El de los pensionistas es un asunto que por distintas razones o con aviesas intenciones se repite en los medios de comunicación. Algunos ejemplos. La subida de las pensiones incluida en los presupuestos negociados por PP y Cs con PNV se nos viene repitiendo hasta en la sopa. Desde que se quiso atender las movilizaciones, cuando decidió PSOE aplicarla, o ahora venga o no a cuento. El caso es que la ciudadanía odie al pensionista, esa especie privilegiada y ya parásita, que se come nuestros impuestos y pone en peligro el supuesto bienestar común. Lamentablemente es una estrategia ya muy ensayada del “divide y vencerás” repartiendo, a la vez, miedo, envidia y odio. Antes fue a personas refugiadas o por cualquier otra discriminación. El caso es sembrar cizaña y enfrentar a la ciudadanía para que no aborde los problemas con racionalidad solidaria. En este caso tratan de denostar al pensionista como si no fuera a la vez ser querido que, con sus desvelos incluso económicos, ayuda al resto de la familia. Ya estigmatizada, a la persona jubilada se le degrada para verla como un exceso de gasto que hemos de quitarnos como sea. La pasión ciega para no ver que peligra aún más la propia e incierta jubilación de quien denigra. Perdida la capacidad de análisis, acepta de manera acrítica la tergiversación de la realidad que propician los poderes mediáticos.Veamos por partes.
Recientemente, en una encuesta sobre la subida de los carburantes, un trabajador culpaba de esa subida a la necesidad de más dinero para pagar a pensionistas. Esa rebuscada opinión inducía a luchar contra la subida de impuestos. Eso es en España, uno de los países de menor y más injusta presión fiscal de Europa. En un supuesto debate en la Sexta, dos economistas neoliberales asustaban a la audiencia con la deuda pública. Allí no se permitió la replica de un economista riguroso que aclarara lo de la deuda pública. Ésta deuda es el resultado de rescatar, con dinero de tod@s, la deuda privada de bancos, autopistas y otros negocios de grandes empresas fallidos. Tampoco hubo oportunidad para que, junto a lo anterior, se pudiera denunciar la amnistía, los paraisos y demás trapacerías fiscales. En lugar de bajar recursos para servicios, se ha descartado la posibilidad de aumentarlos con una fiscalidad más justa y honrada. En lugar de eso, se viene engañando al personal para que se bajen los impuestos de los ricos. Véase la eliminación del impuesto de herencias que era uno de los pocos que afectaban a las grandes fortunas. De la misma manera se demoniza de antemano el anuncio de subir los impuestos a contribuyentes que superen los dos cientos cincuenta mil euros anuales. Hay que ver qué desatino tan grande en el país donde más ha creicdo la desigualdad entre ricos y pobres. Ya está bien de empeñarse en cuadrar las cuentas del estado imponiendo la austeridad a los pobres y permitiendo el fraude fiscal a los más ricos. Se viene insistiendo en que cumplir con el deber de contribuir al gasto público es una ingenuidad. De esa manera, invitando a la picaresca a la gente en general, eluden sus responsbilidades las más grandes fortunas.
Además de la irracionalidad de quien se enfrenta a la digna atención de quienes han trabajado, convendría que se miraran mejor las cuentas reales de las pensiones en España. Aparte de que la productividad del conjunto de la clase trabajadora aumenta con menos población, como se podrá demostrar en el sector agrario, se viene disminuyendo salario y pensión al conjunto. Por contra, se sigue hablando del crecimiento vegetativo, esto es la diferencia entre nacimientos y muertes. Se sigue asustando con que faltará gente que cotice. Para ello, se oculta que esos cálculos han venido fallando desde hace años, pues ni se tenían en cuenta variables como la llegada de emigrantes o la incorporación de la mujer al trabajo fuera del hogar. De la misma manera, se insiste en argumentos igualmente falaces con el deseo imposible de un pleno empleo digno. Se mantiene el doble cinismo de la economía sumergida, casi esclavista, y la lógica destrucción del empleo humano sustituido por la máquina. Pese a todo ello, se insiste en el señuelo tramposo de la cotización suficiente con salarios bajos y precarios para unas muy dudosas pensiones futuras.
Hasta aquí hemos hablado de la manipulación de las personas con el gran poder de los medios. La más preocupante es que, más allá del engaño, está el miedo y la desesperanza de quienes debieran ser pensionistas en el futuro. Esas personas que no encuentran o no pueden reinventar un sindicalismo para el precariado que le permita eludir al actual esclavismo. Esa gente que se niega a pensar en el futuro, a no tener descendencia o a emigrar. Esa gente son gran parte de las generaciones que nos siguen. Esas que van entrando en la desesperanza, si no en la envidia o en el odio. Esas a las que, se lo quieran creer o no, tratan de ayudar e implicar los y las pensionistas que sí han salido a las calles antes demasiado desencantadas.