El ciudadano corriente, convertido casualmente en analista social, observa con estupor como, de unos años a esta parte, nos hemos dado un mundo más imperfecto del que podríamos haber tenido.
Hace unos días, un amigo común llamaba la atención en las redes de este observador casual acerca de un calificativo jocoso, que a algunos molestó sin duda, con el que bautizaba a la querida ciudad de Linares: “Pueblo pueblerino”.
Después de una somera reflexión, el analista accidental ha llegado a la conclusión de que esa apreciación es válida para el conjunto del territorio nacional: “España es un pueblo pueblerino”.
Tras cuarenta y cinco años de Democracia (discutible, lo sé, pero será en otra ocasión cuando el analista reflexione sobre ello), de cuarenta y cinco años sufriendo un maremágnum de Sistemas Educativos que han pretendido hacer de los españoles un pueblo más culto y más preocupado por la ciencia (discutible también, lo sé) y de cuarenta y cinco años con una notable mejora en el poder adquisitivo particular y con inversiones públicas y privadas para crear, abrir y mantener escuelas, museos, teatros, cines, universidades, focos de cultura y de saber en general, si después de todo esto, piensa el analista circunstancial, las noticias más relevantes del país, las más vistas, oídas y leídas, son las relativas a la controversia entre dos personas que son “nadie” y que han contribuido “nada” a mejorar esta sociedad, apaga y vámonos.
Si la relación entre Rociíto y Antonio David es la noticia más importante para la audiencia televisiva y para la prensa, el observador llega a la conclusión de que jamás podremos estar como país a la altura de otros pueblos europeos a los que admiramos (Alemania, Francia, Reino Unido…) a los que, seamos honestos, envidiamos.
Y no lo estaremos, no sólo cultural, si no, y de manera principal, económicamente.
¿Por qué? Porque unos ciudadanos que carecen de inquietud cultural y de inquietud científica, que maximizan a personajillos parásitos, centrando el debate público en ellos, no prosperarán nunca, permanecerán inmersos en una endogamia malsana que le impedirá desarrollar la suficiente conciencia crítica y autocrítica como para elegir con buen tino a sus representantes políticos, pone como ejemplo el analista contextual, no sabrán definir bien el camino que desean tomar en su formación personal y no dispondrán de herramientas para poder ejercer la necesaria presión social que toda colectividad precisa para evolucionar por los caminos de la prosperidad. Esta manera de ver el mundo que el analista observa, no es precisamente la que determina a los pueblos emprendedores y trabajadores, se corresponde más bien con gentes sumisas, que aceptan la información impuesta, y conformistas, que fortalecen los intereses económicos de unos pocos que venden productos inservibles (empresas de comunicación, poderes políticos, etc.)
La Historia de España posee tristes ejemplos de lo que el observador circunstancial intenta comunicar. Preferir un Rey Absolutista, el atraso social, a un régimen de próspera libertad y liberalidad económica en el siglo XIX, preferir la confrontación de ideas, guerra cruenta entre hermanos, al consenso pacífico de las mismas en el XX o preferir la idiotización mediática a la concienciación cultural y científica en el XXI, lo dice todo.
Y el analista teme que esta visión pesimista del país que habita, sea exportable a la localidad que ahora observa desde su interior. Ojalá se equivoque y Linares pueda volver a ser una ciudad próspera en economía, aunque teme que si no lo es en lo cultural y en lo científico, no consiga tal objetivo.