Foto de portada: Hacienda de Tobarias, en plena eclosión primaveral, ejemplo claro de una estructura de villa romana (Foto de Enrique Burgos)
Si paseamos por los alrededores de Cástulo, capital de la Oretania íbera y centro metalúrgico de la Hispania romana, fácilmente podemos distinguir grandes cortijos: El Álamo, Casa Blanca, Las Carlas, Tobarias, Tobaruela, Torrubia… Estas inmensas fincas, dedicadas principalmente al cereal, girasol y al olivo, se asientan sobre los restos de antiguas villas romanas.
La villa romana era una casa de campo utilizada con fines residenciales y agropecuarios. De esta manera, se combinaba el disfrute y recreación con la funcionalidad; así como, el reposo con el negocio.
Propiedad de patricios latifundistas o plebeyos enriquecidos por las transacciones del metal, se dividía en dos sectores: la Pars Dominica, zona residencial, destinada al propietario y su familia y la Pars Massaricia, destinada a la vivienda de esclavos y siervos, almacenamiento, animales y aperos.
Solían ubicarse cerca de los ríos (Guadalimar y Guadiel) o en grandes arroyos. Bien comunicadas con la polis, por calzadas rurales. Salvaban los cauces con funcionales puentes de sillar y mamposteria, bajo la técnica de la piedra seca.