Como he reflejado en estas páginas, me preocupa disfrutar de una vejez digna. Por ello no rehuyo el asunto, sino que – por el contrario- lo provoco cuando hay ocasión. La última charla tuvo lugar en una plataforma de pensionistas. En la misma, además del empobrecimiento que nos viene de resultas del ridículo aumento (0,25%) cuando los precios suben mucho más, tratamos de nuestra próxima vida dependiente. Alguna de las personas presentes, tras glosar el oscuro porvenir de las pensiones para hijos o nietos por las escasas cotizaciones, refirió alternativas a mi escrito sobre residencias para mayores. Como quiera que en conjunto surgieron ideas interesantes, fui tomando nota para compartirlas aquí.
La posibilidad de quedar al cuidado de la familia-hijas u otros descendientes- quedó casi descartada por la forma actual de la vida, sobre todo laboral, de éstos. En principio hay una gran tendencia a permanecer en la propia casa, lo que será posible durante un periodo incierto. A ese respecto se comentaron diversas estrategias para compensar el deterioro que los años, que de manera distinta pero inexorable, nos vienen causando. Surge la ayuda a domicilio, ya sea de la familia o de servicios sociales, como una solución tansitoria mientras el cuerpo y-sobre todo-la cabeza- aguante. Se pondera el servicio de botón y teléfono de atención permanente al mayor. Cuando llega la reclusión en la casa y- lo que es peor- en la cama, las medidas anteriores ya no bastan. Entonces surge la necesidad de contar con otras alternativas: más personas que nos cuiden, el ingreso en los mejorables centros de mayores, sin descartar la eutanasia deseablemente ya pronto legalizada.
Se aceptan, casi por unanimidad, los pasos y circunstancias de nuestro previsible declive, a la vez que se lamenta el casi inevitable desarraigo que alguna en especial conlleva. Se traen a colación distintas experiencias de las barajadas como mejora o alternativas. La primera, como es obvio, la eliminación de todos los recortes económicos que han venido deteriorando los servicios actualmente prestados. Recortes que han frenado también previsibles planes de mejora que gracias a iniciativas del personal se vienen aplicando en ciertas ocasiones. De ellos hablamos en cada caso.
Tanto en los actuales centros residenciales, como en la ayuda a domicilio, se podría favorecer la cercanía y el afecto que da un roce más continuado. Evitar el exceso de rotaciones del personal, que atiende cada planta, aminoraría la deshumanización más propia de una fábrica. Algo por el estilo podría lograrse en la ayuda a domicilio, si la persona encargada conociera más a quien atiende y a su entorno. Esa familiaridad facilitaría mantener en parte las rutinas lúdicas o de expansión de su vida anterior. Ello no contraviene, sino todo lo contrario, complementan las acertadas actividades de centro de residencia y de día. Poner de acuerdo a las personas que comparten aficiones en la propia residencia para que, sin más ayuda diaria, disfruten su ocio aliviando su ensimismamiento, conllevan más beneficio que costes. Algo por el estilo se podría lograr, en aquellos barrios que carecen de hogar del pensionista, buscándoles un lugar de encuentro cercano, en parte alternativo.
Una señora comentó con cierta envidia y contrariedad el caso de su nieto. Mientras vivía en la localidad, se había trasladado a casa de los abuelos a los que daba compañía o atendía en caso de enfermedad, y ayudaba en las tareas domésticas . Cuando se marchó a la universidad encontró una situación parecida con una amiga mía que vivía alli. Luego tuvieron que dejarlo porque a ella la asustaron con que tenía que dar de alta en alquiler. Se lamentaba nuestra comunicante, de que no se contemplara esta situación como servicios social para la ayuda mutua y el roce intergeneracional.
Se mencionaron alternativas como la asociación de amigos para promover apartamentos linderos y complementados con aquellos servicios que irían necesitando con el declive de los años. Esa alternativa la remodeló alguien, planteando una vivienda con habitaciones individuales amplias y con servicios comunes como en la anterior. La diferencia era que en lugar desterrarse todos a un lugar nuevo, como se preveía en la situación anterior, la vivienda fuera en el mismo barrio en que los alojados venían viviendo. De ese modo, podrían mantener el arraigo añorado con el nieto.
Concluímos que, de una u otra manera, hay y se deben propiciar alternativas para que las personas lo sigan siendo y no se conviertan en cifras, que se manejan lejos y sin más consideración.