Hace apenas unos días, en determinada prensa aparecía la denuncia a España y a otros países como Francia, el Reino Unido, Alemania, Italia y Bulgaria, por la venta de armas para la guerra de Yemen. Siguiendo a Romain Mielcarek, periodista experto en el mercado de armas, he reparado en este conflicto que se iniciara en 2.014 y del que, como es habitual, sólo nos llegan los titulares. A medida que se entra en el asunto, aparece la lamentable realidad como la que refleja el título que abre este texto. Veamos los detalles.

La guerra en Yemen se inicia con la rebelión de huties, población de religión chií con apoyo de Irán, frente a los leales al gobierno del país respaldado principalmente por Arabia Saudí Emiratos Independientes. En 2.015 la ONU reclama el fin de las hostilidades emprendidas por éste bando ampliado por Egipto, Sudán y Marruecos. Había surgido la preocupación por 24,1 millones de yemeníes (de 30,5 millones) que necesitan ayuda urgente para la mitad de su población. Varias ONGs denuncian que Arabia Saudí y sus aliados se preocupan poco por la población civil. ACLES, uno de estos colectivos, habla de 4,8 millones de personas desplazadas, 60.000 heridas y 11.700 civiles muertos. Tales muertes ocurren: 140 en un bombardeo de 2.016, en una boda 30 de 2.018 y 51 pasajeros en un autobús. Como ya es habitual en las últimas guerra, los causantes, en este caso Arabia Saudí, hablan de “tristes errores” o “daños colaterales”.

Desgraciadamente la ciudadanía mundial lamentamos tanta muerte, con frecuencia de niños o niñas alejados de los lugares directos de guerra. Frente a esas imágenes desgarradoras hay reacciones solidarias que se borran demasiado. Otras, como las de personas comprometidas en colectivos pacifistas y en contra de las armas, se enfrentan a la realidad y buscan la complicidad de quienes se les unen. Hay estibadores que, avisados por pacifistas, se niegan a cargar armas con destino a guerras como la de Yemen. Por ello, varios barcos tuvieron que salir de puertos franceses, italianos y otros sin su mortífera mercancía. Claro que lo del transporte es el último paso de quienes alientan las guerras con su tráfico de armas. Antes hay empresas que las fabrican y venden, y en su entorno países, instituciones y ciudadanía que se benefician o callan sabiendo el mal que se causan. Cerca de ese negocio hay un entramado de todo tipo que lo camuflan.

Volviendo al principio del proceso, esto es de la fabricación, encontramos que las industrias bélicas están ligadas a los ministerios de defensa de cada país. En principio se justifica tal realidad alegando que se fabrica para las necesidades del propio ejército. Para ocultar las operaciones de fabricación y venta se habla de la necesaria seguridad nacional. Pese a esa censura, las ONGs mantienen sus pesquisas y denuncias. El Tratado sobre Comercio de Armas, ratificado por 101 estados incluidos los europeos y en vigor desde 2.014 junto a la posición europea de 2.008, obligaban a no exportar armas, si no era en defensa del derecho internacional humanitario. Frente a la muerte de civiles o crímenes de guerra contra los yemeníes, las ONGs habían presentado denuncias que no han prosperado hasta el presente. Pese a tales acuerdos y hechos los países callan ante tales atrocidades. Si, por contra, algunos como Austria, Dinamarca, Noruega o Finlandia, que sólo reaccionan ante el asesinato del periodista saudí Jamal Khashoggi ocurrido en Estambul. Una nota de la Dirección de inteligencia Militar, DRM, de Francia difundida por periodistas de Disclose cita un listado amplio de material bélico vendido a Arabia. Ante tales revelaciones, la Dirección General de Seguridad de Interior convoca a los periodistas, en el marco de una investigación por “atentar contra el secreto de defensa nacional.

Un seguimiento pormenorizado de este asunto deja más a las claras el cinismo y moral de los gobiernos, que en general oscurecen la información sobre armas a los propios parlamentos. Este asunto es un tanteo entre los gobiernos e industriales del ramo para burlar los pacifistas compromisos firmados.