Las guerras remueven a veces aspectos a los que habitualmente se hace poco o ningún caso. La crueldad a la que está llegando la guerra que nos televisan en Ucrania, y que, por ello, un día y otro nos sobrecoge más son los aspectos comunes de la mayoría de las guerras. Lo que más nos impacta a la vez es la obcecación de quienes, como en primer lugar el malvado Putin, no la han evitado ni al principio ni después negociando. Me refiero aquí específicamente a los flujos de población en el mundo y las migraciones, y la necesidad de consideradas a la luz de una visión planetaria cada día más necesaria en tantos aspectos. Hemos visto en la guerra de Ucrania la salida de población de ese país huyendo de de destrucción y muerte que conlleva toda guerra, pero con el ánimo de volver a su país en el que tenían su vivir antes del desastre. No es menos cruel, tal vez más, la de quienes vienen del otro lado del Mediterráneo. Sabemos que recientemente han muerto en la valla de Melilla muchos africanos de los que apenas nos preocupamos. Hemos llegado la conclusión de que “nos molestan”, de que no son como nosotros y no merecen la misma atención que los que esos ucranianos que llevan unos cien días de guerra y además son blancos. Estamos aceptando argumentos que esconden el racismo y la xenofobia. Con frecuencia hablamos de DDHH, con vergonzosa incoherencia. ¿De qué humanidad hablamos? ¿Reparamos en el Sáhara y las obligaciones contraídas por España o en las guerras y hambrunas africanas como la sudanesa y en las víctimas causadas, tan dignas de auxilio como las primeras? En ese contexto se inserta el importante estudio que sobre la población introduce el título.
Pocas veces nos paramos a pensar qué será eso de ser español, europea occidental en un mundo tan cambiante. Tampoco nos ocupamos mucho de lo que han sido las migraciones y exploraciones anteriores o cómo serán dentro de unos años. El mundo avanza a gran velocidad pero la mayoría no vemos más que la inmediatez con escasa perspectiva. No queremos ver que en nuestro entorno hay personas que hacen los trabajos que no queremos y que han tenido que superar un camino de mortales obstáculos. Nos negamos a reconocer que la migración es una realidad histórica y a lo largo de generaciones, también conveniente al compensar carencias al país de acogida. Contemplando el presente como planeta, hemos de saber que los casi ocho mil millones de personas a que podemos llegar este año, serán de 9500 para 2.050. Esas son las cifras facilitadas por el experto demógrafo Edward Paice, Esta realidad lleva a la conveniente reflexión global. En su escrito cuestiona manifestaciones que, como la del magnate Elon Musk, dueño grandes empresas, desoyen tal realidad.
Las previsiones maltusianas de superpoblación han fracasado, pese a las cifras previstas para 2.050, pues a la luz de estos estudios, a partir de esa fecha, se prevé un notable descenso. Tanto es así, que el temido acceso de migraciones africanas, tal vez dejen de ser un temor, por el estancamiento y descenso de la población mundial, excepto en África. Para Japón, indica que de los 128 millones de habitantes actuales para 2.050 pueden ser sólo 106 millones. Corea lleva una década estancada con la misma población. En el caso de China en que se prevén una población de 1.450 millones para 2.030 no pasarán de 600 millones al final del siglo. De momento es Italia el país con menos natalidad. Frente a esa realidad de occidente y del mundo, en general con un mayor desarrollo, la citada excepción es África. Allí se prevé que las madres africanas en la década de 2.020 den a luz 450 millones de bebés. En la de 2.040 serán 550 millones, el 40 % de todo el mundo. Para 2.100 serán 1.300 millones de personas. Esas proyecciones se mantienen, pese a que el mundo “más desarrollado” se ha preocupado poco de la realidad africana como en el COVID 19, pero demasiado de las riquezas naturales de allá a las arruinará con las sugerencias de “desarrollo” ( con transgénicos, agricultura industrial, suelo empobrecido…) lo que asegura un futuro de hambre y zonas improductivas. No se sabe si los problemas climáticos como las sequías del Sahel informan esa proyección, o seguirán la tónica del covid19 o de la cumbre climática del COP 16 con la escasa implicación de bastantes países.
Estará por ver si se irá reaccionando con visión planetaria integrando la interdependencia de tantas cuestiones como afectan, se quiera o no considerar, a la población mundial y, por tanto a las migraciones. La imprescindible racionalidad solidaria para el común bienestar parece que ha de ser algo que ha de ser una actitud que trascienda del conjunto de los gobiernos a la sociedad de cada país. Convendrá hacer de la necesidad virtud para que el Mediterráneo deje de ser el cementerio frecuente de tantas personas que, huyendo de sus penurias, sean acogidas como iguales a la Europa o Asia que empezará a necesitarlas. Tal vez el continente negro deje de entenderse como un lugar donde se busque mano de obra (antes esclava) y de las riquezas que debieran usarse con más respeto en un planeta ambientalmente muy vulnerable.