Desde hace mucho tiempo, concretamente desde la lectura de Las edades de Lulú su primer libro, he admirado a la citada escritora y a la persona a medida que se iba pronunciando. Admiración que compartía con personas de muy distintas extracción.. Por mi parte, la empatía se debía, y se debe además, por compartir con ella los desvelos por difundir el conocimiento de la realidad cercana para que la ciudadanía actúe en consecuencia. Tanto es así que, siguiendo su atinada orientación, he dirigido mi atención en la obra de su admirado Benito Pérez Galdós. He paseado por los barrios de Madrid admirando a Fortunata y Jacinta, luego he visto los problemas en la casa de las Miau con el padre cesante, hasta seguir entre sus novelas principales, dejando ya, pasada la decena, otras, que no me parecían de menor mérito, para después. Y es que, en mi empeño de seguir a la autora de Corazón helado, di prioridad ya a los Episodios Nacionales como esa acertada tarea de aprender los eventos de la historia, a la vez que las inquietudes de la gente de ese mismo momento. De alguna manera, he entrado en una historia similar a la de leer Los Episodios de una Guerra Interminable aunque en este caso con mayor continuidad.
Introducido en ese mundo galdosiano, he ido conociendo la historia del siglo XIX en cada uno de sus hechos históricos, siguiendo a personajes en sus vidas que llego a vivir también. He sentido sus estrecheces y emociones hasta llegar a entender la historia de una manera más completa. La maestría de Galdós permite entrar en los grandes problemas vitales que se repiten en cualquier época, a la vez que se ilustran con las circunstancias específicas de la epoda retratada. Esas variable acaban reflejando en conversaciones en que los personajes, en buena parte el propio autor, retratan su alma y de quien le comprende o contraviene. Esa profundidad y maestría narrativa le llevó a ser el escritor, según gran parte de entendidos, más destacable después de Cervantes .Y no sólo eso, sino que el rigor con que narra los acontecimientos gozan de la veracidad del mejor historiador. Tanto es así que fue merecedor del mayor reconocimiento entre los lectores de su tiempo en España y en el extranjero. Don Benito no se contentó sólo con ser cronista de su tiempo, sino que mostró su inquietud y querencia por cuantas desgracias, injusticias y miserias reflejaba en sus escritos. Peo no sólo como periodista y escritor, sino que mostró sus valores, como liberal, para ir avanzando hacia el republicanismo próximo al socialismo. A los largo de su vida y obra muestra un cariño especial con personajes religiosos que encuentran la compatibilidad de sus creencias su militancia republicana avanzada. Por el contra, reflejó en su obra un importante anticlericalismo, al entender que el conservadurismo de obispos y cardenales impedían una vida más justa. Este aspecto llegó a granjearle la enemistad de las clases pudientes. Éstas maniobraron en contra de la propuesta para concederle el Premio Nóbel de Literatura, tanto que al final no se lo concedieron pese al gran apoyo de que gozaba. Cuando en 1.920 murió, ya ciego tras una vida de intenso trabajo y reconocimiento, el pueblo de Madrid, pese a un día de mal tiempo, acudió al funeral más concurrido que se recuerda en los anales de Madrid. Las clases pudientes volvieron a mostrar su enemistad con el insigne escritor y con el hombre solidario con el pueblo sencillo. Frente a tal desaire, ese pueblo de Madrid respondió erigiendo un monumento por subscripción popular en el Retiro.
Para quien tenga un mínimo de memoria y recuerde lo que volvió a ocurrir en Madrid el pasado mes de noviembre de 2.021 en la muerte de la Almudena Grande, tendrá claro tanto Martínez Almeida, acalde de Madrid como Díaz Ayuso, presidenta de la Comunidad de Madrid son de la misma ralea que aquella indeseable clase clerical, que había despreciado también al ejemplar Pérez Galdós.