Tras muchos años de esfuerzos, un inventor descubrió el arte de hacer fuego. Tomó consigo sus instrumentos y se fue a las nevadas regiones del norte, donde inició a una tribu en el mencionado arte y en sus ventajas. La gente quedó tan encantada con semejante novedad que ni siquiera se le ocurrió dar las gracias al inventor, el cual desapareció de allí un buen día sin que nadie se percatara. Como era uno de esos pocos seres humanos dotados de grandeza de ánimo, no deseaba ser recordado ni que le rindieran honores; lo único que buscaba era la satisfacción de saber que alguien se había beneficiado de su descubrimiento. La siguiente tribu a la que llegó, se mostró tan deseosa de aprender como la primera. Pero los guías espirituales de la tribu, celosos de la influencia de aquel extraño, lo asesinaron y, para acallar cualquier sospecha, entronizaron un retrato del Gran Inventor en el altar mayor del templo, creando una liturgia para honrar su nombre y mantener viva su memoria y teniendo gran cuidado de que no se alterara ni se omitiera una sola rúbrica de la mencionada liturgia.
Los instrumentos para hacer fuego, fueron cuidadosamente guardados en un cofre, y se hizo correr el rumor de que curaban de sus dolencias a todo aquel que pusiera sus manos sobre ellos con fe. El propio Sumo Sacerdote se encargó de escribir una Vida del Inventor, la cual se convirtió en el Libro Sagrado, que presentaba su amorosa bondad como un ejemplo a imitar por todos, encomiaba sus gloriosas obras y hacía de su naturaleza sobrehumana un artículo de fe. Los sacerdotes se aseguraban de que el Libro fuera transmitido a las generaciones futuras, mientras ellos se reservaban el poder de interpretar el sentido de sus palabras y el significado de su sagrada vida y muerte, castigando inexorablemente con la muerte o la excomunión a cualquiera que se desviara de la doctrina por ellos establecida. Y la gente, atrapada de lleno en toda una red de deberes religiosos, olvidó por completo el arte de hacer fuego.
Éste pequeño cuento que Tony de Mello narra en uno de sus libros podría pasar por los cientos de realidades que bien en política como en religión, se han dado a lo largo de la Historia, tanto en su antigüedad como en su presente.
Aquellos que aparecen en la sociedad andando, caminando hacia la Utopía, tirando del carro para que podamos avanzar son quitados de en medio porque a la política y la religión, mucho más si es un poder teocrático, estos profetas de la verdad, les estorban tanto para sus diabólicos intereses que es urgente eliminarlos, quitarlos de la circulación.
Me vienen a la mente muchos nombres que descubrieron un fuego distinto para todos nosotros, y nos aportaron el Fuego para que iluminara nuestras conciencias. Así, Nelson Mandela, Gandhi, Luther King, Juan Pablo I, Jesús de Nazaret, y otros tantos que al descubrir por ellos mismos e interpretar desde la conciencia su humanismo y/o su cristianismo el insondable “Gran Libro de la Vida” fueron igualmente eliminados de una forma o de otra. Unos físicamente, otros fueron excomulgados, apartados, encarcelados, porque constituían un peligro para el poder establecido.
En el caso de Juan Pablo I, según algunas interpretaciones, fueron los suyos quienes lo asesinaron. En el caso de Jesús de Nazaret, fueron los poderes también religiosos y políticos, adoradores del dinero y del poder y de un Dios cruel y vengativo los que llevaron al Nazareno a la muerte porque en sus estrechas e intolerantes cabezas no cabía un Abba, un Padre-Madre lleno de Amor y Misericordia hacia su Dios y hacia los pobres. Los otros citados anteriormente, fueron apartados y/o asesinados por un poder político racista con bastantes connotaciones religiosas, pero hago hincapié en las diferencias, aunque a la postre no son muy distintas.
Hoy, aún por desgracia, se nos sigue vendiendo por parte de los poderosos en religión un Dios exigente, severo, rígido, cruel; un Dios que castiga a los malos…y a los buenos si se descuidan.
Estos Sumos Sacerdotes transmisores del Libro, nos han secuestrado al auténtico Ser. A esa Energía de Amor y Comprensión. Se nos ha castrado mental y espiritualmente potenciando los ritos y creencias, obligándonos a ver, que sólo el más allá hará posible nuestra felicidad, porque “con sólo creer es suficiente para salvarnos y que no hacen falta por tanto, las buenas obras”.