Hay gente que vive instalada en la continua falsedad con el objeto de agradar siempre a los demás, sin plantearse que él o ella tienen unos valores intrínsecos como seres humanos, que merecen la pena ser compartidos o mostrados con sus actitudes en la vida diaria. Quizá porque no han descubierto la palabra autoestima, que debería estar por encima de cualquier aceptación social. Y si no han descubierto esto es porque se sienten inferiores, inseguros, con un complejo de rechazo a su propio yo, que deriva en desprecio a los demás y que les inmoviliza ante cualquier situación adversa. Es el fiel trasunto de nuestro mundo.
Decía Bertrand Rusell en sus ideas sobre la moral: “El Amor es sabio, el Odio es estúpido”

Naomi Klein, en el programa de “Salvados” de Jordi Évole el 6-11-16 decía que “los grupos de poder económico habían logrado inducir el miedo a la sociedad”. Luego ya no vivimos cocidos, sino literalmente aterrorizados, aunque sea por perder las migajas y las sobras del gran banquete de los poderosos, que generan el perdido mundo que tenemos, que ven sufrir a muchos seres humanos y que les importa un bledo.

Ni la ideología política ni su prédica, es decir su discurso, definen la honestidad de las personas, porque a fin de cuentas soportamos el peso de una pirámide de poder en la que sólo unos pocos mandan y los demás obedecen; es la plutocracia en todos los órdenes.

Hay gentes de izquierdas realmente podridas, gentes de derechas absolutamente degeneradas. No, la ideología no es un salvoconducto de aquellos a quienes me refiero. Ya hemos visto cómo el mundo, desde EEUU hasta Francia, Alemania, Países Bajos, Hungría etc., ha girado preocupantemente hacia posiciones extremas, capitalistas y xenófobas. Más que la economía se haya globalizado es la indecencia la que lo ha hecho.

Si no, no hubiesen aparecido estos salvapatrias.

Como respondía el Sr. Ad Contrarium al excelente artículo de Mercedes Rueda, “algo está pasando en el mundo”. Quienes han denunciado el Club Bildelberg se les llama conspiranóicos y apocalípticos. Pues bien, ya hace tiempo empezamos a vislumbrar y ahora a ver realmente, esos jinetes del Apocalipsis, que han llegado tocando en las trompetas sus fanfarrias de miseria y muerte, para gran parte de la humanidad.

Días atrás oía esta frase: “Frente a la maldad, la falsedad, la estupidez y la cobardía de las que este mundo anda sobrado, hemos de contraponer autenticidad, lealtad, valor y solidaridad” Para algunos será como si se les hablara en “chinojaponés” como diría aquella ilustrada aspirante a Miss Universo, porque vivimos el des -humanismo más des-ilustrado.

Existen muchas gentes que se alimentan y defienden las pulmonías que algunos sueltan. Véase por ejemplo el inefable Marhuenda que ante un contertulio que hablaba de solidaridad y justicia social, decía sin pudor ninguno: “Nombraremos un Ministro del Amor para repartir abrazos” ¡Insensato! Pero claro, algunos hacemos juicios de valor por la falta de “Caridad Cristiana”.

Caridad Cristiana… En el contexto que algunos la dicen empequeñecen al ser humano y se empequeñecen a sí mismos. No, no me gusta la palabra Caridad, porque muchos la han vaciado de su auténtico contenido y sirve para justificar toda la injusticia que corre a raudales por las venas del mundo.

Ahora está de moda en las mentes bien pensantes y con palabras políticamente correctas, llamar a Trump “populista” como a Podemos. Por tanto para los puros de corazón, existen dos corrientes populistas: la extrema derecha y la extrema izquierda. Y mientras, en medio de estos dos “maléficos extremos”, los “centrados” gente pura y limpia, sin mácula.

Clara amenaza potencial para el mundo con este elemento llamado Trump elegido democráticamente, como fue la elección de Hitler, también democrática, llevando después al mundo a un auténtico Armagedón.

Y es que los pueblos, aunque soberanos, a veces también nos equivocamos en nuestras decisiones…¿La causa?
Me decía un amigo: “Hay que cambiar las maneras de la democracia, pero no renunciar a ella, aunque no nos gusten los resultados. Los dirigentes totalitarios nunca velarán por el bien del pueblo. Me lo enseñó mi padre. Socialista de los de verdad, que rompió su carnet de militante”.

Pero como no puedo parar el mundo y bajarme, he decidido dejar de sufrir por nadie, hacerme de la ICUD (Institución de los Corruptos de los Últimos Días), hacerme insultantemente rico engañando a todos y cuando llegue mi última hora, confesarme y arrepentirme de mis pecados para no ir al Infierno. Aunque seguro que pasaré por el Purgatorio para expiar el resto de mis culpas, porque no tengo dinero para comprar indulgencias. Eso sólo lo pueden hacer los ricos. “A Dios rogando y con el mazo dando” dicen algunos.