Se decía, y me parece que aun se dice “en los psiquiátricos están las oficinas, los locos están o estamos fuera”. La mejor ironía de este pueblo resume de esta manera grandes problemas. Las enfermedades mentales, como otras, permanecen en la sociedad aunque su notoriedad sube o baja con los flujos de ésta. Por varias circunstancias, el asunto me incumbe y me lleva a su seguimiento en el presente, a buscar los precedentes y a mirar las posibilidades de futuro. A mirar al presente me han llevado dos hechos. “El regreso de las camisas de fuerza” un escrito procedente de Francia, que como tantos otros acontecimientos sobre el asunto, de allí nos llega. El otro tiene más que ver con la realidad más cercana y reciente, insiste en la dirección del anterior. Comparto aquí mis reflexiones relativamente informadas sobre el asunto.

Empiezo por el presente con lo que dice el experto Patrick Coupechoux sobre lo que aun parece vigente, pero menos, sobre el asunto: “La locura es una enfermedad peculiar, pero una patología de la persona. Pertenece a la humanidad y debe ser acogida, por ende en el mundo de los humanos. Debemos romper con siglos de historia en que la locura era excluida, desterrada o encerrada”. Señal inequívoca de que se atendía a tal actitud es que se acoge en los mismos hospitales que a las demás enfermedades en su planta específica. También la sociedad ha venido aceptando la existencia de tal padecimiento, pues las familias no esconden el problema y existen medios e instituciones más abiertas, como viviendas tuteladas y empresas que favorecen la máxima integración de estas personas. A ello, parece haber contribuido, la extensión de este tipo de males que, como el estrés o la depresión, acercan a cierta enajenación. Esta visión positiva es la que parece en retirada a la vista de ciertos datos que presagian un oscuro futuro. Ante de estudiar dicho futuro, conviene ver el pasado.

Con la Revolución Francesa de 1789, ese periodo de las libertades, Philippe Pinel fundó la psiquiatría francesa. Era palpable por entonces que la cerrazón de la locura, además de ni intentar sanar o condenar a un calvario y muerte precoz a la mayoría de quienes la sufrían, era un pretexto para deshacerse de rebeldes incómodos al poder. A partir de esa fecha, se incrementa la preocupación por atender el padecimiento. En parte las familias van llevando sus enfermos a sanatorios que tratan de cuidar el mal, aunque no deja de haber centros, los llamados manicomio, en los que predomina la coerción y varios abandonos. A la vez que esa realidad en la misma España surgen realidades encomiable que merecen mayor reconocimiento. Han de surgir personas como el doctor Esquerdo cuya visión de la sociedad y de la locura le lleva a que en tales centros entraran junto el saber neuropsiquiatría, otras terapias como la ocupacional. El centro dirigido por el mencionado médico era famoso por la utilización del teatro como terapia a cargo de internos y personal del cuidado, a la vez que se eliminaba el trato coercitivo. Ya se va aceptando que la locura para su cura necesita la complicidad de la sociedad. Desaparecido en 1.912 el destacado doctor republicano, su sanatorio y ejemplo de pierden parte de su proyección. Llegada la dictadura, se instaura el parecer de los psiquiatras Vallejo Nájera y López Ibor. Éstos, además las estrafalarias teorías ideológicas o quirúrgicas del primero, se pronuncian en contra de terapias ocupacionales en beneficio exclusivo de la medicación con ciertas mejoras, o excesos de tratamientos tan agresivos o más como el electrochoc. Frente a tales excesos surgen las aportaciones de Castilla del Pino y se abrió el panorama para la renovación con la anti psiquiatría y la psiquiatría anti institucional. En nuestra provincia tuvo una gran visibilidad con la llegada de González Duro, quien desde la dirección de “Los Prados”, convertiría a éste en un sanatorio abierto. De aquellos tiempos se mantiene la mencionada apertura, que ahora se cuestiona de cara al futuro.

La anunciada vuelta de la camisa no es una ocurrencia del citado Coupechoux. Recoge unas declaraciones del ex presidente francés Sarkozy en las éste dice que la sociedad “ha de defenderse de esta enfermedad sugiriendo una nueva exclusión de la misma. No puede anunciarse con más claridad el individualismo insolidario del neoliberalismo. Ese nuevo capitalismo ataca aquí también a lo público para excluir aquí a esta parte de la población, como más allá lo hará de otro sector deprimido. Aquí se huye al problema de los cuidados que es la necesidad actual para que la persona lo siga siendo. Un paso más allá, cuenta con la complicidad de una porción de psiquiatras que tiende a desentenderse de la peculiaridad de la enfermedad. Así, como tantos otros galenos, se refugia en el colectivo de expertos que no baja de su torre o esfera técnica de dispensador de fármacos. En esta línea me llega el otro testimonio sobre un psiquiatra que ha renunciado a su trabajo en planta a favor de su consulta externa. Así nos encontramos en que la atención a los cuidados se dispersa entre el acto médico mensurable y contable de una administración sanitaria -a ser posible privada- y el “no se sabe quien” se hace cargo del resto del proceso. Lo de no se sabe es un decir, porque está claro. Será la familia, si es que la hay arriesgando su estabilidad para quedar atrapada, al menos en parte, en la misma enfermedad como en muchos casos yo conozco. Si no la hay, será una más de las miserias colectivas y crecientes con esta deshumanización, fruto de la privatización que está ahí, aunque no se quiera ver.