaran soluciones efectivas y no paños calientes. Porque eso es a lo más que se llega en el conjunto, pues el consumismo capitalista nos ha infectado esa locura de gastar lo que no necesitamos. Por eso nos dejamos engañar por esas multinacionales que se visten de verde, aunque sigan invirtiendo en la venta de combustibles fósiles que condenan el planeta. No faltan tampoco administraciones que, como el gobierno andaluz, tratan de lavarse la cara con una minucia pregonada, mientras que retiran la protección a los espacios ambientales.

Vuelvo al decrecimiento de Quico y cada que lo pienso lo creo más necesario y posible. Él repetía una y otra vez que Cuba es un ejemplo a tener en cuenta en los tiempos de estrechez. Ante las dudas, citaba la supervivencia frente al embargo de tantos años que le viene imponiendo UUEE. Además, seguía, es el país que viene afrontando las consecuencias del cambio climático con más eficacia que todos los países de su entorno, incluido el yanqui. Quico insistía que era más libre que cualquiera de su entorno, porque casi nada necesitaba: nada de coche, vida austera, disfrute natural como las estrellas y de lectura bien provisto. A quien le tiraba de la lengua que por qué no se iba con Fidel, no se achantaba. Decía que todo se podría dar y que, llegado el caso, no temería a las limitaciones de libertad que se dan en aquella isla. Por lo demás, decía estar muy de acuerdo con una gran parte de aquel pueblo que ha llegado a conocer las decrecientes libertades, pese a lo que dijeran los “gusanos” en Miami. Recordando al desparecido amigo, le doy vueltas a lo que diría sobre las libertades y bienestar que van dejando la ley mordaza y el creciente deterioro de los servicios públicos, cada vez más privatizados. En ese punto sí que nos sermoneaba comparando la sanidad norteamericana con la de Cuba. Mientras que en el mundo llamado libre, una enfermedad arruina a una familia con pocos medios, en Cuba se sigue encontrando la atención médica tan prestigiada en el extranjero. Cuando comparto estas reflexiones, con frecuencia me repiten lo que decían a Quico. Entonces yo respondo que me quedan pocos afeitados para dejar vida y manías. Sin embargo, sí que someto a debate la conveniencia de imitar en lo que vale, la actitud de decrecimiento que por necesidad ha aceptado lo más sano del pueblo cubano.
que vienen sufriendo los servicios públicos de por aquí.

El problema es más profundo. Es el sistema consumista con que se nos ha intoxicado y que nos impide buscar a la manera de Quico esos disfrutes que no valen una peseta. Esos que, si los miráramos con más atención, nos darían la dimensión de lo que realmente somos.