Cuentan que el ser humano, desde su más tierna existencia, necesitó tres elementos para poder vivir: agua que calmase su sed, limpiase su sudor y ayudase a crecer sus alimentos; clima que le permitiese deambular sin excesos ni carencias; y recursos que le permitiesen desarrollarse como ser individual y colectivo.
Nuestro entorno, bendito entorno, lo entregaba con bondad, benevolencia y opulencia. Tres ríos, tres: Guadalimar, Guarrizas y Guadiel, como aparecen en nuestro escudo, apagaron su sed, creando un vergel. Suave clima para desarrollar una civilización creativa y luchadora; suelo rico en vides, cereales, frutales, olivos… y «Madre Tierra». Tus entrañas estaban preñadas de plata para asentar el orgullo de hombres, de cobre y hierro para preparar armas que dañen y defiendan y de plomo para construir un hermoso y duro devenir.
Todo estaba preparado para que Cástulo fuera el origen de nuestra pequeña gran historia. Sus excavaciones lo demuestran. La ocupación de este inmemorial lugar se remonta a finales del tercer milenio antes de Cristo, cuando se desarrolla la economía agraria en el valle del Guadalimar, con agricultores nómadas y recolectores que empezaron a intuir, a vislumbrar, a mimar las riquezas que daba esta rica tierra; estableciéndose en ciertas zonas, en las riberas de este río, sereno y navegable. Dando lugar a lo que se denominará Cultura de Silos.
Durante el Bronce Medio es cuando, como joven que le cambia la voz, comienza a adquirir una entidad importante y urbana, vinculada económicamente a los ricos yacimientos de metales cuprosos y ferrosos de nuestras vírgenes y agraciadas sierras. Entre los siglos X y VII antes de Cristo, el embrionario bastión es una extensa y rica población de una evolucionada cultura autóctona peninsular. De estas fechas son los restos conocidos como el Templo de la Muela: edificio que podría identificarse como un palacio aristocrático, lo que revela una gran complejidad social, basada, como todas nuestras historias en la riqueza de unos pocos y el sufrimiento de muchos.
Durante esta época, antes de su terrible ocupación, se considera como un núcleo avanzado de la periferia de esa tierra llena de pan y miel a quien el mismo Hércules denominó Tartessos, por el que los colonizadores griegos y fenicios mostraron gran interés.
La mayor importancia del yacimiento tiene lugar en el período ibérico, cuando, la madura e inexpugnable fortaleza, se considera un arrogante oppidum, uno de los más importantes de la Alta Andalucía. Los oppida eran poblados situados en lugares altos y fuertemente amurallados, con calles en retícula conformando manzanas. De esta época sería tal vez la primitiva muralla, de la que apenas quedan restos. La que aparece en la actualidad es más moderna, de inicios de la conquista romana.
El Cástulo ibérico llegó a ser la capital de toda la Oretania, uno de los pueblos, entre sus correligionarios, más desarrollados, ricos, organizados y extensos de la Península. Como faro iluminado por relucientes aleaciones, entre atolones de impetuosos mares, forjo y acuñó su propia moneda, alejado de los núcleos costeros en contacto con los colonizadores del Mediterráneo Oriental.
En la pequeña elevación de La Malena, con sus reyezuelos al frente, se dará un hecho que tal vez cambiase los destinos de las grandes historias. Himilce esa pequeña hija reina, lamentándose en su fuente verdeazulada, nos revelará ese magno y triste destino…
¡Pero eso, eso es otra historia!
En la imagen de cabecera, una hermosa e impresionante reconstrucción virtual de Cástulo y su entorno en época romana, realizada por Francisco Arias de Haro, Arqueólogo titular del yacimiento de la ciudad ibero- romana.