“Salvación”, hace referencia de forma general, a la liberación de un peligro o situación desesperada.
Hay un “yo”, que es el nuestro, que posiblemente está perdido y debe ser salvado… por nosotros mismos.
Debemos darnos cuenta de que la salvación, no es alcanzar la seguridad para “mi yo individual”, sino que consiste en superar toda idea de individualidad.
Las religiones, han fallado al centrarnos sólo en la “salvación del yo”.
Salvarse, es descubrir nuestro verdadero ser y vivir desde él, la unidad y la fraternidad, con todos los demás seres.
Casi nadie alcanzamos la plenitud, porque por muchos que sean los logros de una vida humana, siempre se podría haber avanzado un poco más, en el despliegue de nuestra humanidad. Pero no alcanzar la plenitud, no significa un fracaso, sino la contrastación, evidencia y aceptación de nuestras limitaciones.
El esfuerzo, no debe ir encaminado a potenciar exclusivamente un yo, para asegurar su permanencia, incluso en el posible más allá. No tiene mucho sentido que esperemos una salvación para cuando dejemos de ser auténticos seres humanos, es decir, para después de morir.
La salvación no consiste en la liberación de mis limitaciones que no acepto, porque no asumo mi condición de criatura y por lo tanto limitada.
Esas limitaciones no son fallos del Creador, ni accidentes desagradables que yo he provocado, sino que forman parte de mi ser… quizá inconscientemente.
No es otra cosa que la realización personal, conscientes de nuestras barreras. Porque es posible a pesar de las carencias, y porque se tienen que dar en otro aspecto, en otro plano. Mi plenitud, la tengo que conseguir con esas limitaciones… trabajándolas.
Pensar que la creación le salió mal a Dios y solo Él, puede corregirla y hacer un ser humano perfecto, es un pensamiento anacrónico, que nos ha hecho mucho daño.
Debemos desechar la idea de un umbral que debemos superar. No debemos hacer hincapié en la puerta que queremos atravesar. Solo cuando tomemos conciencia de que somos ‘nadie’, se abrirá de par en par.
No estamos aquí para salvar nuestro yo, sino para desprendernos de él, hasta que no quede ni rastro de lo que creíamos ser.
En el momento en que mi falso ser se esfume, quedará de mí, lo que soy de verdad y entonces estaré ya al otro lado de la puerta… sin darme cuenta.
Cuando pretendo que los demás vean mi perfección, en realidad estoy alejándome de mi verdadero ser y enzarzándome en mi propio ego.
En realidad no estamos aquí para salvarnos sino para “perdernos” en beneficio de todos.
Todo lo creado, tiene que transformarse en luz y la única manera de conseguirlo, es consumiéndonos en el Amor a los demás.
Somos como la vela que está hecha para iluminar, consumiéndose.
Mientras esté apagada y mantenga su identidad de vela, será un objeto inútil. En el momento de ser encendida y empieza a consumirse, se va convirtiendo en luz que da sentido a su existencia.
Si nos pasamos la vida adornando y engalanando nuestra vela, estamos renunciando a dar sentido a una vida humana, que debería consumirse para iluminar a los demás.
Toda la parafernalia religiosa, de todas las religiones y creencias, que hemos desarrollado durante mucho más de dos mil años, no servirán de nada, si no nos llevan a desprendernos de nuestro ego.
Me asusta la seguridad que tienen algunos “cristianos viejos de toda la vida”, en lo que creen su conducta irreprochable.
Como los fariseos, han cumplido todas las normas de la religión, todo lo mandado, pero no han sido capaces, de analizar los caminos de su conciencia, que han adormecido, drogado, quizá intencionadamente.
Pero no tenemos que esperar a un más allá, para descubrir si hemos acertado o hemos fallado. El grado de liberación personal que hayamos conseguido, se manifiesta en la calidad y autenticidad de nuestras relaciones con los demás. Es lo que hoy llamamos empatía.
No se trata solo de creencias, sino de humanidad manifestada con todos los seres humanos, que son el verdadero valor de una persona, que es lo que da sentido de una manera consecuente, a esas creencias.
No podemos decir, aquellos que nos llamamos cristianos, que creemos en Dios, sin tener en cuenta al Hermano, porque entonces nuestras creencias, se vacían de su auténtico contenido y nos convertimos en fariseos.
Lo que haces cada día por los demás, es lo que determina tu grado de plenitud humana, que es la verdadera salvación y anulación de tu “ego”.
Para saber más: Fray Marcos Rodriguez. Dominico. Religión Digital. Cristianisme i Justicia. Fe Adulta.