Cuando observamos las negras y escasas perspectivas de futuro para las actuales y próximas generaciones, apenas contestadas en breves y esporádicas movilizaciones, nos sorprende la mínima rebeldía parecida a un mortecino consenso. Y es que tiene uno la sensación de que la actual atonía social viene de varias causas entrecruzadas. Paradójicmente en cada caso puede primar la dejadez, el egoísmo, el miedo, el cansancio, el desengaño,…. sin descartar totalmente cualquiera de las otras. Los compertamiento sociales y personales no dejan de sorprendernos. Por eso que, en mis devaneos mentales, no dejo de indagar las explicaciones más o menos peregrinas que podrían encontrarse en tan variadas cirunstancias.
Será que se ha llegado a este consenso otorgado y yo no me entero, me pregunto algunas veces. Con frecuencia me choca la pasividad común de situaciones, personas y de grupos tan desiguales en tantos otros aspectos. Por eso llego a hablar de “consenso”, forzando el significado claro está. Casi a la vez aludo a “otorgado” por aquello de que el que calla otorga. Dándole vueltas al cacumen, llego a desconfiar de mi juicio o empiezo a sospechar que hay una inteligencia colectiva que a mí me está vedada. En estas situaciones me acerco a alguien dispar pero pasivo y al pegar la hebra surgen tópicos como: lo del rebaño, o que nos dejamos comer el coco, o que no tenemos solución por la incultura, la envidia o vaya usted a saber qué. Así que si hay algún consenso, no parece que esté asentado sobre bases que orienten para hacer frente a una situación social tan apurada como la presente. Busco, sin encontrar, explicación diversa a este dislate social.
A veces me pregunto si será por pereza por lo que no afrontamos de manera colectiva las calamidades presentes o que se ven venir. En estas ocasiones trato de observar distintas muestras de comportamiento. Si es cierto que la pereza paraliza al personal de manera desigual y a cada cual según los momentos. Parece más frecuente la pereza mental, por aquello de no calentarse la cabeza. Sin embargo, no puedo ignorar la dedicación (también intelectual) tan generosa a actividades individuales o colectivas de mucha gente. Así que desecho tal explicación como causa continua del fatal consenso.
En otras ocasiones aparece como causa un hedonismo mal entendido. Se tiende a confundir tal concepto como sinónimo de bienestar, ignorando por contra ,que es la sabia combinación de lo que nos placee con el deber que nos lo procura. Así que la búsqueda del disfrute sin más, estará más cerca del egoísmo que de un comportamiento social razonable. El bienestar ¿habrá que propiciarlo?
La desconfianza en la buena disposición del prójimo para la construcción del bien común es otra razón frecuente para ese consenso negativo. No hemos de negar que en épocas de estrecheces como la actual, tan frecuentes a lo largo de la historia de este sufrido país, ha tenido mejor prensa la picaresca que la ayuda mutua. Sin embargo, siempre hubo y sigue habiendo “quijotes” se quieran o no ver. “Todos son iguales” se cuchichea en la descalficación global de la condición humana. Bien sabemos que en todos los ambientes hay actitudes bien distintas. Conocemos que el apoyo familiar y de amistades viene siendo decisivo para sacar a delante a personas sin recursos. A la vez podemos observar a quienes aprovechan la crisis para explotar más al personal contratado con el negocio floreciente, y quienes mantienen los precios y sus obligaciones salariales. Ser ecuánimes ayudaría.
Alguien me sugería que no falta la timidez, y hasta ciertos prejuicios infundados, que retiene a un grupo importante de personas a secundar sus espontáneos deseos de ayudar en acciones colectivas. Unas veces “porque eso a mí no me pinta”, otras “porque no quiero contrariar a mi pareja o a mis colegas”, u otros “porques” sin haber considerado a fondo la personal conciencia.
Más comprensible es el miedo directo en el campo laboral o económico en la situación de pobreza y precariedad del trabajo actual. Contravenir las órdenes o deseos de quienes controlan de manera más o menos arbitraria la subsistencia de tantas personas, las enfrenta a la disyuntiva de la indignidad o de la pobreza familiar severa.
Es el triste paso por sucesivas situaciones en que se acumulan: el miedo, la indignidad, la experiencia insolidaria, y hasta el cansancio desengañado que deriva en impotencia cercana a “la unanimidad de los cementerios”. Sí. Esa calma que, si queremos, podemos llamar el consenso otorgado. Quien no se consuela es porque no quiere. Es el último autoengaño de quien, a cambio de unas efímeras migajas, había optado por esconder la cabeza como el avestruz. Ahora , cuando la saca de entre la tierra, observa que se ofrecen de salvadores los mismos, los que siguen al servicio a los bancos y aplauden los desmanes de la eléctricas.
La comodidad, la falta de ambición, el conformiso, la sequía de miras, el éxito de la educación individualista, la falta de conciencia social, la nula autocrítica, la entropía… Pan y circo… pero esto, como bien sabe, no es nuevo… forma parte de la Historia de la Humanidad, y sólo unos pocos tirando del carro de la Sociedad y sus derechos.
Magnífica reflexión. Siga haciéndonos pensar, sr. Martínez.
Saludos cordiales.