El Jueves Santo amanecía en Linares con la solemnidad cosida al alma y el corazón latiendo al compás de la espera. El cielo, entre sol y nubes, parecía contener la respiración ante uno de los momentos más esperados de la Semana Santa linarense: la salida de la Real Hermandad y Cofradía Trinitaria de Nuestro Padre Jesús del Rescate y María Santísima de los Dolores desde la Basílica de Santa María la Mayor. Era 18 de abril, y las puertas del templo se abrían como se abre el pecho al fervor, dejando salir no solo una cofradía, sino un pedazo de la historia viva de esta ciudad que reza y camina.

La cruz de guía marcaba el inicio de una estación de penitencia que no solo transitaba calles, sino que recorría las honduras del alma. Con paso firme, elegante y compasado, la hermandad avanzaba llevando en su frente el rostro sereno de Jesús del Rescate, obra del imaginero Gabino Amaya (1948), envuelto en la música de la Agrupación Musical “María Santísima de los Dolores” de Linares. Bajo su paso, 30 costaleros portaban con entrega y fe al Cristo cautivo, símbolo eterno del consuelo, de la misericordia, del perdón que desata cadenas.

Detrás, como un suspiro de ternura envuelto en claveles y cera, llegaba María Santísima de los Dolores, cincelada con amor y maestría por Luis Álvarez Duarte en 1982. Su palio, que este año estrenaba una nueva fila de candelería, se convertía en temblor de luz y aroma de azahar. La Sociedad Filarmónica “María Inmaculada” la mecía entre marchas procesionales, bordando en el aire pentagramas de pena y esperanza.

La cofradía, con más de 1.050 hermanos y más de un siglo de historia —fundada en 1897—, lucía con orgullo los estrenos de esta Semana Santa: cartelas respiraderos para el paso de Cristo, placas del Padre Nuestro, juego de potencias, dalmáticas para los acólitos y un delicado encaje para la Virgen, entre otros detalles que hablaban de mimo, cuidado y devoción.

El cortejo supo dejar huella en cada esquina, convirtiendo enclaves como la Casa de Hermandad, Zabala, Tinte o la tradicional Cuesta de Santa María en altares improvisados donde la devoción se desbordaba en silencio o en aplausos, en lágrimas contenidas o en suspiros de fe.

Con la última chicotá, la hermandad cerraba su estación de penitencia, culminando una jornada marcada por la belleza, el recogimiento y la profunda fe de un pueblo que, un año más, ha salido al encuentro del Rescate. Porque cuando Linares mira a los ojos de su Cristo cautivo y a la pena serena de su Madre Dolorosa, la ciudad entera se convierte en un suspiro de amor eterno que se escribe en dorado sobre las páginas de su Semana Santa.