“No podéis preparar a vuestros hijos para que construyan mañana el mundo de sus sueños, si vosotros ya no creéis en esos sueños”……. Nos decía Cèlestin Freinet.
Y esto me decía ayer mi amiga Clara: “Siento que hasta me han matado los sueños, porque ya las Mil y una Noches no serán las mismas; los cuentos de El ladrón de Bagdad, Simbad el Marino, El Príncipe Kalender y su Princesa Scherezade, Alí-Babá y los Cuarenta Ladrones, ya no serán los mismos”. Y me lo decía desde su grandiosa experiencia de ser madre.
Te vi triste, Clara. Te dije: sólo eran cuentos, cuyos personajes a imitar en nuestra inocencia, maravillaron nuestra infancia y siguen vivos. Pero ahora, los personajes han cambiado de nombre, con la única diferencia que el final de cada cuento cambia sustancialmente y no de la forma en que nos gustaría.
En Las Mil y una Noches, es Scheherezade, quien trata de salvar su vida, contando al aburrido Sultán un cuento cada noche, pero de tal manera hilvanado con el de la noches anteriores y siguientes, que consigue tener a este cruel sátrapa tan intrigado que cada noche va perdonando su vida por saber dejarle la princesa con la miel en los labios, tan increíble cantidad de días. La Princesa Scheherezade, ha cambiado su nombre por el de Princesa ONU. El Ladrón de Bagdad, fue años ha, arrojado a la serpiente de las mil cabezas colgado por el cuello. Hoy el Sultán Trump, convertido en el asesino Califa Abassí, persigue de muerte al Omeya Abderramán por las cordilleras del Atlas y el Mediterráneo. La dinastía Omeya, es invitada a una cena, en la que es molida a palos, previamente a ser liados sus cuerpos en damasquinadas alfombras (que quien sabe si contenía polvo de ántrax) tal como nos cuenta Muñoz Molina en su “ Córdoba de los Omeyas”. Simbad es el pequeño navegante, humanitario de los mares del Sur rescatando con su barco a quienes huyen de sus países de la muerte y la miseria.
Como ves querida Clara, nada ha cambiado, el cuento sigue teniendo vida propia, pero tiñendo de rojo sangre las esteras voladoras, hoy trocadas en ilusiones por cambiar este puñetero mundo. Esteras voladoras convertidas acaso en pateras de muerte.
Si a estos coloridos cuentos ancestrales, les quitamos el edulcoramiento que los suaviza para hacerlos digeribles, nos queda la pura y dura realidad de un mundo en el que los que perderán serán siempre los mismos, esto es los pueblos, y por desgracia, formando parte también de ellos, los honestos cuenta-cuentos.
A mí querida amiga, lo que me está empezando a flaquear es la Fe y sobre todo la Esperanza en que sigan existiendo y narrando con honestidad esos cuenta-cuentos, para mis hijos y los hijos de mis hijos. Pero fíjate Clara, observo que el público que escucha estas narraciones, no de los humildes y honestos narradores, sino de aquellos dispensadores de falsas ilusiones, es cada vez menos cándido, se identifican con la deshonesta intención de algunos venales narradores, al presentarnos endulzados a sus personajes y personajillos pueriles, asquerosos, sin conciencia. Este público, progresivamente, va dejando la grada vacía para introducirse en el cuento y cambiar la historia, a pesar de ese funesto narrador dispensadore de humo, deshonestidad, y podredumbre. Todo ello muy calculado para lograr el efecto deseado, y cobrar el jornal de su amo.
Yo me refugio, y te invito a ello, en otros cuentos no menos valiosos, de factura “ Meid in Espéin”, como el Pirata Mala Pata, arrojando a la hoguera de mi memoria, que no de la historia, al pirata inglés y su amiga Europa, modelos de latrocinio y saqueo.
Prefiero al narrador Gala y a la niña gorda y sensible llamada Gloria Fuertes, de alma angelical, corazón tierno y querido. También quiero a Momo, la niña protagonista de Michel Ende. Estos sí son cuentos con vida propia, eternos en la eternidad, como lo son Platero y el Principito.
Quizá Clara, mataron tus sueños de niña, pero hoy convertida en un pedazo de mujer, no dejes que maten tu niñez, hay muchos más cuentos, que precisamente no han sido escritos para idiotizar, sino para ilusionar nuestra candidez infantil que gracias a Dios todavía sigue en nuestros corazones.
Siempre hay que dejar una puerta abierta por si acaso a la Esperanza, y por mucho que nos duela no poder ver ya Bagdad con un cielo cubierto de tapices y esteras voladoras multicolores, sí podremos cambiar el argumento del cuento, introduciendo en él a personajillos sin escrúpulos, sin conciencia, como modelo a No imitar.
Que nuestros hijos y nietos aprendan sobre todo, en una época de enfermiza permisividad de la imagen, el valor de la palabra, sobre todo de aquella que niega, se opone radicalmente a los crímenes contra la humanidad, la que afirma la esperanza en el ser humano, aquella generadora de auténticos sueños.