Vuelvo a recordar las buenas intenciones surgidas en el confinamiento. Además de pensar que el COVID 19 era la autodefensa de la naturaleza frente a los desmanes que contra ella hacemos el género humano, hay otras observaciones. Me decía mi nieta que le gustaba mirar el cielo de Madrid durante su encierro, pues entonces disfrutaba viendo el cielo azul que antes tapaba el gorro de basura. Yo le contestaba que a ese cielo casi limpio por aquí estábamos más acostumbrados, lo que si era más admirable era la calle limpia de aquellos días. Luego, pasado el confinamientos más estricto, las encontramos como solían, y además con mascarillas y guantes. En algún otro lugar, ensartados en un palo aparecían las mismas prendas, a la vez que señalaba el peligro añadido. Aprendemos poco y las buenas intenciones se disipan casi al pensarlas. En estas mismas páginas comentaba hace pocos días como la economía arrasa sin contemplación alguna a lo dispuesto contra el cambio climático. Se ha dicho muchas veces que el ser humano tropieza dos o muchas veces en la misma piedra. A veces se achaca a la falta de memoria, pero creo yo, que las más se deben a la inmediatez con que vivimos que nos lleva a olvidar lo importante ante discutibles urgencias. Teniendo claro lo esencial, podemos contribuir a un ambiente más saludable desde nuestras decisiones personales y colectivas, incluso en epidemia.

Empezando por las citadas mascarillas y teniendo en cuenta que habrá de usarse por tiempo, una vez que se han superado los problemas de adquisición, me he decidido por una de varios usos. El estilo de usar y tirar (por supuesto menos y siempre en el lugar adecuado), lo sigo entendiendo inconveniente. No se repetirá de manera suficiente el daño ecológico y económico derivado de la obsolecencia, es decir la intención de que los bienes no se reparen y se abandonen pronto. No se entiende que aunque se reciclaran al completo los materiales de que están hechos, cosa que está lejos de lograrse, hay un excesivo gasto de energía en todos los demás procesos. Hay una experiencia a imitar que se divulgaba hace unos meses relacionada con los envases retornables, era en Dinamarca en donde se había llegado casi al completo.
Pese el aumento de consumo que por necesidades higiénicas, como guantes, envases y otros usos, impuesto por la pandemia, no hemos de olvidar la necesidad de reducir el uso del plástico al mínimo imprescindible. No hemos de olvidar lo que hemos comentado en estas páginas refriendo la larga vida de este material, así como el peligro derivado de los micro plásticos que llegan a formar parte de nuestra cadena alimentaria.

El consumo de cercanía puede ser beneficioso para la humanidad en general. Hemos visto que la globalización de la producción y su especialización en distintas partes del mundo, nos puede impedir disponer de productos muy necesarios. Hemos visto la dependencia de mascarillas que no se producían en España. Ello sin referir la contaminación que producen los aviones en la atmósfera en traerla de otros continentes. Claro que eso puede significar algunos sacrificios para la ciudadanía en el consumo. A lo mejor el precio crece o habremos de renunciar a algún alimento que no son de temporada donde vivimos. Todo eso lo hemos de tener muy en cuenta, y superar si valoramos los mayores inconvenientes, de la pandemia actual y las que puedan surgir si seguimos agrediendo al planeta. Tendría sentido tenemos más en cuenta lo que expone el Panel Científicos y Expertos en el Cambio Climático (IPCC-ONU) como reclama la gente joven concienciada a partir de la denuncia de la joven Greta.

Todo ello será posible si se admite que no se puede tener como la ambición que exige un crecimiento sin límite de la economía, que la necesidad de subsistencia y/o trabajo ha de atenderse en contra de la pobreza, que el conjunto habremos de entender el sacrificio colectivo que incluya lo anterior y los caprichos, incluidos los del sibarita que confunde su libertad con la solidaridad.