“La democracia es el peor sistema de gobierno,
con excepción de todos los demás”
Winston Churchill

Con bastante frecuencia, tal vez más de lo deseable, se hacen apreciaciones sobre la realidad de la misma o de su ausencia en el contexto en que se convive. Como aprecia el político británico en el texto adelantado, la cuestión no es tan fácil como para despacharla a la ligera. Pudiera ocurrir que una colectividad, incluso sin normas escritas, se acercara a aplicarse “el gobierno del pueblo” que es el significado etimológico de la palabra. Se citan en la historia casos de pequeñas comunidades, en las que es más accesible, donde se han dado a sí mismas ese estilo de vida, en que el poder del jefe se ha atenuado tanto para acoger propuestas ajenas y hasta el propio relevo. En sentido más amplio, las sociedades han tenido que ir evolucionando en su propia organización buscando la manera de vivir que cuadre con sus aspiraciones y necesidades. De ahí el amplio catálogo del que habla don Winston. Ni que decir tiene que un sencillo razonamiento sobre los pasos de la humanidad, ha permanecido la tentación de volver al instinto animal de “la ley de la selva” o del más fuerte. Tendencia, en la que se cae con gran frecuencia, al prescindir de las razones y acuerdos alcanzados con esfuerzo, cuando la situación se vuelve demasiado conflictiva. Si lo pensamos bien, es algo que se repite de manera recurrente, ya sea entre dos personas, grupos y hasta dentro o entre varios países. Es el círculo vicioso que, empezando por la ofensa, la pelea o la guerra, así hasta acabar por cansancio o en la derrota de una gran parte de contendientes que sufren daños mayores. Tras esa desgracia, vuelta a empezar, si así se decide, en la búsqueda de la concordia sobre viejas heridas por el bien y el progreso común.
Puede ser una manera simplona de presentar la cuestión, pero a lo mejor es la que conviene al aterrizar en la realidad de nuestro país. Aquí se ha escondido que hubo una guerra dolorosa con demasiado silencio y poca y tardía concordia. A la muerte del dictador, los partidos por arriba llegaron a ese supuesto pacto de la Constitución de 1.978 sin dar mucha cuenta y ocasión al pueblo, ni entonces ni después. Se habló de reconciliación que no fue tanto en la calle y hasta en familias. Por miedo al miedo, al odio, a la incomprensión, se desconfió del pueblo y su madurez para la autocrítica y el perdón para ese necesario y sincero encuentro como había ocurrido en Italia y Alemania. Pasado ese encuentro, sin ese diálogo y reflexión conjunta sobre los horrores de la guerra y la ausencia de libertades, la democracia traída carecía de la memoria e ideales que el egoísmo barrió pronto. Resurge esa sima en que se confunden o inventan miedos por ofensas pasadas arruinando ocasiones de paces nuevas y urgentes ante ruinas comunes. Se habían obviado esa guerra que no debiera haber sido, tanta pena y sufrimiento, tanta humillación y piedad no compartida, de todo lo cual, en el mejor de los casos queda el recuerdo de lágrimas secas que no restaura una memoria limpia.

Todo ello induce a vivir con tantas prisas y o querencias por la evasión que renunciamos a indagar en lo que realmente nos pasa, en lo que de verdad somos y en lo que humanamente nos convendría. Vivimos en un momento en que damos por hecho que votando cada cierto tiempo cumplimos con nuestro deber cívico desde el municipio hasta a la UE. Aunque no falta alguna razón, porque sobran egoísmos, se hace valer el propio dejando la democracia para “políticos”. Churchill nos vuelve a repetir que ahora podemos intentar que haya menos corrupción y puertas giratorias o bancos que siempre salen ganando. No es fácil, pero mejor que otra guerra que nos lleve a saber bien lo que una Constitución, una dictadura, comunismo, fascismo, capitalismo, derechos y bastantes más. Lo que si hemos de tener en cuenta es que para que haya democracia se necesitan demócratas. Cuando la ciudadanía más lo sea, la democracia irá siendo más aceptable. Por el contrario, puede ocurrir, y ha ocurrido, que la democracia se pierda también en las urnas. Así ocurrió en Alemania, donde Hitler fue elegido también en un ambiente de crispación que derivaría en violencia, dictadura y guerra mundial. Ya se sabe la alternativa: la sinrazón, el odio, la fuerza bruta, el sometimiento y el sálvese quien pueda. Frente a ello el Pacto Constitucional, pese al escaso conocimiento y apego popular, sigue siendo el camino menos malo, que decía el inglés.