Las entradas duraron pocas horas a la venta. La expectación se hizo máxima. “Frizie”, la obra del periodista y escritor linarense Emilio Prieto, había despertado un gran interés, tanto que no se tardó en colgar el cartel de “entradas agotadas”. Y es que adaptar una novela de casi mil páginas a una obra de teatro y danza fue todo un reto, uno que recayó sobre Raquel Parrilla, directora del Conservatorio Privado de Danza “Danzarte”, y sus doscientos alumnos. “El compromiso que han mostrado es único. No solo unos aprenden los papeles de los otros, sino que ayudan y controlan la escena a nivel técnico: luces, música, posiciones… Estaban preparados para improvisar por si se quedaban en blanco o había fallos. Realmente, son niños muy pequeños para controlar tantísimo sobre el mundo de la escenografía. Estoy muy orgullosa de ellos”, destacó Parrilla minutos antes de abrirse el telón.
Más de medio millar de espectadores fueron testigos de un espectáculo único, pues la obra solo estaría en cartel esa noche. La profunda voz en off del profesor Gregorio Sánchez recreó un clima que contextualizó lo que, a continuación, ocurriría. Explicó que los sentimientos eran de carne y hueso, y que habitaban entre los internos del Estigia, un internado que protegía al mundo exterior de una pandemia emocional, pues estos niños, a través del contacto físico, eran capaces de contagiar sus esencias. Solo sabían sentir de una manera, “o al menos, eso pensaban”, como aventuró Sánchez, ya que la llegada de Frizie, un niño sin recuerdos, desataría el caos entre todos ellos.
Los más pequeños fueron los primeros en pisar el escenario. No contaban con más de tres años, pero fueron capaces de dar vida a unas de las arias de Mozart más famosas de su obra “La Flauta Mágica”, eso sí, esta vez bajo un prisma de ópera chillout que daba una vuelta de tuerca al concepto. “No hay nada mejor que mostrar algo que ya conocemos de una manera diferente y original. Así, no sentimos ese miedo de acercarnos a lo desconocido, y
mantenemos la confianza y el factor sorpresa que nos gusta como espectadores”, confesó Prieto al terminar la representación. Él mismo, además de elegir algunos de los temas musicales, se encargó de la escritura que adaptaba su novela al guion. “Ha sido un trabajo tan divertido como entretenido. Ahora que ha terminado, me deja un gran vacío. Echaré de menos los ensayos y preparar a conciencia los detalles de cada escena”, matizó.
Una alegoría de “Peter Pan” saltó a las tablas cuando uno de los niños creyó ser el joven que buscaba a su sombra con el fin de liberar a sus compañeros del internado. Bajo la sinfonía de “El moldava”, de la obra “Mi patria”, del compositor checo Bedrich Smetana, los pequeños se aventuraron a su hazaña, pero sin heroico resultado. Así llegó uno de los momentos más especiales de la velada, que se produjo con el encuentro entre Frizie y la Soledad. La niña residía en la recámara de un pozo, alejada de todos y separada de Frizie por un muro humano. La torrencial lluvia de una tormenta inundó la estancia mientras el violonchelo del croata Hauser recreaba “Now we are free”, de la BSO de “Gladiator”. Fue el grupo de Enseñanzas Profesionales de Danza Contemporánea quien, no solo representó uno de los momentos más épicos de la obra, sino que además, lo hizo denotando gran expresión.
La voz del profesor Sánchez volvió a sorprender de nuevo a los espectadores para preguntarles si habían imaginado, alguna vez, de qué hablarían el Odio y el Amor si pudieran. No tardaron en averiguarlo cuando una de las actrices tomó el escenario totalmente a ciegas. “Le expliqué a Martina que el amor era ciego, y que así se representaba en el libro. Y se lo tomó tan en serio que durante los ensayos, bien fuera de danza o arte dramático, mantuvo los ojos cerrados. Se aprendió cada escena desde la oscuridad, y así lo hizo en el estreno”, añadió Prieto. Las alumnas de Danza Española y Ballet se aliaron para atender a la llamada del Odio quien, tras un fuerte taconeo sobre las tablas, cayó rendido al suelo. Y es que odiar, agota. Pero ahí estuvo Martina, para atender a la llamada con amor. “Es emocionante verlas trabajar por separado, actrices por un lado y bailarinas por otro, y ver cómo luego se integran de una manera tan fluida que hace que todo ese trabajo cobre sentido”, apuntó Prieto.
La obra llegó a un punto de inflexión con la presentación del alquimista, maestro creador de las emociones, y del “Ladrón de Pasiones”, su propio hijo, que aprendió a robar sentimientos a través de las lágrimas. Tal encuentro fue bautizado por el vals “And the waltz goes on”, compuesto por el actor Anthony Hopkins e interpretado por el violinista holandés André Rieu y la orquesta de Johann Strauss. “Tenía muchas ganas de trabajar con esta pieza musical. Nos recreamos en su escenografía y le dimos un toque muy representativo”, afirmó Parrilla. La actualidad musical se abrió paso con el grupo de Danza Urbana, que representó cómo era el mundo tras el espejo para la Indiferencia, una joven que solo hablaba con su reflejo. Temas como “Quédate”, de Quevedo, o “Nochentera”, de Vicco, formaron parte de una mezcla que animaron a los presentes. Estos mismos sonrieron y dejaron escapar algunas carcajadas con la aparición de la Vanidad, quien dejó para la posteridad frases como: “Mens sana in corpore arreglado”. La canción “Once upon in december”, de la película “Anastasia”, mostró un laberinto de espejos, escena que alcanzó su clímax al sonar “El invierno”, una de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi, a través de los violines de la Orquesta de la Cámara de Salzburgo.
La función llegó a su fin con “El bolero de Ravel”, donde teatro y danza se unieron para representar que las emociones no son estáticas, sino que pueden evolucionar hasta llegar a ser lo que uno quieran. Y es que Frizie, interpretado magistralmente por Candela Fraile, destacó en el internado por sentir de todo, cosa que para el resto de los internos era algo totalmente nuevo y llamativo. El guiño infantil que, además, inspiró la obra de Prieto, llegó al sonar “Les avions de papier” tema original de la película “Los chicos del coro”, con el que todo el elenco, incluido el escritor y la directora del conservatorio, salió para saludar y despedir al público ante una lluvia de aplausos. “No puedo explicar qué sentí en ese momento. Fue algo mágico. Solo puedo dar las gracias a todos los que han hecho posible este montaje escénico: a Raquel Parrilla, por supuesto, pero también a las profesoras que la acompañan: Laura Arellano, Fátima López y María Quevedo. Ellas, junto a esos doscientos alumnos que forman “Danzarte”, fueron durante estos meses como una gran familia, tanto para Frizie como para mí. Y el resultado fue
una noche llena de emociones, dentro y fuera de las tablas”, concluyó el linarense.