En la aventura de ir caminando por la vida, nunca sabremos donde se encontrará el muro que nos impida seguir avanzando y que consiguientemente pondrá fin a este viaje.
Pero en la etapa de ese camino, del que ya intuimos su final por propia ley natural, el ser humano, puede encontrarse solo de muchas maneras.
Una porque haya sido un solitario, sin necesidad apenas de los demás; esta es una soledad buscada y no tiene mucho más comentario.
Otra, porque no ha podido o no ha sabido salir a tiempo; ésta es triste, quizá una de las soledades más penosas que un ser humano pueda soportar si no se tiene ningún “bastón” en el que apoyarse.
La última, es la soledad del arrinconamiento por parte de los demás y sin duda la más fuerte, la más sangrante, la más inhumana; aquella que se produce en una etapa de la vida, en la que hartos de dar todo a los que nos rodean y a la sociedad en general, ya no se sirve para nada, sólo para molestar a los nuestros.
La salida “natural” es una residencia de ancianos, un geriátrico, o simplemente una casa de acogida, cualquiera de ellas gestionadas por las Consejerías de Asuntos Sociales de cualquier comunidad autónoma.
Lógicamente, los abuelos ya son un estorbo en las casas, porque sus limitaciones de salud, son un freno para el desarrollo de la actividad normal del hogar. Molestan a los niños con sus regaños casi continuos, cosa que a los padres en la mayoría de los casos no les sienta nada bien; repiten las cosas cada cinco minutos y nos producen dolor de cabeza, están malos casi siempre y ello nos impide salir con las parejas amigas.
En algunos casos, hay que hacer guardia en casa, para que todos podamos disfrutar de la calle… en fin una lata que puede durar muchos años.
Lo más cómodo y práctico es aparcarlos en alguna de estas instituciones y periódicamente, ir a hacerles una visita los domingos con los niños, para que se aflojen con alguna pasta para ellos y para nosotros, porque hemos decidido cambiar de coche y nos hacen falta una pasta para dar la entrada, o bien el trasto de frigorífico, que nos está dando las últimas boqueadas y necesitamos uno nuevo.
Para eso están los abuelos, ¡ para qué si no! Luego en la visita, se harán las repetidas preguntas de rigor a los abuelos sobre su salud, si los tratan bien etc…Posteriormente besitos, pellizquitos en la mejilla para decirles cuanto se les quiere y hasta otra, en que necesitemos más.
Porque ellos… ¿Para que lo quieren? Lo que tendrían que hacer en vida, es dar el dinero a los hijos, que ellos saben bien como gastarlo.
Lógicamente, si como consecuencia de una enfermedad entran en una situación irreversible y se encuentran ingresados en un hospital…
¡ A morirse a otro sitio, un hospital no es el sitio más adecuado!
Y los vemos rodar de hospital en hospital, de casa en casa, como baúles pasados de época que todos rechazan. Este mes me toca a mí, pero los dos meses siguientes te toca a ti. Los viejos nos sobran. ¿Se dan Vdes. cuenta donde hemos llegado?
No se que valores humanos estamos a transmitiendo a nuestros hijos, puede que ninguno. Una civilización como la nuestra, en el amanecer del tercer milenio, no soporta a quienes antes dieron y entregaron toda su vida por sus hijos, esto es, por nosotros. Pero quizá no hayamos caído en que lo que sembramos recogemos y un día, seamos quienes hemos carecido de conciencia y de alma, los que estemos de más en casa de nuestros hijos, que no tendrán el más mínimo escrúpulo en largarnos fuera de su casa, cuando no podamos valernos, porque a la postre es lo que han visto, lo que le hemos enseñado.
Quizá sea ese amor tan ciego a nuestros hijos, cosa de otra parte natural, el que haga olvidarnos del amor hacia quienes nos dieron la vida, ejerciendo una paternidad y maternidad responsable y también quizá en muchos casos desviviéndose por nosotros, en épocas tan duras anteriormente.
Estos amores a padres e hijos, no son excluyentes, es más son complementarios y necesarios, porque interactúan con nosotros.
Es lamentable que un mundo en contínuo progreso, haya dirigido éste, solamente hacia lo material, retrocediendo vertiginosamente en los valores que definen nuestro género, un género, al que todavía con esperanza, llamo humano.