Acabo de leer otro libro, “El smarphon ganó a la ecología, del admirable Jorge Riechman que, como como los anteriores, merece amplia difusión. Es éste un intelectual contemporáneo que comparte un amor por la sabiduría conjunta propia de los clásicos o renacentistas. El catedrático de filosofía moral en la Autónoma de Madrid, es además de destacado estudioso de los movimientos sociales y del marxismo, reputado poeta y matemático. Como dicen el título del libro y el encabezamiento de este escrito, nos plantea un tema con amplias y apasionantes vertientes. Algunas de ellas, sin la extensión ni acierto del autor, trato reflejar aquí.

El smartphone, el móvil multifunción que tanto ha cambiado nuestra vida, adquiere en el libro el valor simbólico del conjunto de la tecnología. Comenta la ciencia aplicada, en, cuanto a los usos y controles en la sociedad actual, que la misma supone, así como sobre los retos para el futuro. Como ecologista, entiende que esta sociedad capitalista, con su consumismo desaforado, ha ido bastante más allá de lo razonable con su impacto destructor del planeta. Describe los peligros ecológicos que fatalmente se van cumpliendo (cambio climático, cáncer, destrucción de los polos y otros) pese a las reiteradas advertencias. Sigue sugiriendo medidas que ayuden a atenuar el desastre en marcha en la Tierra con perspectiva de especie humana. En ese sentido, retoma la máquina o avance tecnológico desde varios aspectos en función del uso y valor que se le conceda en relación con la persona como tal ser natural.

La máquina, en cuanto producto del trabajo humano, viene transformando dicho trabajo, la economía -y de resultas- hasta el futuro de la humanidad. Todo progreso, lo entiende, como patrimonio para el bien de la clase trabajadora y de la población en su conjunto. Sin embargo, al apropiarse el capital de los bienes tecnológicos, en general se vienen usando en contra de quienes ha de ganarse la vida con su trabajo. Dicho trabajo se ha convertido en una mercancía más, cada vez más escasa al ser sustituida por la máquina. Refiere nuestro autor la dialéctica relación de persona y máquina. Señala los innegables beneficios de eliminar esfuerzos, peligros y hasta errores que eran o son habituales en la vida laboral y familiar. De la misma manera, destaca también el posible enfrentamiento entre la persona y el robot. Parece crecer una escena nebulosa entre una y otro, en que se entremezclan la inteligencia natural con la programada, así como la capacidad de memoria y operaciones en las que el robot dominaría. En ese contexto aparece la duda sobre la ética y el posible control del conjunto de la población por parte quien domine al conjunto de robots.

El asunto de la salud también ha sentido el terremoto del progreso científico. Los trasplantes y tratamientos sofisticados nos permiten, además de superar enfermedades que antes eran mortales, una calidad y esperanza de vida hace decenios impensables. Tanto es así, que crecen las expectivas de la inmortalidad. Ante la posibilidad de que nos pase como a los coches, a los que se puede sustituir una pieza tras otra, que lleguemos a tener un cuerpo totalmente nuevo. A ese respecto, hay alguna anécdota humorística entre mayoresdigna de citar. Ya hemos arreglado los problemas de nuestros órganos sexuales, a veces no nos acordamos para qué sirven. Ironías aparte, Riechmann no esconde la importante problemática que la posible inmortalidad conlleva. Para empezar, refiere el desigual desarrollo que los avances tecnológicos prioriza el capital que decide en la salud. Hay apreciebles diferencias entre las enfermedades raras y las de la vertiente estética, por citar alguna. Otra cuestión que plantea, con su habitual profundidad Riechmann, es la supervivencia entre inmortales y seres finitos en un planeta tan degradado. Por un lado, se plantea “el sálvese quien pueda” que acaba siendo siempre, si sigue la actual mercantilización, quien la domina. Otro aspecto no menor es el de la recurrente eugenesia. La mejora de las razas, ya planteada por los espartanos arrojando por el Taigeto a las criaturas con alguna tara, o más recientemente en la Alemania nazi excluyente del tipo no ario, también podría volver a generar graves problemas. Para abordar tal eventualidad, nuestro filósofo, en la línea de una salida colectiva solidaria y democrática para el futuro, plantea el de la inmortalidad como un debate pausado y conjunto. Para impedir dramas como el citado que contribuyó a la II Guerra Mundial, sugiere que el asuntos se vaya planteando a lo largo de tres o cuatro generaciones. Así, el destino de la especie se decidiría considerando, sin el dominio coyuntural de un grupo, el conjunto de aportaciones que se han sucedido para una sociedad más humanista.