Hace unos días, según me cuentan porque yo no dedico mi tiempo a las redes, hubo un debate áspero en torno a una opinión de Antonio del Arco sobre la implicación social de la juventud. Por mi parte no entro a pronunciarme sobre el desahogo de alguien que, muy comprometido en contra del paro, observa menor implicación en el sector que más lo sufre. Creo que en lugar de crispar más el problema, conviene una reflexión más sosegada sobre los distintos aspectos de la cuestión.
La participación y el compromiso social no ha sido siempre en nuestro país uno de los aspectos más elogiables. Ni ante la picaresca tradicional, exagerada y sancionadora con mayor dureza en la gente humilde, y menos ante la corrupción casi impune en las personas más adineradas. O aceptando impasible ahora que aquello de “que hacienda éramos todos” que parecía animar al cívico cumplimiento con el fisco era sólo un reclamo publicitario. En cuanto a las movilizaciones por justas reivindicaciones no han sido siempre ni tan masivas ni tan solidarias.No faltó ocasión en que el ánimo reivindicativo llegaba acompañando al miedo a perder el propio empleo. Hubo un tiempo en que se esperaba la labor de una vanguardia altruísta y sin ánimo de lucro para después sumarse la mayoría. Esa misma actitud inicial se dio en el movimiento vecinal y social en general. Luego han ido descendiendo, hasta llegar a desentenderse en las pequeñas comunidades de la escalera. Así que las movilizaciones notorias y sostenidas por el conjunto de los sectores y generaciones no han sido tantas. Ojalá que la iniciada en septiembre continúe con nervio , acierto y satisfacción suficiente.

Hay quienes quieren apreciar que en nuestra ciudad está creciendo el tejido asociativo. Yo no digo que no. Lo que está por ver es si el seguimiento de varias decenas de miles un día de septiembre en la calle se consolida. Bien que vendrá para afrontar la crisis social que lo concitó. No se puede negar la tendencia asociativa en el ámbito deportivo, cofrade, e incluso en colectivos con objetivos específicos benéficos y culturales. Sin embargo, el carácter principalmente recreativo de tal tendencia, no puede ocultar la debilidad del movimiento socio-laboral más responsabilizado . Entiendo, con del Arco, que la participación y compromiso con la realidad es una responsabilidad que la pesona, en cuanto ser social, no debiera eludir. Claro que, una cosa son los deseos colectivos y otra bien distinta son las situación, razones y voluntad de cada cual para afrontarlos. Desde esa perspectiva empiezo a discrepar con Antonio porque hay razones del alma de las juventud que nosotros y -quizá gran parte de ella- no se acaban de comprender. Intentemos acercarnos.

Aunque siempre se han dado las discrepacias entre generaciones, parece que ahora, tanto por los grandes cambios tecnológicos como por la crisis-y no sólo-económica, son de mayor calado.
Hay quienes entienden que nuestras maneras e instrumentos de enfrentar el futuro han quedado obsoletas, los sindicatos ya no atienden o entienden la situación de paro y precariedad a la que en conjunto hemos llegado. La lógica, pero cegadora, desconfianza lleva con frecuencia a la fácil e injusta descalificación que muchas veces-también en nuestra generación- impide encontrar la salida.

Claro que hay jóvenes “ninis”, “sisis” emigrantes y de diverso temple. También es abundante la incomunicación incubada en la familia que ha ayudado poco a romper con ese desapego. Desde esa perspectiva de un análisis más compartido de hechos que en principio parecen más irreconciliables de lo que en realidad son. No son pocas la veces en que alguien mira con envidia a sus mayores poque han llegado a jubilarse con su pensioncita. A veces sin reparar en que ese alguien la percibe en parte. No faltará quien, con cierta razón, recuerde aquellos “eres” que, además de haber llenado bolsillos espurios, debieran haberse invertido con más acierto. Aun así, con aparentes razones o sin ellas, el encono de un presente difícil o un pasado errado no deben fastidiar el futuro satisfactorio.

Nuestro presente debiera ser de participación y compromiso dialogado e inteligente. Éste será el que nos permita, sin recaer en pasados errores, poner encima de la mesa la necesaria y digna supervivencia de la localidad y de quienes en ella habitan, sean jóvenes o mayores. Han de buscarse los medios entre linarenses y en las administraciones públicas que siempre los encuentran a la hora de rescatar bancos y permitir la impunidad sin devolver el fruto de su saqueo a la trama corrupta.