El 24 de marzo, se cumplen 42 años de la muerte de monseñor Oscar Arnulfo Romero en el Salvador.
Este obispo, paladín de la lucha contra la injusticia y la opresión del pueblo salvadoreño, defensor a ultranza de los desposeídos, era abatido de un certero tiro en el corazón, con una bala explosiva, mientras oficiaba misa. El 23 de Marzo, decía en su homilía:
“En nombre de Dios pues, y en nombre de este sufrido pueblo, cuyos lamentos suben hasta el cielo, cada vez más tumultuoso, les suplico, les ruego, ¡les ordeno!; en nombre de Dios, ¡cese la represión”
Estas últimas palabras, constituyeron su sentencia de muerte. El capitalismo inhumano y desgarrador, la oligarquía financiera salvadoreña, fiel can de su supremo dueño norteamericano, no podía permitir más la intromisión de un “obispucho”, decidiendo quitarle de en medio, para que su voz, no siguiese alimentando a los sin voz. ¿Que hizo el Vaticano?
Estos hombres y mujeres sin voz, que tenían en monseñor Romero, su baluarte en la defensa de sus más elementales derechos, perdían los poquísimos que les quedaban, el sombrío día 24 de Marzo.
Éste era un obispo del pueblo y para el pueblo, de una extracción social humilde, que sufrió un proceso de conversión al descubrir la grandeza de alma de ese pueblo, reprimido y masacrado por el fascismo militar y paramilitar y por el gobierno de su país, lacayos todos del minotauro estadounidense.
Monseñor, en un principio, fue un obispo anodino, pegado a la sombra del poder establecido y de la Conferencia Episcopal Salvadoreña, como muchos de los obispos de aquel país, de todos los países, que tienen como único objetivo, pues tristemente no demuestran con sus actos otra cosa, “hacer carrera” de su privilegiado estatus social y religioso, “olvidando” acaso el Evangelio, en el dormitorio de su palacio episcopal. El Mensaje es claro. “No se puede servir a dos señores”.
Él tuvo como cristiano la gran suerte de redescubrir esa realidad liberadora, de redescubrir el Evangelio hasta el punto de costarle la vida. Y descubrió esa Palabra duramente, amargamente, cuando su amigo el sacerdote Rutilio Grande era asesinado, como los jesuitas y civiles de la UCA, como él lo sería posteriormente, por el delito de estar junto a los pobres, por ser la voz del oprimido, la voz que clamaba en el desierto.
En Europa, la forma en que el pueblo latinoamericano se acerca a este mensaje liberador, resulta muy difícil de entender, ya que vivimos un buen número de cristianos instalados en la comodidad, la opulencia, sobre todo si nos comparamos con estos pueblos, donde nuestra posición ante el Evangelio, viene determinada y condicionada por el miedo a perder las cotas conseguidas en lo económico, en el consumo, en nuestra imagen social, nuestros grandes dioses.
Se trata pues, de una teología que libera nuestra espiritualidad, en contraste con otra que aliena, que droga, dejando ésta segunda de ser teología para convertirse en idolatría por connivencia con nuestro egoísmo y nuestra injusticia.
La auténtica evangelización, el amor al Evangelio, al Mensaje del Carpintero, vendrá sin duda de la mano de los más oprimidos del planeta, porque occidente perdió la sintonía con el Maestro hace mucho tiempo y necesita urgentemente ser reevangelizado.
Monseñor Romero, pasó de ser un obispo “ortodoxo”, acomodaticio frente al poder, a estar en primera línea de la denuncia evangélica frente a la injusticia, haciendo delación contínua, no sólo de las causas de opresión, sino también de sus responsables diciendo:
“En el gobierno de mi país veo dos sectores. Los que tienen buena voluntad, pero que no pueden hacer nada, y los que no la tienen y son responsables de la represión. A unos les digo: hagan valer su poder o valientemente confiesen que no pueden mandar, y desenmascaren a los que están haciendo gran mal al país y a los otros les diré: no estorben”.
Después de esto, miro hacia un lado y comparo obispo con obispos… y me invade una profunda tristeza. Porque en este modo apergaminado que tiene la mayoría de la jerarquía de la iglesia de difundir el mensaje del Nazareno, se corre el peligro de reducir a Dios, sólo a una estatua de barro.
Solamente desde nuestra soledad interior, podremos institucionalizarle, pero será en este caso para convertirle en el motor de una vida puesta al servicio del otro; si no, todo es una falsa comedia.
Qué lástima y qué dolor que ésta Iglesia, en el amanecer del tercer milenio, no se acuerde de quien debiera ser uno de sus hijos predilectos, que por amor al Mensaje Liberador de Jesús, le arrancaron la vida.
Oscar Arnulfo Romero Galdámez, profeta y mártir, a pesar de muchos en esta Iglesia.
Y hoy, gracias a Dios, existen tanto en Latinoamérica, como en el resto del mundo, en España, aunque con realidades diferentes,
sacerdotes comprometidos y religiosas comprometidas, que por su Fe son capaces de dar la vida por Amor a la humanidad.
En concreto, uno de los más conocidos y comprometidos es el Padre Ángel, que se va a ayudar a Ucrania. Otro que falleció tristemente por el ébola fue el sacerdote misionero Miguel Pajares. La inefable labor del maestro de la cocina, el español José Andrés, y un sinfín de gente humanitaria que acoge a estas sufrientes personas ucranianas.
Al final ante nuestro Dios-Conciencia, seremos preguntados por una sola cosa: ¿Cuánto has amado?
Me gustaría saber también, qué responderían Putin y sus secuaces oligarcas rusos ante esa pregunta.